lunes, 15 de octubre de 2012

LLUVIA DE BILLETES


DÍA 30

Era mi último año en el colegio como alumno. Todavía se llamaba COU a aquel curso que te abría las puertas a la Universidad. La tradición era montar una fiesta de la Promoción con padres y profesores. Discurso del Delegado, algún padre y algún profesor. Comida en versión cóctel y, por último, los alumnos preparábamos un festival.

Por motivos que no son del caso, y porque aquello me permitía faltar a clase, formaba parte del Cómite de festejos. Entre muchas propuestas, destacó una en la que se pedía que hiciéramos una camiseta de la Promoción, con todos los nombres, fotos o algo por el estilo. Me negué en rotundo. Ya sabía yo que esa camiseta cutre que se quería hacer iba a terminar como parte de arriba de pijama o para ese día en que te sientes manitas y pintas tu casa. Teníamos que hacer algo serio. Yo me encargaría con Eugenio de solventar aquella papeleta.

Por aquel entonces estaba muy de moda la marca FUMAREL. De gran aceptación en el colegio por su componente pijo y de rabiosa actualidad por haber vestido a nuestros olímpicos en los Juegos de Sidney.

Yo mismo realicé los diseños. Después de varios bocetos dimos con el adecuado. Ahora ya solo teníamos que negociar con Fumarel las condiciones de la compra. En aquella época me quedaban aún unos meses para ser conductor novel, así que nuestros traslados se realizaron en transporte público. Salíamos del colegio perfectamente uniformados y nos cogíamos varios autobuses hasta nuestro destino. Los que nos conocen a Eugenio y a mí, saben que tenemos una capacidad, aparentemente innata, de imitar a la clásica señora verdulera. Ponemos los acentos, los gritos, sabemos las frases más utilizadas por el gremio,etc. Pues aquí fue donde aprendimos. No por usar el autobús, cosa normal y de la que me siento orgulloso, sino porque las oficinas de FUMAREL estaban muy cerca de los estudios de TELECINCO.

 El autobús iba lleno hasta la bandera de adoradoras de Terelu y compañía. De las que parecen morir de risa cada vez que Bertín Osborne les dice una estupidez. De las que si Jesús Vázquez les hace una pregunta le piden darle un beso acompañado de un: “Es que eres mu guapo mi arma”. De las que hacen la risa de bote de los Morancos y Cruz y Raya… En fin, un espectáculo. Y en medio, nosotros de chaqueta y corbata aprendiendo el lenguaje de la calle.

No quiero dar más detalles que puedan hacer esto pesado, porque la verdadera historia no ha llegado. Conseguimos las sudaderas. Las vendimos. Eran chulísimas y superaban con creces  la idea inicial de la camiseta. Triunfo absoluto.

¿Y el dinero recaudado? Estaba en mi casa. No nos llamaban para pagar y mientras tanto soñábamos con que todo era nuestro. Un millón de las antiguas pesetas en billetes de curso legal. El fajo era de un tamaño importante. Algo había que hacer. Nunca había tenido tanto dinero en mis manos.

En las películas existían varias opciones de mostrar la felicidad que representa el dinero, por lo general conseguido de forma poco honesta. En nuestro caso todo era legal.

1. Saltos en la cama lanzando billetes al aire.

2. Encenderse pitillos con billetes. (En aquella época no fumaba y el billete quemado no lo iba a recuperar)

3. Imagen en el centro comercial comprando y comiendo todo lo que siempre has soñado. Normalmente piden un helado o batido que toman muy rápido y hacen como que les duele la cabeza.

4. Lluvia de billetes.

Estábamos Bosco, Eugenio y yo pensando que hacer. Las opciones 2 y 3 quedaron descartadas. No podíamos gastar el dinero. Primero vimos si la cama de mis padres soportaría tantos saltos de alegría y decidimos no arriesgar, así que la decisión estaba tomada. Lluvia de billetes.

Bosco se puso arriba de la escalera de mi casa. En los últimos escalones esperábamos Eugenio y yo con los brazos abiertos. Y empezó a soltar billetes y billetes. Nosotros reíamos y gritábamos. La situación era estúpida para cualquiera que se encontrase con nosotros. La broma duró poco. El tema de la cámara lenta acompañado de una emocionante banda sonora ayuda bastante al cine. En velocidad real y con gritos de energúmenos la cosa pierde mucha fuerza. Pero el sueño estaba cumplido.

Ahora teníamos que recoger el dinero desperdigado por la escalera y el recibidor. Recogíamos entre risas, pero a la hora del recuento, la risa tornó en desgracia. Nos faltaba pasta. Casi cincuenta mil pesetas. Pensamiento generalizado: “Somos idiotas”

Vuelve a contar. Falta más dinero aún. Vuelve a contar. Volvemos al principio. Pero, ¿dónde coño estaba el dinero? ¿Bosco nos había tangado mientras lanzaba billetes? Conseguimos recuperar la calma y empezamos a pensar. Cuando actúas en caliente no piensas. Detrás de los cuadros empezaron a aparecer los billetes perdidos. Qué alivio.

La primera idea era luego repetir la lluvia para que Bosco también la disfrutase, pero se nos habían quitado las ganas de tonterías.

 El dinero a la caja y los sueños para la cama.

jueves, 11 de octubre de 2012

LA PRUEBA DE AMISTAD


DÍA 29

                En mi tiempo de ocio hago muchas cosas y variadas. En mi tiempo de negocio, también la verdad. Pero a día de hoy, la mayor parte de mi tiempo la dedico a dar clase en un colegio. Después de haber estudiado la doble licenciatura en Derecho y Administración de Empresas, acabar como docente no es lo más normal. Muchos se bloquean cuando se enteran, pero la verdad es que me encanta mi trabajo.

                El primer año como profesor recibes millones de consejos. “Hasta abril, como un Guardia Civil”. Este era el más repetido y, además, el más acertado, pero por mi forma de ser se me hacía complicado cumplirlo. En ningún momento tuve problemas de que los niños intentarán tomarme el pelo por dos motivos. El primero, porque yo en el colegio fui un poco cabroncete y me sabía todas en varios idiomas. El segundo, tiene que ver con La prueba de amistad.

                Con una hora de clase puedes detectar claramente todos los roles de una clase. Alguno se te escapa y te sorprende más adelante, pero más o menos el pescado queda vendido. El jefe, el gracioso, el sicario que hace gracias cuando dice el jefe, el pelota, el empollón, el pasota, etc.

                Y allí estaba yo: el profesor nuevo. Un rol muy apetitoso para un alumno con ganas de juerga. Durante los primeros veinte minutos iba calando a la gente mientras explicaba el tema o en cuestión o presentaba la asignatura. Ya no lo recuerdo. El sicario gracioso trataba de hacerse notar, pero no prestarle ninguna atención hizo que se cansará.  Por informes previos ya sabía cosas de él que me decían que podía ser un payaso, pero lo que no sería nunca era un chivato. No era de los que a la mínima iba a ir corriendo a papá y a mamá.

                Seguimos la clase y el gracioso recobraba fuerza. Otra coña y pasaríamos a la acción.

                Llegó la coña y llegó mi movimiento.

                “Luis(nombre inventado), por favor, sal a la pizarra” dije con total tranquilidad, sin elevar la voz. Aquello le puso nervioso, ¿no le gritaba ni me enfadaba?

                Despacio y con dudas se acercó. Me senté en la silla del profesor. Cruce las piernas. Me apoyé en el reposabrazos y dejé descansar mi cabeza sobre el brazo derecho.

                “Luis, vamos a hacer una prueba de amistad”

                La cara de asombro del chaval era acorde a la del resto de compañeros que se miraban entre sí confundidos.

                “¿Quién es tu mejor amigo de clase, Luis?” la calma en mi voz hacía todo mucho más siniestro.

                “Juan” dijo mientras le señalaba y Juan se escondía detrás del libro como queriendo no tener nada que ver con el nuevo condenado de clase.

                “Juan, por favor, sal tú también a la pizarra”

                La cara de odio de Juan hacía Luis fue espectacular.

                “Juan, vas a demostrar que eres un buen amigo. El mejor. Vas a darle a Luis una colleja con todas tus fuerzas. Con todas, no me engañes. Si me parece que no le has dado bien, Luis suspenderá la evaluación, ¿y eso no es lo que tú quieres, verdad?”

                Risas. Risas de Juan y de Luis. Yo aguantaba la risa. Hablan entre ellos discutiendo que hacer. Parece que alcanzan un acuerdo y se disponen a deleitarnos con una imagen digna de youtube.

                Luis encoge el cuello, pero le pido que mantenga la cabeza erguida. Juan alza la mano entre risas. Le recuerdo que no puede ser débil, que le demuestre cuánto le quiere como amigo. La expectación es total. Cuando va a lanzar la “amigable” colleja Luis se echa para atrás. No está preparado.

   Recibir un collejón puede ser doloroso, puede picar, y a veces ni siquiera duele. El problema era la espera. La tensión de saber que estas esperando el guantazo de tu vida. El factor sorpresa le quita un punto de dolor a la cuestión. Aquí no había sorpresa, había agonía y un público expectante sediento de sangre.

Volvieron a la posición inicial. Luis se había armado de valor. La mano arriba como en una guillotina. El cuello estirado. El verdugo y el público ansiosos. La cuchilla cayó inmisericorde sobre aquel cuello expuesto y sonó como un redoble de platillos. Aplausos. Risas. Luis había sido un valiente. Se reía a la vez que se retorcía de dolor. Su amigo entre risas le pedía perdón.

Un mensaje se les quedó grabado.

Este año nos lo vamos a pasar muy bien, pero con don Rafa en nuestro lado.

Así fue.



Nota a pie de página: En caso de constituir algún delito, éste ya ha prescrito.