DIA 38
Ya
vienen los Reyes. Se nota en el ambiente. Mis sobrinos cuando vienen a casa se
portan mejor y si no, la amenaza de que le vayan a ver los pajes surte efecto.
Yo me vuelvo a hacer niño, aunque probablemente no haya dejado de serlo.
Yo
creo en los Reyes. Yo creo en escribir la carta. Yo creo en que los pajes nos
vigilan. Yo creo que si no fuese por un tema de peso me iría ahora mismo a un
centro comercial a sentarme sobre sus rodillas para hacerme la foto y conseguir
caramelos.
Hace
unos años, sentados alrededor de unas cervezas, mis amigos y yo estábamos
reunidos en El Gallo recordando como eran aquellas noches de Reyes y la ansiada
mañana. El Gallo era un bar en el que nos reuníamos todos los jueves para
vernos y comentar la semana. Empezábamos hablando de lo más mundano y a partir
de la tercera ronda nos elevábamos hasta límites insospechados. El Gallo era un
bar cutre, muy cutre, pero nos encantaba. Las cicatrices de miles de vasos
habían dejado la marca en las mesas. El suelo pegajoso hacía imposible que el
mismísimo Michael Jackson nos deleitase con un moonwalk. Olía a fritanga. Pero
a pesar de todo, era nuestro bar. Ahora lo han reformado. Esta limpio y nuevo.
No hemos vuelto.
Es
curioso que todos coincidíamos en la mayoría de nuestras historias.
En
mi familia siempre íbamos a misa al hospital de MAPFRE en Majadahonda. Cuando
salíamos estaban allí las carrozas de los Reyes que pasaban a visitar a los
niños antes de la cabalgata. Y ese era nuestro destino. Corriendo a buscar
sitio en las calles para ver pasar a nuestros héroes. Cuando éramos muy
pequeños nos pertrechaban con esa prenda del demonio llamada verdugo. Muy bien
elegido el nombre. Entre el frio y los nervios
tiritabas agarrado a la valla que te separaba de la comitiva real.
Recuerdo que casi todos los años mi padre nos preguntaba por algún regalo que
no habíamos puesto en la carta.
“¿Te
acordaste de poner el equipo de subbuteo?”
¡Cómo
había podido olvidarlo! Mi padre me tranquilizaba y decía: “Tranquilo, pero
ahora cuando pase Baltasar(mi Rey) tenemos que gritarlo muy fuerte para que nos
oiga”
Si
antes estaba nervioso, en ese momento la probabilidad de infarto infantil
aumentaba exponencialmente.
Comenzaban
a pasar carrozas que nos interesaban más bien poco si no fuera porque lanzaban
caramelos en abundancia. Personajes de dibujos, saltimbanquis que daban más
miedo que otra cosa, bailarinas…pero nosotros abríamos los ojos intentando ver
a lo lejos como llegaban los importantes.
Aparecía
Melchor. El Rey de Josemaría. Mi padre y el gritaban pidiendo el regalo
olvidado. Luego Gaspar y era el turno de Bosco. Baltasar, el negrito,
lentamente llegaba sonriendo. Que nervios. Entonces mi padre, me cogía por el
hombro y empezábamos a gritar. Él no necesita desgañitarse, simplemente habla
un poco más alto, pero se le escucha perfectamente, por encima de cualquier
bullicio. “¡Baltasar, el equipo de subbuteo!” Yo gritaba también, pero confiaba
en que escuchara a mi padre.
Al
llegar a casa no tenía ganas ni de cenar. ¿Nos habrían escuchado los Reyes?
Antes de dormir había que dejar todo preparado. Limpiaba los zapatos hasta que
brillaban como si fuesen espadas bruñidas en una forja de Toledo. Dejábamos una
copita y algunos turrones en el salón para que los Reyes cogieran fuerzas. Era
hora de irse a la cama, pues si veíamos a los Reyes nos quedaríamos sin regalo.
Josemaría, Bosco y yo, que dormíamos en la misma habitación tratábamos de
conciliar el sueño, pero era casi imposible. Muy bajito comentábamos la jugada.
Era imposible dormir así. Poco a poco, nuestros ojos acababan cerrándose y la noche más increíble del año pasaba
mientras los Reyes hacían magia por todo el mundo.
Sobre
las siete de la mañana mi cuerpo no aguantaba más y me despertaba. Notaba que
los cuerpos de mis hermanos también se movían. No sabíamos que hora era. En
aquella época no dormíamos con el móvil al lado de la cama para poder
contrastarlo. ¿Y si no era lo suficientemente tarde?¿Y si me despertaba y me
encontraba a los Reyes? En algún momento alguno se incorporaba un poco y
preguntaba “¿Estáis despiertos?” Muy bajito dábamos señales de vida. Josemaría,
el mayor de los tres, buscaba un reloj. Parecía que ya era una hora en la que
los Reyes habrían pasado. No se oía nada. Todos dormían. ¿Cómo podían dormir en
una noche como esa? Teníamos que esperar en la habitación hasta que viniese nuestro
padre a desperatrnos, pero aquello era una tortura. Fingíamos visitas
esporádicas al baño y tirábamos de la cadena repetidas veces para ver si alguno
se despertaba ya.
Cuando
mi padre abría la puerta de la habitación y encendía la luz nuestro ojos
estaban abiertos como platos y saltábamos de la cama como bomberos dispuestos a
apagar un incendio.
“Venga,
poneros la bata y vamos a ver si han venido los Reyes”
¿La
bata? Creo que es una prenda que solo usaba el día de Reyes.
Mi
padre, en cabeza de la expedición, bajaba las escaleras. Teníamos que esperar a
todos los hermanos y algunos eran más perezosos. Las puertas del salón estaban
cerradas. Mi padre se acercaba lentamente y pedía calma. “Voy a ver si siguen
los Reyes…”
Abría
la puerta poco a poco. Asomaba la cabeza. Reaparecía su calva ante nosotros y
podía decir “Vaya, no han venido…” El alma se nos caía a los pies, pero de repente,
abría las puertas de par en par y aquello se iluminaba con la luz de nuestra
caras viendo todos esos paquetes. Corrías al sitio de tus zapatos y temblabas
de emoción. ¿Qué abría primero? Yo era muy impulsivo y destrozaba el papel.
Algún hermano solía esperarse para luego ir abriendo poco a poco sus regalos y
mantener la emoción.
Cada
paquete abierto iba acompañado de gritos de emoción. Se los enseñaba a mis
padres mientras exclamaba constantemente “¡Mira!¡Mira!” y debajo de el resto de
regalos encontraba uno más pequeño. En este dedicaba más tiempo en abrir el
papel. ¡Era el equipo de subbuteo!¡El que había pedido mi padre en la
Cabalgata!¡Le habían oído! Agarraba a mi padre de la bata y le enseñaba
asombrado mi regalo. Mis ojos se desorbitaban y mi padre sonreía.
Sin
duda alguna, los Reyes son Magos.
Este
año, cuando vaya a la cabalgata con mis hermanos y sobrinos creo que le diré a
mi padre que le pida a Baltasar una novia para mi, que ya va siendo hora de que
me centre.
El
gritará y sonreirá.
Quién
sabe…
A
él siempre le han hecho caso.
Y
es que, aun con sus cosas, mi padre es el Rey