lunes, 15 de octubre de 2012

LLUVIA DE BILLETES


DÍA 30

Era mi último año en el colegio como alumno. Todavía se llamaba COU a aquel curso que te abría las puertas a la Universidad. La tradición era montar una fiesta de la Promoción con padres y profesores. Discurso del Delegado, algún padre y algún profesor. Comida en versión cóctel y, por último, los alumnos preparábamos un festival.

Por motivos que no son del caso, y porque aquello me permitía faltar a clase, formaba parte del Cómite de festejos. Entre muchas propuestas, destacó una en la que se pedía que hiciéramos una camiseta de la Promoción, con todos los nombres, fotos o algo por el estilo. Me negué en rotundo. Ya sabía yo que esa camiseta cutre que se quería hacer iba a terminar como parte de arriba de pijama o para ese día en que te sientes manitas y pintas tu casa. Teníamos que hacer algo serio. Yo me encargaría con Eugenio de solventar aquella papeleta.

Por aquel entonces estaba muy de moda la marca FUMAREL. De gran aceptación en el colegio por su componente pijo y de rabiosa actualidad por haber vestido a nuestros olímpicos en los Juegos de Sidney.

Yo mismo realicé los diseños. Después de varios bocetos dimos con el adecuado. Ahora ya solo teníamos que negociar con Fumarel las condiciones de la compra. En aquella época me quedaban aún unos meses para ser conductor novel, así que nuestros traslados se realizaron en transporte público. Salíamos del colegio perfectamente uniformados y nos cogíamos varios autobuses hasta nuestro destino. Los que nos conocen a Eugenio y a mí, saben que tenemos una capacidad, aparentemente innata, de imitar a la clásica señora verdulera. Ponemos los acentos, los gritos, sabemos las frases más utilizadas por el gremio,etc. Pues aquí fue donde aprendimos. No por usar el autobús, cosa normal y de la que me siento orgulloso, sino porque las oficinas de FUMAREL estaban muy cerca de los estudios de TELECINCO.

 El autobús iba lleno hasta la bandera de adoradoras de Terelu y compañía. De las que parecen morir de risa cada vez que Bertín Osborne les dice una estupidez. De las que si Jesús Vázquez les hace una pregunta le piden darle un beso acompañado de un: “Es que eres mu guapo mi arma”. De las que hacen la risa de bote de los Morancos y Cruz y Raya… En fin, un espectáculo. Y en medio, nosotros de chaqueta y corbata aprendiendo el lenguaje de la calle.

No quiero dar más detalles que puedan hacer esto pesado, porque la verdadera historia no ha llegado. Conseguimos las sudaderas. Las vendimos. Eran chulísimas y superaban con creces  la idea inicial de la camiseta. Triunfo absoluto.

¿Y el dinero recaudado? Estaba en mi casa. No nos llamaban para pagar y mientras tanto soñábamos con que todo era nuestro. Un millón de las antiguas pesetas en billetes de curso legal. El fajo era de un tamaño importante. Algo había que hacer. Nunca había tenido tanto dinero en mis manos.

En las películas existían varias opciones de mostrar la felicidad que representa el dinero, por lo general conseguido de forma poco honesta. En nuestro caso todo era legal.

1. Saltos en la cama lanzando billetes al aire.

2. Encenderse pitillos con billetes. (En aquella época no fumaba y el billete quemado no lo iba a recuperar)

3. Imagen en el centro comercial comprando y comiendo todo lo que siempre has soñado. Normalmente piden un helado o batido que toman muy rápido y hacen como que les duele la cabeza.

4. Lluvia de billetes.

Estábamos Bosco, Eugenio y yo pensando que hacer. Las opciones 2 y 3 quedaron descartadas. No podíamos gastar el dinero. Primero vimos si la cama de mis padres soportaría tantos saltos de alegría y decidimos no arriesgar, así que la decisión estaba tomada. Lluvia de billetes.

Bosco se puso arriba de la escalera de mi casa. En los últimos escalones esperábamos Eugenio y yo con los brazos abiertos. Y empezó a soltar billetes y billetes. Nosotros reíamos y gritábamos. La situación era estúpida para cualquiera que se encontrase con nosotros. La broma duró poco. El tema de la cámara lenta acompañado de una emocionante banda sonora ayuda bastante al cine. En velocidad real y con gritos de energúmenos la cosa pierde mucha fuerza. Pero el sueño estaba cumplido.

Ahora teníamos que recoger el dinero desperdigado por la escalera y el recibidor. Recogíamos entre risas, pero a la hora del recuento, la risa tornó en desgracia. Nos faltaba pasta. Casi cincuenta mil pesetas. Pensamiento generalizado: “Somos idiotas”

Vuelve a contar. Falta más dinero aún. Vuelve a contar. Volvemos al principio. Pero, ¿dónde coño estaba el dinero? ¿Bosco nos había tangado mientras lanzaba billetes? Conseguimos recuperar la calma y empezamos a pensar. Cuando actúas en caliente no piensas. Detrás de los cuadros empezaron a aparecer los billetes perdidos. Qué alivio.

La primera idea era luego repetir la lluvia para que Bosco también la disfrutase, pero se nos habían quitado las ganas de tonterías.

 El dinero a la caja y los sueños para la cama.

jueves, 11 de octubre de 2012

LA PRUEBA DE AMISTAD


DÍA 29

                En mi tiempo de ocio hago muchas cosas y variadas. En mi tiempo de negocio, también la verdad. Pero a día de hoy, la mayor parte de mi tiempo la dedico a dar clase en un colegio. Después de haber estudiado la doble licenciatura en Derecho y Administración de Empresas, acabar como docente no es lo más normal. Muchos se bloquean cuando se enteran, pero la verdad es que me encanta mi trabajo.

                El primer año como profesor recibes millones de consejos. “Hasta abril, como un Guardia Civil”. Este era el más repetido y, además, el más acertado, pero por mi forma de ser se me hacía complicado cumplirlo. En ningún momento tuve problemas de que los niños intentarán tomarme el pelo por dos motivos. El primero, porque yo en el colegio fui un poco cabroncete y me sabía todas en varios idiomas. El segundo, tiene que ver con La prueba de amistad.

                Con una hora de clase puedes detectar claramente todos los roles de una clase. Alguno se te escapa y te sorprende más adelante, pero más o menos el pescado queda vendido. El jefe, el gracioso, el sicario que hace gracias cuando dice el jefe, el pelota, el empollón, el pasota, etc.

                Y allí estaba yo: el profesor nuevo. Un rol muy apetitoso para un alumno con ganas de juerga. Durante los primeros veinte minutos iba calando a la gente mientras explicaba el tema o en cuestión o presentaba la asignatura. Ya no lo recuerdo. El sicario gracioso trataba de hacerse notar, pero no prestarle ninguna atención hizo que se cansará.  Por informes previos ya sabía cosas de él que me decían que podía ser un payaso, pero lo que no sería nunca era un chivato. No era de los que a la mínima iba a ir corriendo a papá y a mamá.

                Seguimos la clase y el gracioso recobraba fuerza. Otra coña y pasaríamos a la acción.

                Llegó la coña y llegó mi movimiento.

                “Luis(nombre inventado), por favor, sal a la pizarra” dije con total tranquilidad, sin elevar la voz. Aquello le puso nervioso, ¿no le gritaba ni me enfadaba?

                Despacio y con dudas se acercó. Me senté en la silla del profesor. Cruce las piernas. Me apoyé en el reposabrazos y dejé descansar mi cabeza sobre el brazo derecho.

                “Luis, vamos a hacer una prueba de amistad”

                La cara de asombro del chaval era acorde a la del resto de compañeros que se miraban entre sí confundidos.

                “¿Quién es tu mejor amigo de clase, Luis?” la calma en mi voz hacía todo mucho más siniestro.

                “Juan” dijo mientras le señalaba y Juan se escondía detrás del libro como queriendo no tener nada que ver con el nuevo condenado de clase.

                “Juan, por favor, sal tú también a la pizarra”

                La cara de odio de Juan hacía Luis fue espectacular.

                “Juan, vas a demostrar que eres un buen amigo. El mejor. Vas a darle a Luis una colleja con todas tus fuerzas. Con todas, no me engañes. Si me parece que no le has dado bien, Luis suspenderá la evaluación, ¿y eso no es lo que tú quieres, verdad?”

                Risas. Risas de Juan y de Luis. Yo aguantaba la risa. Hablan entre ellos discutiendo que hacer. Parece que alcanzan un acuerdo y se disponen a deleitarnos con una imagen digna de youtube.

                Luis encoge el cuello, pero le pido que mantenga la cabeza erguida. Juan alza la mano entre risas. Le recuerdo que no puede ser débil, que le demuestre cuánto le quiere como amigo. La expectación es total. Cuando va a lanzar la “amigable” colleja Luis se echa para atrás. No está preparado.

   Recibir un collejón puede ser doloroso, puede picar, y a veces ni siquiera duele. El problema era la espera. La tensión de saber que estas esperando el guantazo de tu vida. El factor sorpresa le quita un punto de dolor a la cuestión. Aquí no había sorpresa, había agonía y un público expectante sediento de sangre.

Volvieron a la posición inicial. Luis se había armado de valor. La mano arriba como en una guillotina. El cuello estirado. El verdugo y el público ansiosos. La cuchilla cayó inmisericorde sobre aquel cuello expuesto y sonó como un redoble de platillos. Aplausos. Risas. Luis había sido un valiente. Se reía a la vez que se retorcía de dolor. Su amigo entre risas le pedía perdón.

Un mensaje se les quedó grabado.

Este año nos lo vamos a pasar muy bien, pero con don Rafa en nuestro lado.

Así fue.



Nota a pie de página: En caso de constituir algún delito, éste ya ha prescrito.

jueves, 20 de septiembre de 2012

LOS LADRONES SOMOS GENTE HONRADA


  DÍA 28         
   
              Este verano he probado por primera vez lo que se siente haciendo rafting. No esta mal. Había tramos muy chulos, pero luego pasabas largos ratos de remo sin sentido un poco aburridos. Gracias a Dios, los componentes de mi barca fuimos gritando todo el trayecto tratando de meternos en el papel y, en cierta medida, aumentamos la diversión.

                En total debíamos ser un grupo de casi treinta personas. Era la despedida de soltera de una amiga y nos apuntamos al tema rafting como si no hubiese mañana. Bocatas, toalla, dinero y tabaco. Ese era el equipaje más abultado. Tras una breve explicación nos dieron los neoprenos y nos embutimos en ellos. Embutimos. Esa es la definición, porque yo parecía un auténtico salchichón. Pasado un tiempo aquello cogía cierta holgura y empezabas a sentirte más cómodo, pero la primera impresión fue de total perdida de amor propio. Cuando ya te habías hecho uno con él era cuando alguien soltaba la esperanzadora frase.

                “¿Te imaginas que el que se lo ha puesto antes se meo encima?”

                Gracias. Hasta ahora era ridículo, en adelante sería asqueroso.

                Del rafting, la verdad, poco más tengo que contar. La verdadera historia comenzó al finalizar el descenso. Unas furgonetas nos recogían en el río y nos subían hasta el punto de partida. Allí nos esperaban nuestros coches con todas las pertenencias: móviles, alpargatas, camisetas, pitis, etc.

                No sin antes inmortalizar aquella estampa, nos quitamos el disfraz. Mi cuerpo agradeció que me quitase el neopreno después de dos horas y pico en absoluta congestión. Tito y yo comentábamos los avatares de la jornada sentados en el maletero del coche mientras nos cambiábamos. Pablo fumaba un cigarro a nuestro lado participando de la tertulia. Su ropa estaba en otro coche y hacía tiempo hasta que llegase su hermana.

                Y Laura, la hermana, apareció. Venía andando relajadamente desde su coche. Con una calma que produce pasmo, como si fuera algo normal en su vida, se acercó y dijo: “Pablo, vamos a tener un problema para irnos…” No le dimos más importancia, sería alguna tontería.

                No lo era.

                El mando tenía un botón específico para abrir SOLO el maletero. Laura lo usó en aras de un uso más económico de la energía. ¿Para qué abrir todos los pestillos cuando puedes abrir solo uno? Levantó la puerta del maletero y dejó las llaves sobre la bandeja trasera. Cogió sus cosas y, ni corta ni perezosa, cerró de un portazo. En ese momento se le produjo un nudo en el cerebro. Desde el otro lado del cristal le miraban, como riéndose, las llaves de su coche. Los pestillos se cerraban automáticamente, así que no había modo de recuperarlas.

                En ese momento la generación de internet  hizo acto de presencia. Ahí estábamos todos dando opiniones sobre cómo se abría un coche. Lo habíamos visto en Youtube. Perchas, bolas de tenis, portaminas…Miles de opciones, pero no os fieis mucho de Youtube. De hecho, una vez la bolita de mi Blackberry dejó de funcionar. Busqué un video que me permitiera solucionarlo sin ir a la tienda. “No más que es muy sencillo…” Empezó diciendo un joven mejicano. Y la verdad es que lo parecía.

                Tampoco lo era. Me quedé sin bolita.

             Fuimos a pedir percha y bola de tenis a los que regentaban aquel local. Les explicamos el problema y sonrieron como pensando: “Aficionados” La típica escena de Disney. Unos maleantes que, mezclados en la sociedad, ocultan su pasado. La sonrisa deja entrever un par de dientes de oro que brillan acompañados de un sonido “ TLIN”, y un guiño a su compinche.

                “Nosotros os lo abrimos, no es la primera vez que pasa”

                Justo entonces recordamos que una de las indicaciones hechas antes de empezar fue: “Dejad las cosas de valor en los coches…” Aumentan las especulaciones.

                Traen una varilla larga, unas toallitas y dos destornilladores. La toalla la ponen sobre el borde de la puerta. Con los destornilladores sobre la toalla hacen palanca hasta doblar en parte la puerta y consiguen meter el alambre. Estamos flipando. Pablo, que tenía el móvil a punto para llamar al seguro, ahora duda si llamar a la Mutua o a la Policia.

                La idea era enganchar el manillar de la puerta y tirar hasta que se abriera. El alambre era muy fino y no aguantaba tanta fuerza. Segunda opción. Llegar a apretar el botón del cuadro de mandos que abre todas las puertas. El alambre era muy corto. Mierda de alambre…

                Apareció otro de los “ladrones” con un hierro largo y fuerte, así que volvían a la carga, pero esta vez, por la otra puerta. Todos los que habíamos ido al rafting asistíamos emocionados al rescate. Rodeando el coche y con la cara pegada al cristal. Comentarios de todo tipo. Risas. Los dueños del coche: Nervios.

                Finalmente lo consiguieron. Aplausos. Abrazos. Colecta para dar un propinón al “ladrón”. Piti comentando y a los coches.

                No sé a qué se dedicaban antes. La verdad es que tenían bastante pericia en el arte de la apertura de coches, pero a nosotros nos habían dado la vida. Así que, como buen final Disney, los “ladrones” se habían hecho buenos.

                Porque en el fondo, los ladrones somos gente honrada.

                Se rumorea que Laura no ha vuelto a usar el “Botón Económico”            

miércoles, 19 de septiembre de 2012

EL COREANO


  DÍA 27             

              Me empiezo a dar cuenta de que en mi época universitaria raro era el día en que no me pasaba algo curioso. Rodajes de películas, huelgas, avisos de bomba, pero hoy me he acordado de mi primera 
experiencia con el mundo de las multinacionales.

                No recuerdo la época del año, pero estaba en la terraza del Paraninfo, asi que sería en primavera. Una cerveza y unas croquetas. Un manjar que solo el aceite cien veces usado de aquella cafetería convertía en plato de estrella Michelín. Mi móvil empezó a vibrar y me despertó del proceso de fotosíntesis. Era Álvaro, un amigo mío de Barcelona que en aquella época estaba montando su propia agencia de medios. Hacia tiempo que no hablaba con él, así que respondí al teléfono ilusionado a la vez que sorprendido. Tras la puesta al día de rigor me soltó la bomba.

                “Rafa, ¿tienes la tarde libre?”

                Pregunta compromiso. ¿Qué querrá? Estaba libre y mi amigo necesitaba un favor. Daba un paso al frente voluntario, pero la curiosidad me estaba matando.

                “Verás. Vamos a montar un evento para Samsung en unos meses en Madrid…”

                Perfecto. Necesita azafatos. Soy tu hombre.

                “Necesito alguien allí para enseñar las localizaciones de nuestros stands en la ciudad…”

                Bueno, guía turístico tampoco estaba mal.

                “Les he dicho que nuestro socio en Madrid se encargaría de todo…”

                Bien, pues que se encargue tu socio.

                “Obviamente no tengo socio en Madrid, y vas a ser tú”

                Me entró la risa. La explicación siguió y cada vez era más divertido. Iba a venir un coreano de Samsung para supervisar toda la operación. Yo, como socio de GT Media, le tenía que “tomar el pelo”. Llevármelo a varios Carrefour de la Comunidad de Madrid y venderle la moto. El problema es que yo no tenía ni idea de que moto tenía que vender y, por lo que parecía, Álvaro tampoco mucho. La cosa era que yo le hiciese el lío al coreano para que aceptase, vender un poco de humo, y luego él se encargaría de todo.

                “Tranquilo, este verano te pago unas cuántas copas” Sigo sin recibir nada. El año que viene se lo recordaré.

                Junto a mí estaba Juan Villanueva. Le engañé y empezamos a prepararnos. Lo primero, ponernos traje. Imprescindible. Lo segundo, comida de empresa en el Burguer. Lo tercero, llamar al coreano.

                Para hacer todo mucho más curioso, el coreano se llamaba: Yo. No es coña. La conversación telefónica fue de cámara oculta.

                “¿Yo?” Pregunté. “Yo” Respondía. “¿Yo?” “Si, yo” Asi durante un rato hasta que nos pusimos de acuerdo. Nos veríamos por la tarde en el Carrefour de San Sebastian de los Reyes( creo que estaba allí)

                Esperábamos en el parking junto al coche. Habíamos llegado con tiempo para ver el edificio por dentro y pensar que le iba a contar a nuestro querido señor Yo. Un coche grande con cristales tintados apareció y aparcó junto a nosotros. En el momento en que bajó un coreano bajito seguido de un hombre y una mujer parecía que íbamos a hacer una entrega de drogas. Lo reconozco, estaba un poco nervioso, pero hasta entonces yo creía que el señor Yo era un mindundi que pinchaba en Samsung casi tan poco como yo en GT Media.

                El hombre y la mujer iban detrás de él haciendo reverencias y besando el suelo donde pisaba. Me empecé a mosquear. Se presentaron. El señor era un jefazo de Samsung España, la señora no lo recuerdo, pero también cortaba el bacalao, y el coreano, al parecer era un semi dios de Samsung.

                Juan y yo nos miramos. Todo el menú combi del Burguer empezó a sudarlo mi cuerpo. Ante todo, tenía que mostrar tranquilidad y aguantar el farol. Total, el coreano no se iba a enterar de nada…

                ¿De nada? Empezó a hablar en español y parecía que había nacido en Valladolid. Había que tirar de la épica. Esto era como un examen en el que en una de las preguntas te han pillado y tienes que tirar de inventiva. Mi especialidad. Pero el problema es que estos solía acabar suspendiendo. Cuando llamé a Álvaro para comentarle el personal que había venido flipaba mientras se meaba de la risa.

                Lo di todo. Me preguntaba por la ubicación de los stands y yo le defendía todos los pros y los contras, las zonas calientes del supermercado, la visibilidad del producto, etc, etc. Sin tener ni idea de lo que realmente decía, pero a base de oir este tipo de cosas a profesores y entendidos se me había ido quedando.

                Varios centros comerciales fallidos después, acabamos por encontrar algo de su agrado. Lo mejor era que cada vez que yo me marcaba un discurso comercial, los dos jerifaltes de Samsung España asentían con la cabeza y aplaudían mis comentarios. El coreano fue más duro de roer, pero terminó cayendo.

                Cada vez que llamaba a Álvaro sus risas iban en aumento. Yo solo pensaba: “¡Cabrón!”

                Al final lo conseguimos. El Socio de GT Media resultó ser un figura.

                Eso si, la próxima vez que me avisen con tiempo
                

martes, 11 de septiembre de 2012

ESTAFA AL SEGURO


DÍA 26

                Tras muchas semanas de sequía, me decido a dar comienzo al curso con una nueva entrada. Ya era hora. En una de las primeras historias escribí sobre los atascos que solíamos encontrar todas las mañanas en el autobús cuando íbamos a la universidad. Sin embargo, pasado el tiempo, poco a poco fuimos haciéndonos más asiduos a bajar en coche.

                Al principio podía ser un día a la semana, luego dos, y al final, si no tenías coche te planteabas seriamente ir a clase. El cuerpo se acostumbra a lo bueno y el nuestro no iba a ser menos.

                Uno de los primeros días, no recuerdo por qué motivos, pero fuimos en el coche de mi padre. Eugenio, Josemaría y yo en un coche bueno y bastante grande. Aunque no me haya identificado mucho nunca con el sector, la imagen representa lo que todo el mundo piensa en esta situación: Pijos, hijos de papá. No había lugar a dudas.

                Salíamos del aparcamiento de Derecho con los estómagos ansiosos por entrar en acción. La mirada baja para no ser reconocido por los compañeros o por algún profesor. Con el número de alumnos que había por clase, esto último era más difícil que ocurriera. El semáforo se puso en rojo y Josemaría frenó bruscamente tratando de evitar la colisión con el coche que nos precedía. El conductor de detrás no tuvo tantos reflejos y nos dio lo que coloquialmente se conoce como un “besito”. Susto. Nos bajamos del coche y comprobamos los posibles daños. La otra parte estaba de los nervios. Creo recordar que gritaba. En principio parecía que no había pasado nada, así que intercambiamos móviles por si más tarde veíamos algún desperfecto. Gritando se metió en su coche y se fue.

                Volvemos al coche y remprendemos la marcha.

                “El caso es que me he dado un buen susto”

                “Me molesta un poco el cuello…”

                “¿Vamos al hospital? Nos podemos sacar una pasta!!”

                Lo sé. Es triste. Pero seguro que alguna vez lo has pensado. Estas en la universidad y tus ingresos no son para tirar cohetes. Fuimos corriendo al hospital. La historia estaba montada. El golpe por detrás nos había dado un latigazo en el cuello y estábamos molestos. Hasta ahí era todo verdad, menos las molestias, pero más tarde acabaron apareciendo.

                A la entrada del hospital estábamos los tres con el cuello absolutamente tieso. Ensayábamos los movimientos para mirar hacia un lado sin girarlo. Pacto. Repartimos lo que nos den entre los tres.

                Vamos andando con cara de malestar hacia la puerta automática que nos permitía el acceso. Se abrió. Nos dimos la vuelta y salimos presas de un ataque de risa. Nos costó tranquilizarnos, pero finalmente lo conseguimos.

                En recepción estuvimos enormes. Que interpretación. Contamos la historia y  nos hicieron pasar a la sala de espera. El proceso de sentado fue largo. No podíamos doblar la espalda ni mover el cuello. Esperamos. Si me decía alguno algo, giraba el cuerpo entero sin mover para nada las vertebras. Varias veces estuve a punto de romper en lágrimas de risa, pero además, a fuerza de tenerlo en tensión, el cuello empezó a dolernos  a los tres.

                Clásico proceso de radiografías. En unos minutos nos recibiría el doctor para darnos un diagnóstico. Más sala de espera. Teníamos mucha hambre.

                Una enfermera viene a buscarnos: “Martínez-Echevarría” . Nos levantamos como si hubiéramos recibido una paliza y le seguimos.

                Llegamos a la consulta y nos recibió el médico muy amablemente.

                “¿Quién de vosotros es Rafa?”

                Caras de sorpresa de los tres y yo levanto la mano y respondo sorprendido.

                “Verás, te vas a tener que quedar ingresado en el hospital el fin de semana”

                El miedo recorrió el cuerpo de los tres en un instante. Imagino que mi cara quedó absolutamente pálida, pero no pude verlo. Nos miramos acojonados. Por un momento nos pasó a todos por la cabeza decir: “Que era broma, hombre!!!” Por la mía pasó la imagen de la cabeza de la niña del Exorcista dando un giro de 360 grados y pensé en emularla para demostrarle que estaba perfectamente.

                “Tienes aplastada una vertebra y debes quedarte en observación por si bla, bla, bla..”

                Dejé de escuchar. Creo que aquello me lo había hecho previamente jugando al fútbol, pero no me acordaba y no estaba registrado en mi historial. El resto tenían el clásico esguince cervical. Collarín un par de días y a correr. Le dijimos que íbamos a hablar con nuestros padres y le decíamos algo.

                Mis padres estaban de viaje y por supuesto que no íbamos a llamarles. Teníamos que negociar.

               “Rafa, quédate. Eso seguro que lo pagan súper bien. Hospitalización. Esta noche montamos copas silenciosas en tu habitación.”

                Con mis padres fuera era un buena opción, y la verdad es que aquello olía a mucho dinero. Pero la cruda realidad es que nos hicimos un poco de caquita. ¿Y si volvían mis padres?¿Y si les llamaban del hospital? Decidimos preguntar las alternativas.

         “Si quieres quédate en casa haciendo absoluto reposo. En la cama todo el fin de semana descansando”

                “Ok. Haremos eso, no se preocupe. Gracias”

           Aquella noche acabamos a “menos cuarto” en Green y al día siguiente jugando al fútbol en la Regional Madrileña. Actualmente hay días en que mi espalda me recuerda que no está al 100%.

                Pero, ¿cuánta pasta sacamos? Finalmente nada.

                Josemaría llamó al conductor contrario para pedirle datos del seguro. Se puso como un ogro. Era profesor. Decía que conocía a nuestro hermano y que nos iba a hacer la vida imposible en la universidad.

                Decidimos que mejor acabar la universidad y ganarnos un salario honradamente.

lunes, 30 de julio de 2012

SUEÑOS OLÍMPICOS


DÍA 25

                Han empezado los Juegos Olímpicos. Me encanta. En cualquier momento enchufas Teledeporte y disfrutas de cualquier competición. Personalmente, me encantan los deportes poco conocidos. De esos en los que el deportista no es nadie y no volverá a ser nadie hasta los próximos Juegos. Igual gana medalla de oro y a su vuelta, en el aeropuerto, nadie le reconocerá ni pedirá autógrafos.

                Ayer vi un partido de Badminton. Divertidísimo. Dudo si ir esta tarde a Decathlon y comprarme un set como el que todos hemos tenido en nuestra infancia y hemos usado una vez. La red se enrollaba tanto que, si alguna vez te daba por volver a usarla, la rompías. Voy a pasear por todos los pasillos con un objetivo. Encontrar un deporte raro que me haga olímpico. Mi mayor sueño.

                Pero tanto olimpismo trae normalmente un recuerdo a mi memoria. Jesús Carballo. Atlanta 96. Edad: 13 años.

Después del éxito rotundo de Barcelona 92, en estas olimpiadas no estábamos cumpliendo con las expectativas. Las medallas no eran muy normales y aquella madrugada teníamos el oro casi fijo. Con ansias de celebrar algo y escuchar nuestro himno por primera vez en aquellos Juegos, nos preparamos para una noche larga. A las cuatro y media de la madrugada le tocaba a Carballo. Teníamos que hacer tiempo, y en aquella época, la opción irse de copas y volver justo para el evento no se contemplaba. Así que hicimos algo mejor. PCFUTBOL 4.0 en vena. Josemaría, Bosco y yo. Cada uno su equipo. Plantear estrategia. Hacer fichajes. Entradas al estadio baratas para fidelizar al aficionado. Tocaba ascender a Primera.

                Empezamos prontito, con lo que horas después nuestros futbolistas pedían tregua. Ya en primera División y en puestos Champions, abandonamos a nuestros clubes a su suerte para lamento de la afición. Me imagino las pancartas en el estadio de “Rafa Vuelve” “Rafa, no me jodas”.

                Todavía podían ser las dos de la mañana. La gimnasia artística empezaba a hacer caer nuestros párpados y no lo podíamos permitir. Coca- Cola. Creo recordar que mi hermana Macarena se unió a la espera. Pusimos una película. Las miradas al reloj cada vez eran más frecuentes, como creyendo que así el tiempo pasaría más rápido. Si alguien caía rendido recibía un golpe de cojín lanzado desde la distancia. Estábamos todos en el mismo equipo.

                Cuando las manecillas marcaron las cuatro nos empezamos a animar. La peli había terminado. Volvíamos a sintonizar con el Pabellón de deportes y saltábamos de emoción. Ya solo quedaba media hora, y después, colgarnos el oro al cuello. ¡Vamos Carballo! La comentarista de la Gimnasia explicaba la situación. Esa señora es una enciclopedia de deportes de baja audiencia. También se encarga de natación sincronizada, doma clásica, judo, etc. Y asi lleva como quinientos años.

                Carballo se quita el chándal. En aquella época teníamos clase y no era de Bosco Sport( que putada le han hecho a mi hermano). Nos incorporamos en el sofá. Ya nadie estaba repanchingado, sino en absoluta tensión. Magnesio en las manos. Se acerca a la barra. Con gritos animábamos creyendo que nos oiría desde el otro lado del charco. Le ayudan a subir. Cara de concentración. Empieza a girar. Hace varias sueltas( vamos, saltos, pero esto lo he aprendido de con el tiempo por nuestra gran comentarista). Y en una de esas sueltas, nunca volvió a cogerse a la barra. Piñazo contra el suelo. La esperada medalla se iba a la basura.

               Horas de espera. Un equipo de fútbol dejado en la estacada. Litros de Coca Cola consumida. Lucha contra el párpado obeso. Quince segundos y al suelo.

                No hubo gritos. No hubo protestas. No hubo quejas. No recuerdo quien cogió el mando y apagó la tele. Nos pusimos en pie y nos fuimos a la cama. Nadie dijo nada. Pero en nuestra cabeza solo había un pensamiento: “Hijo Puta”

                Con el tiempo me doy cuenta de que el pobre Carballo es el que debía estar hecho polvo. Para mi fue una noche divertida con un final menos feliz de lo esperado, pero yo no había estado entrenando cuatro años para caerme en el momento crucial. Admiro a estos deportistas. No cobran millonadas, lo hacen porque les gusta, porque aman ese deporte que a veces nos puede parecer absurdo.

                Tengo un sueño y espero poder cumplirlo algún día. Seré olímpico. Cuando los niños sintonicen Eurosport a altas horas de la madrugada para verme ganar un oro en un deporte casi desconocido, espero no decepcionarles.

                Y mientras suene el himno, miraré a cámara y diré.

                “Te debo una Carballo”
                                                              
                 

lunes, 9 de julio de 2012

LOS REYES MAJOS



DÍA 24

                Mi amigo Ernesto, cariñosamente conocido como Erno, lleva unos meses poniendo en duda nuestra amistad. “O me sacas en el blog, o tendremos un problema”. Por lo tanto, he decidido contar la historia en que hicimos de Reyes Magos en un barrio de Madrid. No nos vestimos con capas y barbas, ni coronas ni nada. Éramos meros emisarios de sus majestades.

                Muy de mañana nos presentamos en la parroquia que organizaba el tinglado. Nos dieron los juguetes y regalos y las correspondientes direcciones a las que los debíamos llevar. Cargaditos de juguetes, como en los villancicos, empezamos a buscar la primera casa. Durante nuestro caminar, los nervios iban en aumento. La vergüenza también hacia acto de presencia. Nos íbamos a meter en una casa a repartir ilusión, como el calvo de la lotería.

                En las películas americanas este tipo de cosas son muy bonitas. Música de fondo: All I want for christmas is you. Abre la puerta una mendiga, aunque espectacularmente guapa, madre soltera. Tose. Pasan frio. Una niña de cabellos rizados se esconde graciosa detrás del sofá. Con algo de miedo se acerca y coge el paquete. Lo abre. Sonrisa Profiden. Abrazo. “Dios os bendiga” Sigue la música. El protagonista, que se está marcando el punto “Soy mazo mono” con la chica que le acompaña, pasea entre risas y bajo la nieve en Central Park. Ella se rie más. Nunca entenderé muy bien de que coño se rien. Siguiente escena es un pavo enorme dorado al horno. Familia con jerseys muy horteras de punto con motivos navideños. Mirada complice de los enamorados. Fin.

                Pues en nuestro caso, ni nevaba, ni había música, ni Central Park, obviamente no estábamos enamorados, y desde luego teníamos la suficiente clase como para preferir ir en camiseta a tres grados bajo cero antes que usar esos jerseys.

                La primera casa fue bastante desalentadora. Nos abrió el chaval al que íbamos a sorprender. Pusimos nuestra mejor cara de alegría. Nos miró con cara de asco. Miró el regalo con cara de muchísimo más asco. Levantó la mirada y dijo. “Pues vale”. Y cerró la puerta.

                Se fueron sucediendo decepciones, hasta la última casa que visitamos. Allí se dio una mezcla curiosa de sensaciones.

                Nos abrió la puerta un niño de unos siete años. Nos hizo pasar y gritó en busca de su madre. Estaba bastante contento. Se agradecía. Sin haber encontrado a su madre volvió ansioso donde esperábamos y con los ojos muy abiertos ansiaba el regalo. Se lo dimos. Lo abrió y se destapó el tarro de las esencias. Trataré de transcribir lo más fielmente su modo de decir el equivalente al “Dios os bendiga” de las pelis. Aunque suavizado, aquel niño de siete años que no llegaba al metro veinte, vino a decir entre gritos:

                “Joder!!!Esto es la p…, me cago en mi p… madre!!!Tócate las b…!!! Un Action Man!!! Flipas!!!”

                Cargado de tacos y alguna blasfemia, aquel niño hizo que todo lo demás hubiese valido la pena. Estaba feliz. Emocionado es poco. Saltaba, se daba cabezazos con el sofá, con el Action Man…Su mirada de agradecimiento era total.

                Pero nos quedaba otro paquete en la mano. Nuestros datos decían que había un segundo niño en esa casa, y teníamos que darle su regalo. “¿Dónde esta Oscar?”

                “Le daba vergüenza y se ha metido en el baño” dijo el chaval sin apartar la mirada de su muñeco. “Ojaaar!!Qué salgas!!!”

                Pobre. El chavalín era tímido. Probablemente cuando viniese su madre tendría el valor para salir en sus brazos. Los extraños debíamos asustarle. A Erno y a mi se nos reblandecía el corazón. El otro empezó a aporrear la puerta del baño. “Ojar!!Que traen regalos!!Abre ya!!” Más palabrotas.

                Por fin llegó la progenitora. Saludos. Se acerca a la puerta y con voz suave trata de convencer al niño. “Venga Oscar, que han venido estos señores a traerte un regalo…” “Ojaaaaaar!!!” gritaba el enano. Los minutos pasaban y Oscar no daba su brazo a torcer. La madre seguía intentándolo.

                Finalmente, una voz surgió del baño. Pero no la angelical de un niño pequeño vergonzoso, sino la de un camionero con resaca de cuatro días de borrachera: “Mama, que paso, déjame en paz”.

                Erno tenía el Action Man en la mano. Nos miramos. Miró al muñeco y me dijo: “Se lo fuma”

                Seguía la discusión familiar y vimos que aquello era insostenible. Nos excusamos y le dejamos el juguete al pequeño para que se lo diese al hermano. Nos estaba entrando la risa y había que huir. El pobre párroco debía actualizar un poco las listas.

                ¿Seguirá Ojar jugando con su Action Man?

                Lo importante fue la intención
               
                 

miércoles, 6 de junio de 2012

SE FUE A POR TABACO...


DÍA 23

                Han sido muchas semanas de ausencia. Diferentes movidas y la boda de mi hermano Bosco me han tenido en jaque durante todo este tiempo. En las copas del enlace, mi amigo Arce, me hizo recapacitar. Tenía que volver a escribir.

                De la boda de mi hermano podré sacar varios temas con historias que pasaron, historias que se quedaron a medio realizar e incluso una historia que pudo ser y no fue. Hoy me voy a fijar en una frase muy propia del Diario de Patricia. “Se fue a por tabaco, y no lo he vuelto a ver”

                ¿Y qué tendrá esto que ver con la boda de Bosco?

                Viernes 1 de junio. Día del esperado enlace.

                Como si de un día cualquiera se tratase, me desperté con las energías propias de un asalariado. Pocas. La noche anterior tras una cena de despedida familiar con Bosco, reunimos a varios amigos y nos fuimos a rondar a la novia. Una costumbre que empezó en la boda de mi hermana Macarena y que poco a poco ha ido cogiendo solera. Tras desvelar a la novia y al resto de vecinos de la urbanización nos pareció prudente ir a tomar una copita a una terraza de Majadahonda para rebajar la emoción. No se alargó mucho, pero me había dejado destrozado.

                Fui al colegio e impartí las clases que me tocaban hasta las 12:30. Los niños me atosigaban haciéndome preguntas sobre todos los detalles del evento. Ahora entiendo a Paquirrín cuando le preguntan sobre su hermano Fran. Respondí a los interrogatorios con la sonrisa propia de un famoso haciendo de embajador de una ONG. Por fin estaba libre.

                Camino a casa ultimaba en mi cabeza los detalles en los que tenía que echar una mano a mi hermano. Conseguir cámara de video, tarjeta de memoria para el photo call, etc. Y después de esas gestiones quedaba la más importante. A la piscina a coger color. Mi sobrino Álvaro y yo mano a mano. Dos comics de Lucky Luke. Uno para cada uno. Un vaso muy grande de Coca Cola lleno de hielos. Mi sobrino no, porque llevaba varios días tocado y tenia que reservarse para la tarde.

                Una llamada de Bosco me saca de mi concentración en la fotosínteis. La cava de puros estaba cerrada. Tenía que mirar horarios o teléfono para enterarnos de a qué hora abrían por la tarde. A las cinco de la tarde. Las cartas estaban sobre la mesa y la jugada empezaba.

                No teníamos tabaco ni puros para la boda. El estanco abría a las cinco y la boda era “a las siete”(hubo retrasos). Puntuales como un suizo nos plantamos en la puerta. Los dos en bañador a escasas dos horas para el comienzo del jaleo. Yo esperaba con el coche arrancado dispuesto a quemar rueda antes de que Bosco hubiera podido cerrar la puerta siquiera. Llamada de la fotógrafa (mi cuñada María) para pedir el piso de Rocío que iban a hacer las fotos de la novia de rigor. Corro a buscar a Bosco, ya que no le podía decir donde estábamos. A Rocío podía darle un jamacuco. Obviamente, Bosco no tuvo fotos de novio vistiéndose de chaqué.

                Bosco le explicaba al estanquero la situación: “Necesito puros para mi boda”

                Con una sonrisa le responde: “Ah que bien. ¿Cuándo es la boda?”

             Con la misma sonrisa, pero esta vez de no tengo un minuto que perder contigo, dice Bosco: “Dentro de dos horas”
              
               Al estanquero le cambió la cara y mirándole sorprendido le dijo: “Eso, ¡con dos cojones!”
            
              Pues igual debería aumentar el número de los mismos porque en ese estanco no tenían puros de los que necesitábamos, ni parecidos. Teníamos que ir corriendo a otro estanco que tenían en el centro de Las Rozas.

                Gracias a Dios, a esas horas las calles no estaban muy transitadas y nuestro rally no se vio interrumpido por alguna tortuga motorizada. Frenazo cerca de donde nos habían indicado, pero no sabíamos bien donde estaba. “¡Allí!” Grité señalando. Bosco voló y yo seguí esperando con la marcha primera metida. Pocos minutos después estaba de vuelta con varias bolsas.

                Llegábamos a casa y eran las cinco y media. A las seis yo tenía que estar recogiendo al sacerdote que los casaba. Me duche deprisa y salí corriendo.

                Después fue todo un no parar. Boda. Fotos. Abrazos. Tabaco. Copas. Baile. Abrazo de despedida. Lágrimas

                La última vez que estuvimos mano a mano en casa fue tal y como os lo he contado. Después, ya lo dijo el Diario de Patricia.

                “Se fue a por tabaco y no lo he vuelto a ver…”

                Aunque en este caso habría que añadir “…por ahora”

                Empiezo una nueva vida como “hijo único”, pero muy cerca de mis hermanos.

domingo, 29 de abril de 2012

COME TODO LO QUE QUIERAS


DÍA 22

                Hay personas que en momentos cariñosos han recibido el apelativo de gordo, gordito, gordi, etc. En el caso que ahora pretendo contar, lo único que se puede decir de los protagonistas, entre los que me encuentro, es gordo. Pero gordo con L. GOLDO.

                Era mes de julio. En estas fechas, en las calles de Madrid comienza a notarse la desertificación veraniega. Con esta premisa, los negocios sacan sus mejores armas, sin saber que a veces se pueden volver contra ellos. Era momento de ofertas.

                Eugenio y yo circulábamos por el parking del Decathlon de Majadahonda. Al fondo, en el restaurante Búfalo Grill un gran cartel nos recibía con música celestial. “Todas las costillas que quieras por 12 euros”. Estaba todo dicho. Habían captado mi atención y así lo hice notar con un frenazo en la puerta que casi nos obliga a comernos el volante. Aparcamos el coche y entramos rápidamente.

                El local estaba absolutamente vacío. Por dentro era de madera, lo que me recordó al viejo restaurante abandonado en el que empezaba la aventura de Los Goonies. ¿Sería este el comienzo de una buena historia? Sentado en un taburete de la barra estaba el que parecía ser el encargado y único inquilino del local. El mensaje publicitario era bastante claro, pero no queríamos dudas ni vernos sorprendidos por la letra pequeña. Básicamente, nuestra pregunta fue: “Pero…¿todas, todas?” “Sí, todas” respondió. “Disculpe, igual no me he expresado bien…¿Todas?” “Sí, una vez que acabes el costillar, te ponemos otro” Creo que volvimos a preguntarle hasta tres veces más para asegurarnos. A él no le hizo mucha gracia, pero menos le iba a hacer cuando volviésemos esa misma noche.

                El objetivo estaba marcado, pero era necesario un equipo con los mejores. Cuando atracas un banco o un casino necesitas un grupo con diferentes habilidades. En nuestro caso lo que buscábamos era un mismo perfil. Auténticas limas. La actitud del encargado no me había gustado y mi estómago clamaba venganza. Esa noche íbamos a desbancar el Búfalo Grill.

                Eugenio, Charlie, Rata, Lillo, Josemaría y yo (había alguno más que ahora no recuerdo). En aquella época en que el wassap no era más que un sueño, los móviles había estado echando chispas toda la tarde. Al final el equipo se había montado. Sin disfraces, sin tecnología, sin engaños. Éramos nosotros contra la cocina.

                Las bebidas se pagaban aparte. Bebimos agua. Como entrante nos trajeron una ensalada. Separamos las hojas secas esparciéndolas por el plato haciendo ver que ya habíamos comido. Nos mirábamos relamiéndonos pensando en lo que se nos venía encima. Retiraron los platos. Como si fuese la salida de un premio de formula uno, nuestros estómagos rugían expectantes.

                Se abrió la puerta de cocinas. Cámara lenta. Si la vida hubiese tenido banda sonora se oiría la música de Ocean´s Eleven. Cada uno recibió una fuente con su propio costillar acompañado de patatas fritas. No recuerdo quien fue, y aun así tampoco diría su nombre para no delatar su falta de profesionalidad, cogió una patata humeante y se la llevó a la boca. Debería haberle hecho escupirla, pero simplemente le recriminé. “Las patatas las comes en casa cuando quieras, y además te llenan un montón. ¿Has perdido la cabeza?” Asintió con un gesto y se dispuso a cumplir la misión.

                Empezamos a comer. Costilla. Costilla. Costilla. Respiro. Costilla. Agua. Costilla. Nadie habla. Con un guiño a la camarera entiende que necesitamos un segundo costillar. Continuamos con el proceso.

                Al terminar la segunda fuente aparecen las primeras complicaciones. No llegó la policía, no se nos estropeó el sistema de control de ascensores, no falló el número de contraseña de la caja fuerte, simplemente parecía que teníamos una baja. Josemaría levantó la mano y dijo que no podía más, que se iba. Que vergüenza. Mi propio hermano era el que iba a traicionarnos. Pero los equipos están para eso, para no romperse, para apoyarse en todo momento y compartir su sabiduría. Charlie le miró con desgana y le preguntó “Pero, ¿te has desabrochado el pantalón?” La solución había funcionado. Seguíamos todos. La nueva holgura de pantalón le permitió continuar.

                Cuando habíamos terminado el cuarto costillar cada uno levanté la mano pidiendo un quinto. No hay quinto malo que dicen, y tenían razón. Fue con el quinto cuando la banca estalló. “¡No pienso traeros más!¡ No me responsabilizo de lo que os pueda pasar!” Estaba de los nervios. Con mucha calma le dije: “Estupendo. Bajo nuestra responsabilidad. Tráiganos otro costillar” No se podía controlar. “¡Fuera de aquí!¡No pienso daros más!”

                Los gritos y mis peticiones del quinto costillar se fueron sucediendo. Pero yo ya no quería más. Estaba satisfecho. Nos echaron. Nos echaron de un Come todo lo que quieras. Salimos con la cabeza bien alta, y alguno con el pantalón desabrochado, pero victoriosos.

                Al día siguiente pasamos por delante y vimos que habían quitado el cartel.

                Aquel fue mi Casino Bellagio.

                Que se prepare McDonalds.

viernes, 27 de abril de 2012

LA BIBLIOTECA


DÍA 21

                La biblioteca de la Facultad de Derecho es un sitio en el que no se puede estudiar. Es cierto que el nombre biblioteca indica todo lo contrario, pero en este caso, fue diseñada para otros fines. Pasarela de modelos, sala de lectura de periódicos (Marca preferiblemente), espacio de ligue, pero rara vez de estudio. Lo único que tiene en común con el resto, es que se permite alquilar libros. Teniendo en cuenta el volumen de los tochos a estudiar en Derecho y su precio desorbitado, para el préstamo era bastante práctica.

                Una vez situados en el lugar de los hechos, creo que podemos pasar a describir los mismos.

                Ocho y media de la mañana. Minuto arriba, minuto abajo. Con los dedos de las manos bastaba para contar los usuarios en aquel momento. Mi hermano Josemaría, mi amigo Eugenio y yo (probablemente después de haber sufrido uno de los conocidos atascos) queremos devolver un libro. Nosotros sabíamos cual era el funcionamiento. Alquilas un libro y lo devuelves antes de la fecha límite. En caso de no devolverlo, se te multaba con días en los que no podías retirar nuevos ejemplares. Lo que jamás podíamos imaginar es que los puntos de colores que llevaban pegados los volúmenes en sus lomos tenían algún significado. Pero los tenían. No los recuerdo bien, salvo la excepción del punto rojo.

                El punto rojo (expresión que hace temblar a toda persona que haya cursado el parvulario en Orvalle), significa que ese libro no puede, bajo ningún concepto, ser sacado de la biblioteca. Solo intentarlo haría saltar las alarmas al atravesar los arcos magnéticos en las puertas de salida.

                Y ahí estábamos los tres. Con un libro Punto rojo, sacado por ignorancia y fallo del sistema de seguridad, ante el bibliotecario que en ese momento estaba de turno. Trataré de ser lo más fidedigno en explicar lo que ocurrió.

“Hola, venía a devolver este libro” dice Eugenio en voz baja para no molestar.

El bibliotecario levanta la mirada preparado para cumplir con una de sus tareas de forma rutinaria. Su cerebro se activaría a esa hora tan temprana con la orden “Devolución de libro” y el proceso a seguir. Peros sus ojos se abrieron como platos. Abrió la boca y retiró la silla hacía atrás. “¿Es un punto rojo?!” preguntó alzando la voz. Eugenio, extrañado, giró el libro y vio una pegatina circular del color indicado. Uniendo las piezas en su cabeza, constato que aquello era, en efecto, lo que se le preguntaba. “¿Sí?” Respondió dubitativo.

“¡¿Un punto rojo?!” La voz ya subió bastantes tonos. Las cabezas que hasta ahora fingían concentración empezaron a levantarse curiosas por ver lo que sucedía. Nosotros tres nos miramos con cara de no entender absolutamente nada. El bibliotecario se llevaba las manos a la cabeza. Sus compañeros asomaban detrás de las puertas no pudiendo creer lo que estaba pasando. Un punto rojo para devolución. La leyenda empezaba a forjarse.

“¿Tú sabes que estos no se pueden sacar? ¿Tú sabes lo que te puede pasar por esto?” No podíamos creer lo que estaba ocurriendo. Se acerca un compañero y le pregunta qué pasa. “¡Ha sacado un punto rojo!” “¿Un punto rojo? ¡No es posible!” Responde también alarmado. Creí que una alarma iba a empezar a sonar desprendiendo luces de colores. Unos agentes de bibliotecas iban a descender del techo haciendo rappel como en las películas de policías. Probablemente Eugenio fuese expulsado de la Universidad, no sin antes hacer escarnio público de él en la puerta de la Facultad.

                Todos los bibliotecarios se reunieron ante el mostrador. “No sé lo que te va a pasar chaval, no lo sé. Pero atente a las consecuencias.” Se arremolinaron ante el ordenador de préstamos. Esto no lo vi, pero dado el cariz que tomó la situación, supongo que los dos bibliotecarios de mayor antigüedad sacaron “la llave”. De forma simultánea las introdujeron en sus respectivas ranuras y las hicieron girar desbloqueando el sistema. Nos temíamos lo peor.

Cogió el libro. Pasó el código de barras por el escáner. Varios pitidos.

Se dio la vuelta y mirando fijamente a los ojos a Eugenio, dijo:

“Dos días sin poder sacar libros”

                ¿Tanto lío para eso?

Una conclusión saqué de aquella experiencia.

Bruce Willis estaría orgulloso de aquel bibliotecario.

jueves, 19 de abril de 2012

FÚTBOL EN EL RECREO


DÍA 20

                En mi colegio, como en casi todos los que hay en España, el fútbol es una religión. El que no lo practica o, al menos, le gusta, suele tener unos años de infancia un poco más solitarios que el resto. A la hora del descanso no había posibilidad de dudas. Se jugaba al fútbol. No es que no hubiese otras opciones, sino que se descartaban de antemano.

                “¿Hay bola?” Se oía gritar antes de salir de clase. El que la había traído levantaba un brazo en señal de victoria con el trofeo en la mano. Había partido. Se cruzaban algunas miradas buscando compañeros de equipo para aquella contienda y todos se ponían bien en su sitio para salir los primeros.

                Al llegar al campo todo debía ser muy rápido. No había tiempo que perder. Pares. Nones. Los dedos decidían la suerte de los capitanes y se elegían los equipos. En juego no había ningún trofeo o premio, solo el orgullo y el poder restregar al contrario la victoria hasta el próximo descanso.

                Si tenías suerte, en tu equipo había un portero. Si no, último en tocar el larguero se queda. Actualmente, el hecho de que la novia de Casillas sea tan famosa y, para algunos, guapa, hace que este problema no exista. Sobran porteros.

                Hasta aquí no hay nada extraño. Niños que sueñan con acabar las clases para poder salir a jugar al fútbol. Supongo que en todos los colegios ha sido así desde tiempo inmemorial y así seguirá. Pero yo voy a hablar de lo que pasaba(y pasa) en Retamar.

                Ciento sesenta niños en una promoción encerrados en un mismo campo. Número mínimo de balones: Seis. Uniforme: todos con pantalón gris y sudadera azul. Balones: todos iguales( Telepizza y Coca Cola hicieron varias promociones con balones de regalo que hacían todo más complicado). El lío estaba organizado.

                Y entonces es cuando surgía la magia. Si fuese una película, probablemente empezaría una música instrumental y algunos planos de cámara lenta. De un modo que aún hoy desconozco, todos sabían a quien pasar, a quien quitarle el balón, cuál era su balón y ver un desmarque entre “muchas líneas”. En ocasiones, incluso se trenzaban jugadas propias de un alto nivel futbolístico. Los pases medidos al pie, los regates en un palmo de terreno y el disparo buscando la escuadra donde estaba el portero de “otro” partido hicieron depurar mucho la técnica de los chavales.

                Si alguien tocaba un balón que no era de su partido, la reprimenda era peor que lo que un profesor podía decirte por escupirle en la cara. De esta forma, se incrementaba la concentración de los jugadores que seguían el balón con la mirada en todo momento. También se daban situaciones en que el portero se enfrascaba en una conversación con otro de los cancerberos y era sorprendido por un contrataque de gran velocidad. Una vez más, los gritos le quitaban las ganas de volver a distraerse. Además, se quedaba bajo los palos hasta el próximo gol.

                Tres pitidos, como si de un arbitro se tratase, marcaban el final del descanso y con él, el del partido. No había repeticiones de las mejores jugadas, no había polémicas posibles. Todos corrían para beber en las fuentes y en los baños. La espera en la cola para tu turno se convertía en una animadísima rueda de prensa con todo tipo de discusiones. Al alcanzar el agua te refrescabas como podías y llegabas a clase completamente sudado. Pobres profesores de adolescentes. Lo que deben sufrir.

                ¿Todo había terminado? Un guiño a un compañero de equipo. Una burla al contrario. Entraba el profesor con prisa y te sentabas con cara de estar concentrado, pero tu cabeza seguía en el campo.

                En el siguiente descanso nos veríamos las caras de nuevo.