martes, 28 de febrero de 2012

"AMORES" DE AUTOBÚS


DÍA 10

                No es una verdadera historia de amor, más bien todo lo contrario, de horror.

                En los autobuses uno puede ser participe involuntario de muchas muestras de cariño. En ocasiones son los novios de beso sonoro seguido de pompa de chicle y de un “estas mazo de buena, cari”. Muy desagradable. Tampoco es plato de buen gusto asistir a una llamada telefónica de discusión de pareja. Todos los pasajeros disimulan que aquello no va con ellos, pero en el fondo están metiendo oreja como el resto. El sonido del altavoz está tan alto que puedes escuchar ambos lados de la línea telefónica. Los oyentes de la discusión comienzan a tomar partido por alguna de las partes. Si fuera una película americana de las de antes, el conductor se daría la vuelta con una sonrisa y entonaría una canción pegadiza que todos seguiríamos. Sin embargo, si fuese una película española alguien se desnudaría sin motivo aparente.

                Pero esta es una historia real de la que soy protagonista.

                Todo empezó cuando mis padres me sacaron mi primer abono transporte. Un pequeño cartón plastificado de color naranja con mi foto pegada. Me sentía mayor. Era el paso previo al cartón rosa que te permite conducir libremente por el Reino de España. Solía volver del club Argüelles con  mi hermano Josemaría y, más tarde, también se unió Bosco. De vuelta desde el Intercambiador de Moncloa, el autobús verde de la Autoperiferia salía a la carretera tras una rampa muy brusca que nos dejaba directamente en el Bus VAO( un carril para buses o coches con dos o más ocupantes que hay en Madrid). El camino era mucho más rápido, pero el problema es que nos dejaba una parada más allá de nuestra casa, con lo que teníamos que desandar el camino recorrido. Según bajábamos del bus, enfrente había una parada en sentido contrario. Ahora teníamos el poder. Con el abono podíamos hacer viajes ilimitados, así que claramente nos montábamos, enseñábamos el anaranjado salvoconducto y corríamos hacia la puerta trasera para dar al botón de parada. Por alguna extraña razón, siempre pensé que nos podían decir algo, que nos iban a llamar la atención algún día. Durante los quince segundos que pasábamos en el autobús, tenía la sensación de que todo el mundo nos miraba indignados por nuestra actitud. Es estúpido, pero un día la peor de mis pesadillas parecía estar haciéndose realidad. No sabía que iba a ser mucho peor de lo que pensaba.

                Entré mostrando mi abono. Educadamente di las buenas noches. Agarré la barra de la puerta trasera y apreté el botón. Se iluminó el cartel de Parada Solicitada y noté las miradas que se agolpaban en mi nuca. Se formó un pequeño atasco, con lo que mi estancia en aquella cárcel se alargaba. En ese momento, a través del gran espejo retrovisor interior, me encontré con la cara del conductor que miraba hacia mi con una sonrisa. Levantó las cejas. Yo sonreí tímidamente esperando mi condena. Volvió a mirar hacia mi. Otra sonrisa. Yo levanté las cejas en respuesta. Por Dios, ¿por qué no llegábamos ya?

                Mis súplicas obtuvieron respuesta. Llegaba nuestra parada y con ella la libertad. Nueva sonrisa del conductor, pero esta vez acompañada de un levantamiento de la mano. Movió los dedos delicadamente y entendí que se estaba despidiendo. Como diciendo “te he pillado, pero por esta vez que pase”. Agradecí su misericordia y bondad y, como muestra de ello, levanté yo la mano y moví mis dedos sintiendo ultrajada toda masculinidad.

                En ese momento, mi mirada periférica me hizo volver a la realidad. En mi retaguardia izquierda veo que la mano de una chica se alza y despide enamoradiza a su amado conductor. Tierra trágame. Las puertas no se abrían y hasta la última gota de sangre de mi cuerpo se alojó en  mi cabeza. ¡Abrete!

                Se abrió. Corrí. Reí. Nunca más volví a usar el autobús.

(Esto último es una licencia literaria que me he tomado. Seguí usando el Transporte Público muchos años más)

                “En la actualidad Rafa vive en Madrid y suele ir a los sitios en coche”
                

jueves, 23 de febrero de 2012

LOS ÁNGELES DE LA COMPRA


DÍA 9

                Debido a la dramática situación que vive el mundo actualmente la mendicidad ha aumentado de modo considerable. En cualquier lugar, y muchas veces sin motivo, te puedes encontrar con alguien pidiéndote dinero. Es una pena, pero reconozco que a veces me molesta e incluso me toca las narices. Como no quiero juzgar su situación no hablaré de esos casos, pero si quiero reconocer la labor de nuestros “Ángeles de la compra”.

                Cerca de mi casa, y probablemente de todas las casas, hay un Opencor. En la puerta está pidiendo Effe. Un chaval de Kenia al que solo ves de noche por su imborrable sonrisa. Pocas son las veces que no le he dado algo de dinero o invitado a un desayuno. No porque yo sea el paradigma de la caridad, sino porque se lo gana cada jornada. Puedes llegar cansado, triste, dormido, despierto, pero no te preocupes, él te espera con un showroom de dientes grandes y blancos. Se cuadra. Lleva su mano a su sien en saludo militar y dice: “¿Qué pasa Jefe?” Si quieres hablar te da conversación, si quieres silencio lo respeta. Haces la compra que necesitas y cuando te dan el cambio sabes que ya tiene dueño. Un día 15 céntimos, otro 20, pero siempre un poquito. Empiezo a pensar que Effe va a dominar el mundo en poco tiempo, pues como a mi, trata a todo el que se acerque a su puerta.

En ocasiones he visto a Effe llevar la compra de las personas mayores al coche, cuidar de los perros de los clientes que no pueden pasar al establecimiento, ayudar a los reponedores con la esperanza de sacar algo que llevarse a la boca a cambio. Y como Effe cada vez hay más.

En un DÍA cercano podéis encontrar a otro de estos pioneros de la mendicidad alegre. Han descubierto la clave del negocio. La alegría. Seguro que en tu barrio hay algún Effe al que siempre das algo. Igual la próxima campaña de Coca Cola debería dedicarla al Effecto Effe. Destapa la felicidad.

No me importaría que mi amigo llegase a ser un tío de éxito. Si hasta pidiendo en la puerta de un supermercado transmite alegría, para mi se lo habrá ganado. Todos deberíamos contagiarnos del Effecto Effe. Hacer lo que tengas que hacer siempre con alegría.

Y mientras termino de escribir esto sé que Effe estará sonriendo y alegrando el día a alguien con su tradicional saludo.

“¿Qué pasa Jefe?”

miércoles, 22 de febrero de 2012

CHALECOS


DÍA 8

                Hasta hace no mucho tiempo había considerado a los creativos de los anuncios de MiXta como idiotas. No me hacían ninguna gracia, aunque supongo que con ese tipo de tonterías hacían que la gente comentara los productos. Pero hubo un spot que empezó a cambiar mi forma de pensar. La idea era “Si los checos son de Checoslovaquia, los chalecos, ¿son de Chalecoslovaquia?” Una estupidez. Lo sé, pero me encanta lo absurdo. Y esto me da pie a hablar de otro tema de bodas. Los chalecos de Chalecoslovaquia.

                Reconozco que en este aspecto soy bastante clásico y no me apeo del chaleco cruzado beige o algunos blancos de piqué, pero el caso es hablar de la moda de los mismos. Antaño el novio no tenía ninguna forma de distinguirse del séquito de pingüinos que formaban sus testigos. Por lo tanto, si el novio pinta más bien poco en una boda, encima ni siquiera era distinguible entre varios jóvenes engominados que compartían tienda de chaqués de alquiler. La novia es la de blanco, la guapa, la que sonríe, la que llora, pero el novio podía ser cualquiera. Igual era un modo de detectar de modo más sencillo al que se hubiese colado en la boda.

                Ahora, los novios suelen seguir el estilo clásico. Son los amigos los que buscan arriesgar con colores más chillones que lucir como pavos reales en busca de la presa ideal. Durante el aperitivo y la cena hacen un barrido visual de los invitados y fijan objetivos. Normalmente, cuando llegan los puros a las mesas, ponen pose estilo Padrino y alardean de chaleco con la levita bien abierta. Y que comience el baile.

                Las gamas de colores son de lo más variado. Si fuese DJ en bodas siempre pondría alguna canción de Parchís. Los testigos que hubiesen elegido los  colores que hicieron famosos al grupo y al juego de mesa tendrían que hacer una coreografía. No dudes que nunca faltarían las cuatro fichas.

                Pero un chaleco también puede salvarte de diferentes situaciones. Ahora mismo viene a mi cabeza mi hermano. Mes de Julio. El mercurio trataba de escaparse de los termómetros a tomar unas cervezas. Usaba el chaqué de su boda, pero como todo el mundo sabe, una vez casados los hombres tienden a perder la línea. No se lo había probado y aquella mañana notó que no había como meterse ahí dentro. Finalmente lo consiguió metiendo tripa y haciendo inspiraciones y expiraciones cortas de modo que no relajase jamás la tripa. El calor y la falta de oxígeno iban haciendo su trabajo. Al borde del mareo y el soponcio se dio cuenta de que el chaleco podía salvarle. La mitad de la boda la pasó con el botón desabrochado y con el chaleco haciendo las veces de su mayor aliado. Probablemente no recuerde de que color era o, al menos, le trae sin cuidado. Pero siempre recordará que el chaleco le salvó.

                El color no importa, pero…¿alguien bebe MiXta?

martes, 21 de febrero de 2012

DE COMPRAS


DÍA 7
               
                   Una vez más era la hora de renovar la ropa. Todos mis pantalones dejaban entrever mis piernas o retazos de mis calzoncillos. Necesitaba algún traje. Las camisas estaban rotas por todos lados y no quedaba ningún jersey que no hubiese sido devorado por su peor enemigo. Las bolitas.

                Con un amigo nos dispusimos a adentrarnos en un safari que parece estar hecho solo para las mujeres. Tarde de compras. Las tiendas no ofrecían nada para gente clásica. Y con clásico no me refiero a decimonónico, sino alguien que no quiere vestir como un presentador de la tele descubriendo su naciente homosexualidad.

                Mi cabeza se evadía y empezaba a pensar en la época de los gremios. En Inglaterra para más detalle. La gente se agrupaba por oficios. Mi imaginación se disparaba y empezaba a volar. ¿Cómo sería el barrio de los sastres?

                Todos vestían con magníficos trajes cortados a medida por ellos mismos o por sus padres. Los niños llevaban, aunque manchadas de barro de la última batalla, unas camisas de exquisito gusto. Al llamar a la puerta de una casa me recibía un señor elegante con un metro haciendo las veces de bufanda y un alfiletero en el hombro como si fuese el loro fiel de un pirata. Como ese marinero reconocía por el olor del mar si iba a haber marejada, el sastre sabía de un vistazo la talla de mi chaqueta. En su cabeza se empezaban a dibujar las diferentes combinaciones posibles que podían prestarle sus telas. Usando su metro como espada me desarmaba en cinco sablazos que anotaba en su libreta y me mandaba volver al día siguiente.

                En mi paseo por el barrio, la tentación de parar en todas las tiendas me llamaba. Todo lo que allí se ofrecía era de mi agrado y podía elegir. ¿Este jersey?¿Aquella chaqueta?¿O me gusta más esa con coderas?¿Ojo de perdiz?¿Espiguilla? Me lo llevaría todo. Mi armario volvería a rebosar de variedad.

                Volvía al día siguiente y me daba cuenta de que aquel traje me había estado esperando desde toda la eternidad. Al ponerme la chaqueta notaba el abrazo de quien había sido separado de la persona querida injustamente. Ahora estaba cómodo. Después de tanto tiempo había encontrado la felicidad. Saldría a la calle y mi nuevo traje sería el que sabría elegir que más cosas comprar.

                Se acababa la excursión. Cuando estaba saliendo de aquel maravilloso barrio alguien me golpeó en el brazo con fuerza. “Despierta, que te has quedado empanado, ¿al final te vas a pillar algo de esta tienda?” “No tío, apesta”

                ¿Cómo se llamaba aquel barrio? Necesitaba volver. No podía quedarme con aquella duda dando vueltas a mi cabeza. Cerré los ojos y volví la vista atrás para ver el cartel que coronaba la plaza principal. Sobre un fondo azul marino unas grandes letras blancas anunciaban el nombre del lugar. SHOUTON.

                ¿Podré volver algún día?

jueves, 16 de febrero de 2012

DE BODA EN BODA


DÍA 6
                Suenan campanas de boda. No son mías, obviamente. En los próximos meses tengo tres bodas. Dos amigos y mi hermano. Espero ansioso a leer el menú del convite. Es algo que muchos me han oído contar en repetidas ocasiones, pero los menús de boda me ponen de los nervios. Podría hablar de ello, pero es que por escrito no puedo gesticular todo lo que mi explicación merece. Quizás más adelante. Las bodas son un gran tema para escribir.

                Llegas al lugar de la celebración y mientras vas entrando te ofrecen la primera cerveza. Este detalle siempre se agradece, especialmente en bodas de alta gradación ambiente. Buscas al resto de amigos invitados, ya que si no te sientes un poco fuera de lugar y cualquier señora mayor puede asaltarte y confundirte con un sobrino/nieto que hace mucho que no ve. “¡Cuánto has cambiado Pepe!” “No soy Pepe” “Pues más a mi favor” Responde apurando su segunda copa de vino blanco. Haces contacto visual con tus amigos y te encuentras con ellos ante el gran panel que anuncia tu sitio en las mesas. Creo que estás menos nervioso buscando tu nota final de Matemáticas Financieras en sexta convocatoria que ante este momento. Tu dedo recorre intranquilo de arriba abajo por toda la lista. Vas cantando los resultados al resto que se agolpan a tu espalda ansiosos por saber que suerte les deparará el destino. Por fin lees tu nombre. Respiras aliviado al ver que tienes gente en la mesa para hacer la cobertura. Desde detrás preguntan dónde les ha tocado, así que continuas, pero esta vez más tranquilo. Todos van siendo colocados hasta que solo queda uno. Te das la vuelta. Ahí esta él esperando saber su mesa para poder buscarla en el inmenso comedor. Tu cara intenta disimular, pero ves como su sonrisa se torna en un gesto de preocupación. “Suspenso” “Nooo” Y entonces le abrazas. La primera reacción es de incredulidad. De enfado. De plantear al resto que se va a comer al Burguer y luego vuelve. Te pasa por la cabeza el acompañarle. Alguien te dice que hay solomillo y cambias de idea. Todos van dándole el pésame y la verdad es que no ayudan a mejorar su sensación.

                El aperitivo continua, pero sabes que el ambiente es incómodo. Cuando todo el mundo empieza a entrar en el comedor se da el momento más duro. La despedida. Los amigos hacia una mesa y el sacrificado se separa cabizbajo. Al principio miras desde tu posición y le saludas. Intentas que parezca que tu mesa no es tan divertida como él puede pensar. Empieza a presentarse a sus nuevos contertulios. Copa de vino.

                Al final de la cena se plantean dos escenarios posibles.
a.- Los novios van a recibir un regalo menos
b.- El tío se ha hecho íntimo colega de los de su mesa y en el baile parecen amigos desde el parvulario.

                En cualquiera de los casos seguro que el menú no fue del agrado de todos los invitados y están criticando a los novios. Vaya invento.

miércoles, 15 de febrero de 2012

ATASCOS


DÍA 5

                Antes de empezar he entrado en mi primera crisis y no llevo ni cinco días escribiendo. El bloqueo mental me ha traído a la cabeza un tema sobre el que escribir. Los atascos.

                En una primera época los recuerdo metido en un autobús de camino a la universidad. Todas las mañanas nos encontrábamos un atasco. Los viajeros, salvo bajas puntuales, siempre éramos tres. Mi amigo Eugenio, mi hermano Josemaría y yo. Tan diario como el embotellamiento era la pregunta que, en tono enfadado, se hacía Josemaría cada jornada. “¿Por qué existen los atascos? No los entiendo”. Después de insultarle por sacar otra vez el mismo tema acabábamos dando los mismos argumentos de siempre. Un día porque llueve, otro porque hace frío, otro porque la gente no sabe conducir, otro porque una autopista no puede acabar en un semáforo, otro ironizábamos sobre si aquello también era culpa de Aznar. El caso es que al final llegábamos a nuestro destino y, en la mayoría de las veces, nos habíamos reído con nuestra conversación.

                Pero la peor situación posible es experimentar la soledad de un atasco. Cuando vas conduciendo y a lo lejos ves las primeras luces de emergencia que se empiezan a encender, te preparas para lo peor. Reduces marchas hasta frenar y poner punto muerto. En un primer instante, esperas que sea un simple frenazo y que tu viaje se reinicie rápidamente. Iluso. Lo peor está por venir. Por alguna razón desconocida la radio se alía con tu desgracia. Todas las cadenas al unísono deciden hacer una pausa publicitaria. No nos engañemos, salvo los de Gomaespuma, los anuncios radiofónicos son una tortura para el consumidor. Muchas marcas de prestigio me han perdido como cliente por esta razón. Como tienes tiempo y estás parado, buscas algún cd que pueda salvar el momento. Horror. No tienes ninguno o, en algunos casos algo más demoledor, solo llevas un Cantajuegos.

                Metes primera. Juego acelerador-embrague. Frenas. Metes primera. Juego acelerador-embrague. Frenas. Metes primera. Juego cansado de acelerador-embrague y a punto estas de calarlo. El coche se encabrita y das dos latigazos con cuello y espalda hacia delante. Frenas.

                Miras hacia tu izquierda y ves a un compañero que, como tú, sufre en silencio. Los días de Purgatorio empiezan a bajar en tu contador si te mantienes firme y no empiezas a perder los estribos presionando el claxon y despertando al mono imitador que llevan dentro todos los que te rodean. Otra vía de escape, en caso de tener tarifa plana, es llamar a algún amigo sin ningún motivo en particular. Este es el modo de menguar el Purgatorio de ese amigo al que pillas en un mal momento y aguanta el tirón estoicamente.

                Siguiente pensamiento. Menudo atascazo, ¿qué más me puede pasar? El coche empieza a hacer un ruido raro y notas que el aire acondicionado ha dejado de funcionar. Te asalta la duda. Abrir la ventana o no. Apenas te mueves y el viento no va a entrar, sin embargo, sabes que si abres se te van a derretir las pestañas. Rezas.

                Esto podría alargarse eternamente, pero a unos 100 metros por delante ves que los coches ya circulan normalmente. Magia. Buscas respuestas. No ves ningún problema en la carretera. ¿Qué extraño conjuro ha impedido acelerar a toda esta gente? Inicia la cámara lenta y tu cuello gira hacia la izquierda. El problema es un coche aparcado en los carriles de sentido contrario. Cierras los ojos y muchos recuerdos viajan por tu retina. Las madres de todos los que han parado para mirar, la madre del guardia civil que ha encendido sus luces azules por un simple coche sin gasolina, la pregunta solucionada de tu hermano Josemaría. Tu boca se abre vocalizando sin palabras alguna lindeza.

Metes primera. Juego acelerador-embrague. Metes segunda. Juego acelerador-embrague. Metes tercera…

martes, 14 de febrero de 2012

¿Y POR QUÉ TUTTI INSIEME?


                DÍA 4

                Todos los conocedores de la lengua de Garibaldi habrán notado que el nombre de este blog está mal escrito. Tutti insieme es la forma correcta de deletrearlo, pero este dominio ya estaba cogido, así que le añadí una segunda “m”. Y la pregunta es por qué este nombre para mi blog. Vayamos al origen.

                De mis ocho hermanos- dos hembras y seis varones- el mayor de todos es sacerdote. Vive en Roma y, por lo tanto, es difícil conseguir reunirnos todos muy a menudo. Éste año, con motivo del cuarenta aniversario de mis padres, que se dice pronto, nos fuimos toda la familia de visita a Roma en el Puente de la Inmaculada. Todos conocíamos la Ciudad Eterna, pero el hecho de verla decorada de Navidad despertaba bastante emoción entre la expedición. Me imaginaba un gran mercadillo de belenes( que tienen origen italiano), tiendas emperifolladas con lazos y demás adornos, calles engalanadas, etc. Nada más lejos de la realidad. La ciudad estaba completamente desnuda. Preciosa, como siempre, pero desnuda. Así que no me quedó más remedio que llenar ese vacío de ilusiones creadas con el disfrute del idioma italiano.

                Otro de mis hermanos, el pequeño, trabaja en una empresa italiana y, con no poco trabajo por su parte, he de decir que domina bastante la lengua. Que envidia. Cada viaje en taxi se convertía en una amena conversación futbolística con el conductor. Yo disfrutaba con la soltura y el acento, en ocasiones forzado, de mi hermano en sus frases. Poco a poco me iba animando a mi mismo. Ya no preguntaba por el baño en los restaurantes como un turista más. Lucía mi acento y gesticulaba como solo sabe hacerlo un verdadero romano. Mi seguridad iba tan en aumento que hasta mi cuñado en una ocasión me pidió que me comunicase yo con el taxista que había de llevarles al próximo destino. Estaba claro, a mi vuelta a España empezaría a estudiar.

                Pero había una frase que se repetía en cada comida familiar de aquellos días. Mi hermano ordenaba lo que íbamos a tomar, pero al final, siempre acompañado de un gesto exagerado, terminaba con un: Tutti insieme. Yo intuía su significado, pero después de escucharlo varias veces le pregunté. Todo junto, para todos, todo mezclado, totum revolutum  (esto no sé si existe o  es latín de mi madre). Esa era la traducción y eso es lo que escribo en mi blog. Una mezcla de lo que pasa por mi cabeza. Todo junto.

                Podría decirse que es una frase que resume la historia de aquel viaje, porque aunque había costado, al final lo habíamos conseguido. Unos días increíbles para toda la familia. ¡¡¡Tutti insieme!!!

lunes, 13 de febrero de 2012

11 DE FEBRERO DE 1983


DÍA 3
                
               No os voy a engañar. Los días de escritura, aunque aparezcan en orden correlativo, van dando saltos en el tiempo. El domingo, antes de mi partido de Antiguos Alumnos de Retamar, en la conversación que manteníamos dando unos toques al balón tratando de entrar en calor, me vino la inspiración. Ya tenía otro tema sobre el que escribir.

                Mi fecha de nacimiento. Alguno podría pensar que ahora iba a sacar una efeméride muy importante, pero lo curioso de aquel día es que nacieron dos Rafaeles en el mundo. Dos personas en diferentes países que empezarían unas vidas totalmente paralelas. Rafael Martínez-Echevarría, español, y Rafael Van der Vaart, holandés.

                Puede que en nuestra infancia fuéramos muy parecidos, tuviésemos las mismas aficiones y nuestra comida favorita fueran los yogures Pryca(actual Carrefour). El tiempo y nuestras circunstancias nos han ido distanciando. Yo he jugado al fútbol a un nivel mucho más amateur, no he cobrado un duro y mi máxima recompensa la he visto en los ojos de mis compañeros de equipo. Van (así le llamaré en adelante) ha ganado más dinero del que jamás podré llegar a ver junto en mi vida, ha viajado por el mundo con sus equipos y la selección y, probablemente, haya cumplido su sueño de infancia. Y lo mejor de todo es que no le envidio nada.

            Aunque muchas veces me queje y pida a Dios que esa noche me lleve con Él a su Reino, me encanta mi vida. Me encanta mi familia, mis amigos, mi trabajo, mi Yaris, mis planes cutres, mis barbacoas de invierno, mi juego de los papelitos, mis jueves en El Gallo, mi partidito del finde, mis pelis en casa, mis fiestas de Artasona, mi móvil con celo, mis mis mis mis… Miles de mis que no tendrían sentido sin los dos primeros, que además son los únicos que Van nunca podrá tener. Tendrá los suyos, muy buenos probablemente, pero eso es lo que nos hace diferentes. Cada uno está donde le toca estar, y ese es su sitio por algún motivo.

Van, espero que tú también seas muy feliz. Molaría conocernos alguna vez y ponernos al día sobre nuestras vidas. Y quién sabe, igual tu mujer tiene una hermana que me pueda presentar…
                 

EL BARQUILLERO


               
DÍA 2

               Parece que todavía me quedan ganas después de lo de ayer. Seguiré escribiendo. El tema de la universidad la verdad es que me daría para escribir un libro completo, pero igual debo variar un poco. Ahora es cuando uno se queda en blanco…

                Recuerdo algo de lo que puedo escribir. El primer día de vacaciones de Navidad. En mi casa se hizo tradición la visita de los tres pequeños, entre los cuales me encuentro, a la Plaza Mayor. En aquella época uno podía encontrar puestos llenos de figuras para renovar su Belén. Ahora esta tarea es más complicada y dudo de que pueda continuar algún día este plan con mis hijos. Es más fácil encontrar espumillón de colores, partes vergonzantes del cuerpo humano hechas de plástico o algún accesorio de Papa Noel, antes que nada que tenga, ni por asomo, relación con lo que yo celebro en Navidad. El nacimiento del Niño Dios.

                Como suele pasar en todas las familias, especialmente en las numerosas con hijos pequeños, los habitantes del belén sufren un acoso constante que termina con muchas bajas. El famoso pescador sin brazos, el camello con rodilla dislocada, el paje sin cabeza. Por algún hecho milagroso, los únicos supervivientes siempre fueron los personajes principales: San José, la Virgen y el Niño. A lo mejor desde niños nos inculcaron un especial respeto hacia la Sagrada Familia, o bien no estaban tan al alcance de nuestras manos, o no resultaban tan divertidos como el resto de figuras. Después de haber visto Toy Story, la verdad es que veo los belenes con otros ojos. Me parecen mucho más divertidos y me gusta imaginar lo que pasa cuando no estamos delante, pero esto puede ser un tema del que hablar más adelante, un día en el que la inspiración me deje de lado.

                Se había acabado el colegio. Mi reloj interior, y mi madre, no me permitían quedarme vagueando en la cama toda la mañana. Te vestías para soportar el frío del crudo invierno que entonces hacía en Madrid. Si había suerte y ya habías crecido no te caía la mayor tortura a la que puede ser sometido el ser humano. El gorro verdugo. Como picaba aquella aberración de la moda. Cuando veo a mis sobrinos salir a la calle con ellos he de reconocer que los compadezco. Me miran con cara de petición misericordiosa, como supongo que yo miraría a mis padres, pero me mantengo firme. Eso les hará personas de provecho.

                Nos montábamos en el coche y bajábamos hasta Madrid escuchando una cinta de villancicos. Siempre el mismo Parking, la misma escalera y llegábamos a la plaza. Nos recibía el mayor timo del marketing alimenticio. El olor de las castañas. Durante muchos años prescindimos de aquella vitualla. Prefería ir al sitio del Barquillero. Pagabas- en aquel caso  mi padre- y tenías derecho a jugar a una pequeña ruleta que llevaba. Una apuesta, pero siempre había premio. Depende de lo que sacaras te daban más o menos barquillos. Que rico. No como aquel año en que dimos el salto a las castañas. Que aroma. No sé cuál fue el motivo, pero igual el abandono de la infancia me llevó a tomar esa traumática decisión. La castañera, que yo asociaba con una de las amables figuras del belén, me dio un cucurucho hecho con papel de periódico lleno de castañas. Me dijeron que debía dejarlas reposar y aprovechar para calentarme las manos con ellas. El olor amartillaba mi pituitaria y hacía que mi estómago tuviera pensamientos impuros. No podía aguantar más. Con una mirada pregunté a mi padre. ¿Puedo? Adelante.

                Todavía quemando en mis manos me acerqué la primera castaña de mi vida a la boca. La primera y la última hasta el día de hoy, y dudo mucho de que alguien me haga cambiar de opinión. La sensación de comer una nuez podrida invadió todo mi cuerpo, que acompañó este malestar con una pequeña arcada y un escupitajo. Demostré mi desagrado con el nuevo sabor. Como yo, mis hermanos no quedaron muy satisfechos. Ese día mi padre se puso morado a castañas.

                Desde entonces ya no me gusta la figura de la castañera. En mi belén no va a tener sitio. Lo que voy a tener que crear es una nueva figura para sustituirla. Una figura realmente amable y que traiga a mi algunos de mis mejores recuerdos. En mi belén voy a poner un Barquillero.

DÍA 1



Alguien me dijo una vez que la mejor forma de convertirse en escritor es escribiendo. Parece una perogrullada, pero es una gran verdad. Algunos futbolistas, cantantes, o demás personajes de la farándula publican libros sobre sus vidas haciéndonos creer que han sido ellos los que los han escrito. Personalmente soy incapaz de creerlo. Por este motivo, voy a tratar de ponerlo en práctica escribiendo día a día alguna tontería. Igual no tienen gran interés y, probablemente, no tengan ninguna interconexión entre ellas, pero el caso es escribir.

                No es la primera vez que trato de plasmar en folios los pensamientos que se agolpan en mi cabeza. Parecen tan claros cuando los pienso y, sin embargo, cuánto esfuerzo me supone convertirlos en letras que formen palabras y, a su vez, frases con sentido. Cada vez que releo, menos me gusta. Probablemente uno sea su peor crítico, pero  me avergüenza recurrir a alguien más. La sensación de no saber como seguir la historia es más horrible que quedarse en blanco en un examen. Aquí puedes quedarte en blanco para toda la vida, mientras que el examen solo dura un par de horas. Podías escribir folios sin ningún sentido mezclando conceptos de Derecho, Economía, acerbo popular y otros que pasaran por tu mente en ese momento. Era una apuesta arriesgada. Si el profesor era dominado por la pereza, como tu lo habías sido a la hora de estudiar, podría sonar la flauta. Tanto texto podía paralizar los ojos de cualquiera y el profesor podía ser ese “cualquiera” al que yo buscaba. Que poco reconocimiento tuve por parte del claustro universitario. Parece que mis escritos de Derecho Administrativo Creativo no fueron de su agrado. El mundo legislativo perdió a un gran pensador de las leyes.

                Pero en defensa de mis profesores universitarios diré que el sistema de asistencia obligatoria a clase también me aportó muchos folios escritos con historias variadas. Cuando el profesor dice que la asistencia a clase te da un buen porcentaje de la nota final capta mi atención. Al día siguiente, cuando me doy cuenta de que es una asignatura más aburrida que una partida de cinquillo, la pierde. Y comienza la magia. Hay que inventar juegos para pasar el rato. Pero las clases se suceden y los juegos empiezan a aburrirme. Ya no quedan astilleros en el mundo para proporcionarnos barcos que hundir, me sé todos los nombres, animales, personajes famosos, deportes y comidas empezando por cualquier letra del abecedario, los condenados a la horca hacen huelga, lo único que me queda antes de ponerme a escribir es inventar el juego definitivo. Nos sentábamos detrás de una amiga nuestra con el pelo largo y muy rizado. Sobre su espalda descansaban miles de lianas a las que aferrarse, pero solo algunas te permitían seguir jugando. Con nervios de acero, manteniendo el pulso a un ritmo adecuado, acercabas lentamente los dedos pulgar e índice a modo de pinza y tirabas de uno de los pelos. Si habías elegido bien te echabas hacia atrás orgulloso y reposabas la espalda en su sitio mientras respirabas más relajado mostrando a tus contrincantes el trofeo obtenido. Un larguísimo rizo que jamás volvería a ser peinado. Pero no siempre te esperaba la gloria. Una mala decisión podía hacer que tirases de un trofeo firmemente arraigado en la cabeza. La media vuelta con guantazo de revés no se hacía esperar. En un buen día, con la sola humillación habías pagado tu error. La invitación a cerveza en la cafetería a los vencedores era la alternativa más costosa.

                Se acaban los juegos, se acaban las cervezas ganadas y perdidas, y empieza la redacción. Textos de muchos temas que jamás vieron ni verán el mundo que existe más allá de los separadores de mi carpeta. Solo yo los leí, solo yo ¿los disfruté? No, probablemente los critiqué.