DÍA 25
Han
empezado los Juegos Olímpicos. Me encanta. En cualquier momento enchufas
Teledeporte y disfrutas de cualquier competición. Personalmente, me encantan
los deportes poco conocidos. De esos en los que el deportista no es nadie y no
volverá a ser nadie hasta los próximos Juegos. Igual gana medalla de oro y a su
vuelta, en el aeropuerto, nadie le reconocerá ni pedirá autógrafos.
Ayer
vi un partido de Badminton. Divertidísimo. Dudo si ir esta tarde a Decathlon y
comprarme un set como el que todos hemos tenido en nuestra infancia y hemos
usado una vez. La red se enrollaba tanto que, si alguna vez te daba por volver
a usarla, la rompías. Voy a pasear por todos los pasillos con un objetivo.
Encontrar un deporte raro que me haga olímpico. Mi mayor sueño.
Pero
tanto olimpismo trae normalmente un recuerdo a mi memoria. Jesús Carballo.
Atlanta 96. Edad: 13 años.
Después del
éxito rotundo de Barcelona 92, en estas olimpiadas no estábamos cumpliendo con
las expectativas. Las medallas no eran muy normales y aquella madrugada
teníamos el oro casi fijo. Con ansias de celebrar algo y escuchar nuestro himno
por primera vez en aquellos Juegos, nos preparamos para una noche larga. A las
cuatro y media de la madrugada le tocaba a Carballo. Teníamos que hacer tiempo,
y en aquella época, la opción irse de copas y volver justo para el evento no se
contemplaba. Así que hicimos algo mejor. PCFUTBOL 4.0 en vena. Josemaría, Bosco
y yo. Cada uno su equipo. Plantear estrategia. Hacer fichajes. Entradas al
estadio baratas para fidelizar al aficionado. Tocaba ascender a Primera.
Empezamos
prontito, con lo que horas después nuestros futbolistas pedían tregua. Ya en
primera División y en puestos Champions, abandonamos a nuestros clubes a su
suerte para lamento de la afición. Me imagino las pancartas en el estadio de “Rafa
Vuelve” “Rafa, no me jodas”.
Todavía
podían ser las dos de la mañana. La gimnasia artística empezaba a hacer caer
nuestros párpados y no lo podíamos permitir. Coca- Cola. Creo recordar que mi
hermana Macarena se unió a la espera. Pusimos una película. Las miradas al
reloj cada vez eran más frecuentes, como creyendo que así el tiempo pasaría más
rápido. Si alguien caía rendido recibía un golpe de cojín lanzado desde la
distancia. Estábamos todos en el mismo equipo.
Cuando
las manecillas marcaron las cuatro nos empezamos a animar. La peli había
terminado. Volvíamos a sintonizar con el Pabellón de deportes y saltábamos de
emoción. Ya solo quedaba media hora, y después, colgarnos el oro al cuello. ¡Vamos
Carballo! La comentarista de la Gimnasia explicaba la situación. Esa señora es
una enciclopedia de deportes de baja audiencia. También se encarga de natación
sincronizada, doma clásica, judo, etc. Y asi lleva como quinientos años.
Carballo
se quita el chándal. En aquella época teníamos clase y no era de Bosco Sport(
que putada le han hecho a mi hermano). Nos incorporamos en el sofá. Ya nadie
estaba repanchingado, sino en absoluta tensión. Magnesio en las manos. Se
acerca a la barra. Con gritos animábamos creyendo que nos oiría desde el otro
lado del charco. Le ayudan a subir. Cara de concentración. Empieza a girar.
Hace varias sueltas( vamos, saltos, pero esto lo he aprendido de con el tiempo
por nuestra gran comentarista). Y en una de esas sueltas, nunca volvió a
cogerse a la barra. Piñazo contra el suelo. La esperada medalla se iba a la
basura.
Horas
de espera. Un equipo de fútbol dejado en la estacada. Litros de Coca Cola
consumida. Lucha contra el párpado obeso. Quince segundos y al suelo.
No
hubo gritos. No hubo protestas. No hubo quejas. No recuerdo quien cogió el
mando y apagó la tele. Nos pusimos en pie y nos fuimos a la cama. Nadie dijo
nada. Pero en nuestra cabeza solo había un pensamiento: “Hijo Puta”
Con
el tiempo me doy cuenta de que el pobre Carballo es el que debía estar hecho
polvo. Para mi fue una noche divertida con un final menos feliz de lo esperado,
pero yo no había estado entrenando cuatro años para caerme en el momento
crucial. Admiro a estos deportistas. No cobran millonadas, lo hacen porque les
gusta, porque aman ese deporte que a veces nos puede parecer absurdo.
Tengo
un sueño y espero poder cumplirlo algún día. Seré olímpico. Cuando los niños
sintonicen Eurosport a altas horas de la madrugada para verme ganar un oro en
un deporte casi desconocido, espero no decepcionarles.
Y
mientras suene el himno, miraré a cámara y diré.
“Te
debo una Carballo”