jueves, 11 de abril de 2013

CICLISMO Y CHAPAS


DÍA 32

Aquí estamos de nuevo. Me ha costado, lo sé. Últimamente la vida me lleva un poco a rastras y el tiempo es un bien escaso para mi.

Pero se acerca el verano, pasando previamente por la primavera. En mis tiempos de niñez, en estas fechas, por abril, se corría la Vuelta Ciclista a España. Soy de los que siempre ha disfrutado de este deporte, pero especialmente en el Tour de Francia. No sabría decir si por ser mejor competición o por las fechas en que se disputaba. No hay nada mejor que una tarde de verano frente al televisor dispuesto a disfrutar de una etapa reina de montaña. Conectan a falta de 80 km de meta y con tres puertos de primera categoría por delante. Después de comer. La monotonía del pedaleo acompañado de lo insípido de los comentarios hacen de ese momento algo idílico. Te abrazas a Morfeo, o mejor a un cojín del sofá del salón, y dejas que la baba recorra tu barbilla hasta mojar la camiseta. ¿No es este el símbolo de un deportista entregado? ¿Sudar la camiseta? Pues entonces soy el mejor de los ciclistas.

Pero aquí no acababa todo. Después de la reponedora siesta abrías el ojo cuando quedaba la ascensión del último puerto. Lo que mola. Los ataques, las pájaras, el idiota corriendo al lado del ciclista que sueñas que caiga al suelo, las tácticas de equipo. Vamos, el ciclismo. Como he disfrutado con Indurain con su sonrisa y sin desabrochar el maillot, mientras sus contrincantes iban con la lengua por el suelo y deseándose la muerte. Parecía fácil, pero luego encima de una bici te dabas cuenta de que no podías subir ni de la carretera a la acera. 

Así qué no nos quedaba otra que la versión light del ciclismo: las chapas.

           El Marca, antaño un gran periódico, sacaba el especial con los equipos y sus corredores. Tocaba tarde de maillots. Los tres pequeños( Josemaría, Bosco y el que suscribe) recortábamos las plantillas sobre las que se "tejerían" nuestras equipaciones. Mientras tanto, Borja iba diseñando el resultado final. Nuestro cometido era sencillo y se terminaba en cinco minutos. Luego nos arremolinábamos en torno a Borja y disfrutábamos viendo como quedaban los colores que defenderíamos. Después de terminar cada maillot, lo levantaba y miraba orgulloso y nosotros esperábamos ansiosos a que nos lo diese para colocar con cariño en su "bici chapa". 

Era el día de la presentación de la carrera, no habría etapa. Preparándose para el comienzo del día siguiente te tirabas por el suelo practicando con tus nuevas chapas y poniendo la potencia del dedo a punto. Había que saber regular la fuerza y de año a año uno perdía la práctica. Teníamos que dejar el dedo con callo, rojito, con las marcas puntiagudas de las chapas cicatrizando junto a la uña. Todos soñábamos que ese año sería en el que conseguiríamos ganar a nuestro hermano mayor, o como poco, llegar con la cabeza de carrera hasta los puertos de montaña. Menuda noche esperaba. 

Al despertar seguíamos a Borja con la mirada. ¿Cuándo sería la etapa?¿Le habrá surgido algún plan?¿Me saldré en la primera recta? Tensa espera.

Al grito de "¡Enaaanoooos!" aparecíamos a la velocidad del rayo. Empezábamos. 

Sacábamos las cajas de rotuladores que hacían de vallas y marcaban el camino a seguir en la carrera. Mientras Borja diseñaba el recorrido nosotros le íbamos acompañando por la habitación, el pasillo, el salón, etc. Nos íbamos poniendo nerviosos ante una larguísima recta de sprinters o una curva cerrada para jugadores de precisión. Los puertos de montaña, construidos con cajas, tebeos y carpetas era lo que más tiempo llevaba. Si alguno se atrevía a entrenar en un puerto antes de que Borja terminara se llevaba gran bronca del Resto de participantes.

Salida de los corredores. El primer golpeo era muy importante y se podía ver como temblaban los dedos antes de separarse para impactar con la chapa y empezar a correr. Era dónde te demostrabas sí ese año ibas a estar entre los grandes o volverías al coche escoba. Cuando Bosco aún no dominaba el juego ni sus dedos, a pesar de empeñarse en jugar, no le dejábamos porque retrasaba todo y se hacía aburridísimo. De este modo, se nos ocurrió que la mejor forma de que no se enfadase y rompiera el recorrido con puertos incluidos era darle una función. Coche escoba. El venía por detrás de todas las chapas empujando los coches de juguete haciendo de jefe de carrera. Llevaba ambulancias, Ferraris, Porsches...vamos, el clásico contenido de la caja de 20 coches cutres de los chinos. Así lo teníamos feliz. 

Se sucedían los turnos. Ibas primero y los nervios te empezaban a recorrer todo el cuerpo. Mantener la posición sería un gran reto.

Y en los días de chapas siempre se daba la siguiente situación. Venía una amiga de mi madre. Sonaba el timbre y la carrera se detenía. Los cuatro tirados por el suelo levantábamos la cabeza en absoluta tensión. Mi madre saltaba entre los rotuladores casi sin mirar, tenía el don. Abría la puerta. Dos besos. Saludos. Y entonces empezaba la tensión. Mi madre entraba hacia el salón, una vez más sin mirar al suelo. Todo controlado. Pero la invitada, inocentemente, daba un primer paso y se llevaba el susto de su vida. 

"¡¡¡Cuidadooooo!!!"

Un grito clamoroso de cuatro energúmenos tirados por el suelo. Sonreía y saludaba. Como respuesta se encontraba caras de enfado mezcladas con la concentración del evento. En la época de Bosco como coche escoba y de director de carrera mostraba su desacuerdo con algún gesto que hacia huir a la espontánea. Al principio mi madre nos llamaba la atención.

"Pero bueno niños! ¡Saludad a Mengana!"

"Hola Mengana" respondíamos a coro.

"¿Te puedes quitar?" añadía Bosco.

Con el tiempo ya las amigas dieron por hecho que era temporada de chapas y aquello era sagrado. Siempre tenía más visitas en esas fechas y llegamos a pensar que ya lo tenían apuntado en sus agendas y venían aposta para ver sí era cierto aquello que se comentaba de los hijos de Sol. Los "educados niños de las chapas y los rotuladores".

Con amigas de mi madre o no, en alguna ocasión logré enfundarme el maillot amarillo. Un orgullo. Pero estas victorias no las podría haber conseguido sólo. ¿Por qué escribo todo esto? Porqué el otro día, un nuevo amigo mío, me recordaba lo difícil que es ser hermano mayor y la suerte que tengo yo de ser de los pequeños. Tenía razón, pero lo que no dijo es que todo eso depende de los mayores. Mis hermanos podrían haber pasado de nosotros, pero sin embargo se ocuparon de jugar y enseñarnos a disfrutar. A pensar en los demás. Probablemente preferían estar con sus amigos o viendo la tele, pero nos dedicaron su tiempo y nos enseñaron a ser felices.

Como adulto veo a mucha gente que se queja de que los niños no saben jugar, que sólo hacen caso a videoconsolas e internet.

La pregunta es, ¿has dedicado tiempo a enseñarles a jugar?