lunes, 30 de julio de 2012

SUEÑOS OLÍMPICOS


DÍA 25

                Han empezado los Juegos Olímpicos. Me encanta. En cualquier momento enchufas Teledeporte y disfrutas de cualquier competición. Personalmente, me encantan los deportes poco conocidos. De esos en los que el deportista no es nadie y no volverá a ser nadie hasta los próximos Juegos. Igual gana medalla de oro y a su vuelta, en el aeropuerto, nadie le reconocerá ni pedirá autógrafos.

                Ayer vi un partido de Badminton. Divertidísimo. Dudo si ir esta tarde a Decathlon y comprarme un set como el que todos hemos tenido en nuestra infancia y hemos usado una vez. La red se enrollaba tanto que, si alguna vez te daba por volver a usarla, la rompías. Voy a pasear por todos los pasillos con un objetivo. Encontrar un deporte raro que me haga olímpico. Mi mayor sueño.

                Pero tanto olimpismo trae normalmente un recuerdo a mi memoria. Jesús Carballo. Atlanta 96. Edad: 13 años.

Después del éxito rotundo de Barcelona 92, en estas olimpiadas no estábamos cumpliendo con las expectativas. Las medallas no eran muy normales y aquella madrugada teníamos el oro casi fijo. Con ansias de celebrar algo y escuchar nuestro himno por primera vez en aquellos Juegos, nos preparamos para una noche larga. A las cuatro y media de la madrugada le tocaba a Carballo. Teníamos que hacer tiempo, y en aquella época, la opción irse de copas y volver justo para el evento no se contemplaba. Así que hicimos algo mejor. PCFUTBOL 4.0 en vena. Josemaría, Bosco y yo. Cada uno su equipo. Plantear estrategia. Hacer fichajes. Entradas al estadio baratas para fidelizar al aficionado. Tocaba ascender a Primera.

                Empezamos prontito, con lo que horas después nuestros futbolistas pedían tregua. Ya en primera División y en puestos Champions, abandonamos a nuestros clubes a su suerte para lamento de la afición. Me imagino las pancartas en el estadio de “Rafa Vuelve” “Rafa, no me jodas”.

                Todavía podían ser las dos de la mañana. La gimnasia artística empezaba a hacer caer nuestros párpados y no lo podíamos permitir. Coca- Cola. Creo recordar que mi hermana Macarena se unió a la espera. Pusimos una película. Las miradas al reloj cada vez eran más frecuentes, como creyendo que así el tiempo pasaría más rápido. Si alguien caía rendido recibía un golpe de cojín lanzado desde la distancia. Estábamos todos en el mismo equipo.

                Cuando las manecillas marcaron las cuatro nos empezamos a animar. La peli había terminado. Volvíamos a sintonizar con el Pabellón de deportes y saltábamos de emoción. Ya solo quedaba media hora, y después, colgarnos el oro al cuello. ¡Vamos Carballo! La comentarista de la Gimnasia explicaba la situación. Esa señora es una enciclopedia de deportes de baja audiencia. También se encarga de natación sincronizada, doma clásica, judo, etc. Y asi lleva como quinientos años.

                Carballo se quita el chándal. En aquella época teníamos clase y no era de Bosco Sport( que putada le han hecho a mi hermano). Nos incorporamos en el sofá. Ya nadie estaba repanchingado, sino en absoluta tensión. Magnesio en las manos. Se acerca a la barra. Con gritos animábamos creyendo que nos oiría desde el otro lado del charco. Le ayudan a subir. Cara de concentración. Empieza a girar. Hace varias sueltas( vamos, saltos, pero esto lo he aprendido de con el tiempo por nuestra gran comentarista). Y en una de esas sueltas, nunca volvió a cogerse a la barra. Piñazo contra el suelo. La esperada medalla se iba a la basura.

               Horas de espera. Un equipo de fútbol dejado en la estacada. Litros de Coca Cola consumida. Lucha contra el párpado obeso. Quince segundos y al suelo.

                No hubo gritos. No hubo protestas. No hubo quejas. No recuerdo quien cogió el mando y apagó la tele. Nos pusimos en pie y nos fuimos a la cama. Nadie dijo nada. Pero en nuestra cabeza solo había un pensamiento: “Hijo Puta”

                Con el tiempo me doy cuenta de que el pobre Carballo es el que debía estar hecho polvo. Para mi fue una noche divertida con un final menos feliz de lo esperado, pero yo no había estado entrenando cuatro años para caerme en el momento crucial. Admiro a estos deportistas. No cobran millonadas, lo hacen porque les gusta, porque aman ese deporte que a veces nos puede parecer absurdo.

                Tengo un sueño y espero poder cumplirlo algún día. Seré olímpico. Cuando los niños sintonicen Eurosport a altas horas de la madrugada para verme ganar un oro en un deporte casi desconocido, espero no decepcionarles.

                Y mientras suene el himno, miraré a cámara y diré.

                “Te debo una Carballo”
                                                              
                 

lunes, 9 de julio de 2012

LOS REYES MAJOS



DÍA 24

                Mi amigo Ernesto, cariñosamente conocido como Erno, lleva unos meses poniendo en duda nuestra amistad. “O me sacas en el blog, o tendremos un problema”. Por lo tanto, he decidido contar la historia en que hicimos de Reyes Magos en un barrio de Madrid. No nos vestimos con capas y barbas, ni coronas ni nada. Éramos meros emisarios de sus majestades.

                Muy de mañana nos presentamos en la parroquia que organizaba el tinglado. Nos dieron los juguetes y regalos y las correspondientes direcciones a las que los debíamos llevar. Cargaditos de juguetes, como en los villancicos, empezamos a buscar la primera casa. Durante nuestro caminar, los nervios iban en aumento. La vergüenza también hacia acto de presencia. Nos íbamos a meter en una casa a repartir ilusión, como el calvo de la lotería.

                En las películas americanas este tipo de cosas son muy bonitas. Música de fondo: All I want for christmas is you. Abre la puerta una mendiga, aunque espectacularmente guapa, madre soltera. Tose. Pasan frio. Una niña de cabellos rizados se esconde graciosa detrás del sofá. Con algo de miedo se acerca y coge el paquete. Lo abre. Sonrisa Profiden. Abrazo. “Dios os bendiga” Sigue la música. El protagonista, que se está marcando el punto “Soy mazo mono” con la chica que le acompaña, pasea entre risas y bajo la nieve en Central Park. Ella se rie más. Nunca entenderé muy bien de que coño se rien. Siguiente escena es un pavo enorme dorado al horno. Familia con jerseys muy horteras de punto con motivos navideños. Mirada complice de los enamorados. Fin.

                Pues en nuestro caso, ni nevaba, ni había música, ni Central Park, obviamente no estábamos enamorados, y desde luego teníamos la suficiente clase como para preferir ir en camiseta a tres grados bajo cero antes que usar esos jerseys.

                La primera casa fue bastante desalentadora. Nos abrió el chaval al que íbamos a sorprender. Pusimos nuestra mejor cara de alegría. Nos miró con cara de asco. Miró el regalo con cara de muchísimo más asco. Levantó la mirada y dijo. “Pues vale”. Y cerró la puerta.

                Se fueron sucediendo decepciones, hasta la última casa que visitamos. Allí se dio una mezcla curiosa de sensaciones.

                Nos abrió la puerta un niño de unos siete años. Nos hizo pasar y gritó en busca de su madre. Estaba bastante contento. Se agradecía. Sin haber encontrado a su madre volvió ansioso donde esperábamos y con los ojos muy abiertos ansiaba el regalo. Se lo dimos. Lo abrió y se destapó el tarro de las esencias. Trataré de transcribir lo más fielmente su modo de decir el equivalente al “Dios os bendiga” de las pelis. Aunque suavizado, aquel niño de siete años que no llegaba al metro veinte, vino a decir entre gritos:

                “Joder!!!Esto es la p…, me cago en mi p… madre!!!Tócate las b…!!! Un Action Man!!! Flipas!!!”

                Cargado de tacos y alguna blasfemia, aquel niño hizo que todo lo demás hubiese valido la pena. Estaba feliz. Emocionado es poco. Saltaba, se daba cabezazos con el sofá, con el Action Man…Su mirada de agradecimiento era total.

                Pero nos quedaba otro paquete en la mano. Nuestros datos decían que había un segundo niño en esa casa, y teníamos que darle su regalo. “¿Dónde esta Oscar?”

                “Le daba vergüenza y se ha metido en el baño” dijo el chaval sin apartar la mirada de su muñeco. “Ojaaar!!Qué salgas!!!”

                Pobre. El chavalín era tímido. Probablemente cuando viniese su madre tendría el valor para salir en sus brazos. Los extraños debíamos asustarle. A Erno y a mi se nos reblandecía el corazón. El otro empezó a aporrear la puerta del baño. “Ojar!!Que traen regalos!!Abre ya!!” Más palabrotas.

                Por fin llegó la progenitora. Saludos. Se acerca a la puerta y con voz suave trata de convencer al niño. “Venga Oscar, que han venido estos señores a traerte un regalo…” “Ojaaaaaar!!!” gritaba el enano. Los minutos pasaban y Oscar no daba su brazo a torcer. La madre seguía intentándolo.

                Finalmente, una voz surgió del baño. Pero no la angelical de un niño pequeño vergonzoso, sino la de un camionero con resaca de cuatro días de borrachera: “Mama, que paso, déjame en paz”.

                Erno tenía el Action Man en la mano. Nos miramos. Miró al muñeco y me dijo: “Se lo fuma”

                Seguía la discusión familiar y vimos que aquello era insostenible. Nos excusamos y le dejamos el juguete al pequeño para que se lo diese al hermano. Nos estaba entrando la risa y había que huir. El pobre párroco debía actualizar un poco las listas.

                ¿Seguirá Ojar jugando con su Action Man?

                Lo importante fue la intención