miércoles, 15 de febrero de 2012

ATASCOS


DÍA 5

                Antes de empezar he entrado en mi primera crisis y no llevo ni cinco días escribiendo. El bloqueo mental me ha traído a la cabeza un tema sobre el que escribir. Los atascos.

                En una primera época los recuerdo metido en un autobús de camino a la universidad. Todas las mañanas nos encontrábamos un atasco. Los viajeros, salvo bajas puntuales, siempre éramos tres. Mi amigo Eugenio, mi hermano Josemaría y yo. Tan diario como el embotellamiento era la pregunta que, en tono enfadado, se hacía Josemaría cada jornada. “¿Por qué existen los atascos? No los entiendo”. Después de insultarle por sacar otra vez el mismo tema acabábamos dando los mismos argumentos de siempre. Un día porque llueve, otro porque hace frío, otro porque la gente no sabe conducir, otro porque una autopista no puede acabar en un semáforo, otro ironizábamos sobre si aquello también era culpa de Aznar. El caso es que al final llegábamos a nuestro destino y, en la mayoría de las veces, nos habíamos reído con nuestra conversación.

                Pero la peor situación posible es experimentar la soledad de un atasco. Cuando vas conduciendo y a lo lejos ves las primeras luces de emergencia que se empiezan a encender, te preparas para lo peor. Reduces marchas hasta frenar y poner punto muerto. En un primer instante, esperas que sea un simple frenazo y que tu viaje se reinicie rápidamente. Iluso. Lo peor está por venir. Por alguna razón desconocida la radio se alía con tu desgracia. Todas las cadenas al unísono deciden hacer una pausa publicitaria. No nos engañemos, salvo los de Gomaespuma, los anuncios radiofónicos son una tortura para el consumidor. Muchas marcas de prestigio me han perdido como cliente por esta razón. Como tienes tiempo y estás parado, buscas algún cd que pueda salvar el momento. Horror. No tienes ninguno o, en algunos casos algo más demoledor, solo llevas un Cantajuegos.

                Metes primera. Juego acelerador-embrague. Frenas. Metes primera. Juego acelerador-embrague. Frenas. Metes primera. Juego cansado de acelerador-embrague y a punto estas de calarlo. El coche se encabrita y das dos latigazos con cuello y espalda hacia delante. Frenas.

                Miras hacia tu izquierda y ves a un compañero que, como tú, sufre en silencio. Los días de Purgatorio empiezan a bajar en tu contador si te mantienes firme y no empiezas a perder los estribos presionando el claxon y despertando al mono imitador que llevan dentro todos los que te rodean. Otra vía de escape, en caso de tener tarifa plana, es llamar a algún amigo sin ningún motivo en particular. Este es el modo de menguar el Purgatorio de ese amigo al que pillas en un mal momento y aguanta el tirón estoicamente.

                Siguiente pensamiento. Menudo atascazo, ¿qué más me puede pasar? El coche empieza a hacer un ruido raro y notas que el aire acondicionado ha dejado de funcionar. Te asalta la duda. Abrir la ventana o no. Apenas te mueves y el viento no va a entrar, sin embargo, sabes que si abres se te van a derretir las pestañas. Rezas.

                Esto podría alargarse eternamente, pero a unos 100 metros por delante ves que los coches ya circulan normalmente. Magia. Buscas respuestas. No ves ningún problema en la carretera. ¿Qué extraño conjuro ha impedido acelerar a toda esta gente? Inicia la cámara lenta y tu cuello gira hacia la izquierda. El problema es un coche aparcado en los carriles de sentido contrario. Cierras los ojos y muchos recuerdos viajan por tu retina. Las madres de todos los que han parado para mirar, la madre del guardia civil que ha encendido sus luces azules por un simple coche sin gasolina, la pregunta solucionada de tu hermano Josemaría. Tu boca se abre vocalizando sin palabras alguna lindeza.

Metes primera. Juego acelerador-embrague. Metes segunda. Juego acelerador-embrague. Metes tercera…

No hay comentarios:

Publicar un comentario