jueves, 17 de enero de 2013

DÍA DE LOS INOCENTES

DÍA 31


Llevo mucho tiempo sin escribir. La vida me ha llevado muy achuchado y no he podido sacar un hueco para darle vida a este blog. Hoy vuelvo con  una historia que me ha pasado estas navidades y que muchos de los que me la han oído contar me han animado a escribir. No tiene nada que ver con la línea de historias curiosas que he ido contando a lo largo de todos mis posts, pero creo que a veces merece la pena cambiar el registro.

Tengo un amigo que está en el Cielo. Lo curioso es que somos buenos amigos, pero nunca nos conocimos personalmente. Murió con pocos meses de vida y se fue directo al Cielo a cuidar desde allí de toda su familia y, cuando se lo pido, de mí también. Su nombre es Gonzalo y nació con síndrome de down. Actualmente, no es muy común ver niños como Gonzalo. La sociedad en la que vivimos prefiere deshacerse de ellos, no vaya a ser que les molesten.

Todo esto ocurrió el día previo a los Santos Inocentes, 28 de diciembre, lo que hace que sea mucho más especial.

Yo había quedado a comer con mi amigo Charlie para ponernos al día de muchas cosas. Durante toda la mañana estuve haciendo gestiones para terminar de conseguir unos papeles que necesitaba para firmar mi nueva casa. Aparqué bien el coche y decidí ir andando a cumplir todos los recados. Así me despejaría. Como ya he dicho antes, Gonzalo en muchas ocasiones había cuidado de mí, y yo recibía pequeñas caricias cada vez que le pedía algo. Pero aquella mañana yo estaba “enfadado” con él y se lo “echaba en cara” durante mis paseos por Madrid.

Tras finalizar mis tareas me dirigí hacia el lugar en el que había quedado con mi amigo. Estaba cerca de su trabajo, así no perdíamos tiempo en desplazamientos. A pesar de que el frío era notable, durante la espera me pedí una cerveza. Bien fresquita. Llegó Charlie y nos sentamos en una mesa. Menú del día baratito. Lo importante era la conversación, no los platos que pasaban por delante. Pero de repente, me giré hacia la derecha y vi algo que me llamó la atención. En una mesa no muy lejana estaba una señora mayor, de unos setenta y muchos años, comiendo con su hijo. Debía tener unos cuarenta años. Por sus rasgos característicos pude ver que tenía síndrome de down. Me llamó la atención y no pude dejar de desviar la mirada hacia ellos durante el resto de la velada. Gonzalo estaba jugando conmigo y yo aceptaba la partida. Me iba a ganar, claramente, pero era mi amigo.

Seguíamos Charlie y yo hablando de lo divino y lo humano y el juego se puso muy interesante. Los desconocidos habían terminado y se disponían a irse. La madre empezó a abrigar a su hijo para enfrentarse al ya mencionado frío de aquel día. Le puso el jersey. Después de forcejear para conseguir que la cabeza pasase al otro lado del cuello, ella le peinó con calma y cariño. Sacó una bufanda y poco a poco la fue colocando alrededor de su garganta. En sus moviminetos, aunque lentos, se notaba mucha experiencia, pero a pesar de haberlos hecho muchas veces en la vida, se notaba el mismo cariño que la primera vez. La sonrisa de su hijo llenaba todo el restaurante, o al menos a mi me lo pareció. Cogió sus muletas. El hijo se levantó para ayudar a su madre a ponerse el abrigo y finalizó el movimiento con un beso. ¿Era yo el único que estaba viendo la escena? Me entraron ganas de gritar al resto para que despertaran, pero aquel juego era entre Gonzalo y yo.

Se iban a marchar, pero algo dentro de mi me decía: “Tienes que hacerlo”

Me daba vergüenza, si no lo hacía no pasaba nada, en fin, sigue hablando con tu amigo…

Pero cuando ella pasó por mi lado todas las excusas se derrumbaron. Extendí mi brazo y lo posé sobre ella como pidiendo permiso para hablar. Me miró extrañada. De mi boca salió todo lo que tenía que decir:

“Muchas gracias por el ejemplo que estás dando. Gracias por aceptar este regalazo”

Su cara de extrañeza se iluminó. Se abrieron los ojos, se abrió la sonrisa, y luego nos abrió el corazón. Charlie flipaba. Ella me cogió del brazo y me explicó.

“ No sabes la ilusión que me hace que esto me lo diga un chico joven. Nunca me había pasado. Doy gracias a Dios todos los días por este hijo mío. Cuando estaba embarazada de él, le pedía  a Dios que me diera un hijo que le anunciara por el mundo, que fuera sacerdote o misionero y, al final, se me dio Él mismo. Ahora tengo conmigo al Niño Jesús todos los días de mi vida”

Nos contó muchas más cosas, pero esto c reo que es lo fundamental. Nos presentó a su hijo José María. Charlamos un rato y se fueron con la misma alegría de siempre.

Charlie y yo nos miramos. No hablamos. En nuestros ojos se intuían unas lágrimas que se agolpaban sin que las dejásemos derramar.

Más tarde, en mi coche, acordándome de mi “enfado” con Gonzalo me eché a llorar. Aquello no fue una caricia, fue un abrazo. No sabía muy bien el significado de lo que había pasado, pero me había encantado. Algún día espero entenderlo, pero si no, me queda la esperanza de que me lo explique Gonzalo en el Cielo.

Y esta historia tan personal,¿ por qué la cuento aquí? Han sido muchos los que me han pedido que la escriba y creo que podía ayudar. Este año he visto en Facebook cosas de cadenas de favores, o anuncios de Coca- Cola de la máquina de la felicidad, etc. Pues yo inicio esta nueva cadena de Gracias a la Generosidad. Cada vez que veas a unos padres con un hijo con síndrome de down, vence la vergüenza y acércate. Dales las gracias por su ejemplo y por su generosidad. Cuando veas el brillo en su cara tendrás tu recompensa. A ellos no les importa Facebook o Coca- Cola, porque tienen su propia “Máquina de la felicidad”

Gracias Gonzalo, ¿cuándo volvemos a jugar?

Gracias Mayte. Gracias Santi