martes, 27 de marzo de 2012

LA FERIA DEL GOURMET(1)


DÍA 17

                El día anterior a los hechos narrados recibí una oferta que no podía rechazar. “Rafa, tengo entradas para la Feria del Gourmet, ¿te apuntas?” Gourmet, gourmet, lo que se dice gourmet, no soy. Soy más de menú combi en el Burguer King y de beber, albóndigas. Pero algo dentro de mí me avisaba que lo iba a pasar muy bien.

                Hay dos formas de ir a una Feria de Gourmet. A gorronear, y a gorronear, pero con clase. Ahora todo el mundo piensa que lo que voy a decir es invención de Barney Stinson, incansable mujeriego de la serie Como conocí a vuestra madre, pero esta frase yo la aprendí de mi padre. “Vestido de traje, se te abren todas las puertas”. Nos pusimos nuestras mejores galas para la ocasión, pero necesitábamos algo más. De camino a la cita, hicimos una parada en el Hipercor de Pozuelo. 30 tarjetas de visita por 5 euros. Nos inventamos un nombre de empresa que diese el pego y pusimos números al azar que formaron nuestros teléfonos.

                A nuestra llegada al evento vimos manadas de gorrones vestidos de calle, en su gran mayoría de chándal. Les miramos por encima del hombro. No por su forma de vestir, sino por su condición de aficionados. Nos acercamos a un stand de los que me gustan, en los que la comida cuelga del techo. Es decir, jamones y embutidos, nada de verdura. Sobre el mostrador estaban dispuestos varios platos llenos de petróleo porcino esperando a ser degustados por cliente y proveedores. No tuvieron esa suerte. Los aficionados se abalanzaron sobre ellos y no hicieron prisioneros. Algunos luchaban con otros tirando de una loncha de lomo por ambos lados. Otros mordían a los que acercaban su mano al plato. Allí nadie dijo la frase “¿quién quiere el de la vergüenza?” sino que chupaban los platos sin pudor. Dos metros más atrás, desde la barrera, Vielva(mi amigo) y yo con los brazos cruzados mirábamos con cara de interés las piezas de jamón. Simulamos hacer alguna anotación en una libreta. El encargado hizo contacto visual con nosotros y cargo los torpedos. Blanco fijado. Empezó a espantar a todos los rapiñadores abroncándolos por su actitud y se acercó hasta nuestra posición. Nuestros codos chocaron de forma indetectable como señal de victoria.

                “Buenos días, ¿cómo estáis? Es que aquí la gente solo viene a comer, y a gorronear. No hay quien pueda con esto” Nos dijo a la vez que estrechaba nuestras manos.

                “Sí, la verdad es que es una pena…” Asentimos los dos con cara de circunstancia mientras mi estómago empezaba a segregar jugos.

                El comercial lanzó el primer torpedo. “¿Queréis un probar un poco?” “Sí, no estaría mal. Muchas gracias” Alzó la mirada. Un gesto ladeando la cabeza y otro de los del stand se puso a cortar cerdo en todas sus versiones. Le empezamos a explicar nuestra historia. Íbamos a abrir un Hotel/SPA de gran lujo en Ávila. “¿Tenéis tarjeta?” Mano al bolsillo interior de la chaqueta y entre los dedos índice y corazón salían los mejores cinco euros invertidos de la historia, ya que sin tarjeta te cerraban de golpe en todos sitios. Segunda mirada al cortador y cargó más los platos. Comenzaba la degustación. Primer torpedo: Tocado.

                Insulsa conversación durante unos minutos. Yo, personalmente, no tenía ni idea de que contarle a aquel señor sobre nuestro “Hotel”, pero Vielva estaba inconmensurable. Que cobertura. Mientras el hablaba yo cataba. Y lanzo el segundo torpedo. “¿Una cervecita?” Vielva la rechazó elegantemente. Veníamos de una cata de vinos(que ya contaré en otro post) y no quería forzar. Yo quería cerveza. Por profesionalidad nada más. Necesitaba saber como ligaban esos embutidos y la cerveza, así que encogí los hombros y, como sintiéndome forzado, acepté la invitación. Segundo torpedo: Tocado y hundido.

                Intercambiamos las tarjetas y nos despedimos con idea de no volver a vernos jamás.
                Ahora, cada vez que me enfrento a un buen ibérico, mi mente se pregunta dónde estará aquella tarjeta. ¿Qué habrá sido de aquellos cerdos? ¿Os habrá comido alguien que os quisiera como yo? Algún día nos encontraremos y nunca nos volveremos a separar.

jueves, 22 de marzo de 2012

DÍA DE ESQUÍ 2


DÍA 16

                Éramos cuatro los nuevos en el deporte y metíamos oreja en las conversaciones ajenas para tener frases que no delataran nuestra ineptitud. “Hoy está la nieve papa” “Yo diría que un poco polvo primavera” “Los del snowboard están dejando todas las placas de hielo” “Mira que carving está haciendo ese”. Mientras anotábamos esto, nuestra conversación era más del tipo “Yo por ahí no me tiro ni de coña” “¿Es obligatorio bajar por ahí al final del día o podemos volver en El Huevo?” “¿Mañana quien se apunta a ver La Alhambra?”

                Una vez arriba nos dieron unas pequeñas nociones sobre como funcionaba todo aquello. Te ponías los esquís. Probabas a soltar las fijaciones. Como levantarse( esto llevaba mucho tiempo y dudabas si se iba a romper el mono). Por último, te explicaban que era la cuña. A pesar de que parecía importante no presté mucha atención, ya que era una postura muy poco elegante para mi. Yo era primo lejano de Alberto Tomba y no podía rebajarme a aquello. Esa postura era denigrante para el ser humano. Sacando el culo para fuera y metiendo las rodillas hacia dentro te convertías en el próximo quitanieves de las pistas. Empezamos practicando en unas rampas en las que la pendiente era casi inexistente, con lo que aquello de la cuña, levantarse y ponerse los esquís se presentaba como algo bastante asequible.

                Al ponerme ante la primera pista de esquí de mi vida creí que aquella gente se había vuelto loca. Esa rampa era insalvable. “Esta es la pista más sencilla. Es una verde” Apuntilló alguno de los presentes haciendo temblar cada una de las articulaciones de mi cuerpo como respuesta. Si eso era lo más fácil, yo iba a coger sitio en la cafetería. En ese momento, una fila de 15 enanos con casco pasaron embalados junto a mí. Todos en fila haciendo los mismo giros perfectos sin abandonar la formación. Clavé los bastones y me lancé al vacío. Lentamente me puse en movimiento, pero la física hizo el resto. La velocidad iba aumentando. Aunque probablemente no llegase a los 5 km/h yo sentía que volaba. No hice ningún giro, ya que si lo hubiese sabido hacer y lo hubiese puesto en práctica me habría frenado. Poco a poco llegué hasta el final de la pista. No me había caído y ya con eso yo me sentía como un campeón. Desde abajo podía ver como se caían los demás y se bañaban en la nieve. Mi orgullo crecía. Varias veces baje por aquella rampa de juguete sin caerme y sin girar(ahí estuvo mi error), así que ya me sentía preparado para retos más grandes. Una azul.

                No sin dificultades, me subí en el telesilla que me transportaba a mi cadalso. La silla subía y subía, pero yo ya me creía el rey de aquel deporte. A pesar de mi confianza, el ritmo ascendente de ese cacharro empezó a hacer mella en mi autoestima. ¿Estábamos locos o que? Yo iba a morir en ese viaje, seguro. Al llegar en el telesilla todos no esperaban con sonrisas. Los novatos bajamos en un abrazo colectivo para no caernos ninguno al suelo y, milagrosamente, mantuvimos el equilibrio. Nos acercamos lentamente al límite de aquel rellano y, ante nosotros, apareció el vacío. La pendiente, a nuestros ojos endiablada, era surcada por miles de esquiadores que se entrecruzaban sin estrellarse unos con otros. Los más avezados incluso hacían saltos, pero todo ello en absoluta armonía con el resto de deslizantes. Un gracioso rezagado se acerca y nos derrapa en la cara llenándonos de nieve. El tiempo no pasaba. Ya no había marcha atrás. Estabas tú, la pista y tu orgullo. Quitarme los esquís pasó por mi cabeza, pero me dijeron que aquello era una locura. No podía bajar haciendo culo plash, así que sin pensarlo más me lancé.

                El viento soplaba cada vez más fuerte. Mi velocidad iba en aumento. De fondo escuchaba gritos de ánimo y alguna risa. Más rápido. Más rápido. Los gritos ahora me pedían que abriera cuña, que girase, que me iba a matar. Palabras de aliento en un momento desesperado. El resto me esquivaba sin problemas, yo era uno más de los ineptos. Otra fila de mini misiles con casco me adelantan como si nada. Como vuelvan a girar me los llevo por delante. Así ocurre. Pasó entre medio de todos rompiendo su formación, pero gracias a Dios no choqué con nadie. Más velocidad. Trato de adoptar la famosa posición de cuña en un intento desesperado por aminorar la marcha. Miró hacia mis pies y solo veo los esquís bailando en un intento por hacer caso a mis piernas. Más velocidad. O mi cerebro iba muy lento, o yo bajaba muy deprisa, porque me acercaba rápidamente hacia fuera de pista. La solución fue drástica. Salta.

                Todo daba vueltas. Había nieve por todas partes. Mis esquís ya no me acompañaban. Los bastones volaban y yo pensaba en unas muletas. Finalmente mi descenso se frenó. Me levanté. Todo estaba en orden. No había daños de ningún tipo.

                Saqué una conclusión al instante. Tenía que aprender a girar. Igual ese era el motivo por el que todos iban de lado a lado de la pista. Se acababan los kamikazes y empezaba la planificación.

                ¡Que agujetas al día siguiente!

            Lo que no sé es como volví a ponerme un mono en mi vida, pero ahora lo agradezco, ya que grandes historias de esquí para no olvidar tuvieron su origen aquel día. Si me hubiese rendido…Hubiese tenido menos agujetas.

miércoles, 21 de marzo de 2012

DÍA DE ESQUÍ


DÍA 15

                Hoy ha nevado. Poco, pero ha nevado. Hace tres años que no esquío, pero por el contraste de temperaturas con los días anteriores me he acordado del ski. Especialmente de cuando aprendí.

                Hoy en día son muchos más los niños que esquían. En mi infancia, si en algún momento se me ocurría pensar en practicar el deporte alpino, mi madre zanjaba mis ensoñaciones con un “Vete a jugar al fútbol, que con unos calzones y un balón tienes todo lo necesario”. Que sabiduría.

                Pero el tiempo pasa y las ideas cambian, asi que a la edad de 17 años conseguimos “engañar” a mi madre. Los tres pequeños nos íbamos con el Club Argüelles a esquiar a Sierra Nevada. Conseguimos todo el material necesario prestado. La imagen estaba conseguida. Un mono, gafas de sol y mucha pose. Tiembla Sierra Nevada.

                Llegamos a Granada. El Colegio Mayor Albaicín nos recibe con los brazos abiertos. Durante la cena, mi mente imaginaba preciosas bajadas levantando nieve en cada giro como había visto en la tele. Cámara lenta mientras llegaba al telesilla. Me quitaba las gafas y movía el pelo estilo Sensación de vivir o anuncio de Pantene. Creo que lo único que se cumplió en algún momento fue la cámara lenta, pero cayéndome al suelo.

                Amanece. Muy buen día. Moreno asegurado. Bajamos de la furgoneta y empieza uno de los rituales. Botas, mono ajustado, braga, etc. Todo me temblaba. No se si era por el frío, por los nervios o por los dos. Cacao para los labios. Hecho. El dueño de la única crema siempre nota como se forma una fila ante él esperando un pequeño pegote de crema que los esquiadores apuran para cubrir toda la cara. Se acaba el bote. Mañana os da crema vuestra madre.

                ¿Cómo se llevan los esquís? Empiezas a mirar al resto de esquiadores, pero no te queda muy claro el funcionamiento. Cuando consigues entenderlo, cargas los esquís y empiezan a separarse. A la vez no sabes que hacer con los bastones. Se te cae un guante. El ridículo que estas haciendo no va acorde con la imagen que ofrece tu equipamiento y quieres volverte a casa. Respiras hondo y pones todo en su lugar. Funciona.

                Nos subimos en “El Huevo”, un funicular que nos lleva hasta lo alto de la Sierra para poder ir a las pistas. Durante el trayecto de subida puedes ver como la gente esquía. Algunos  se admiran de lo que son capaces de hacer aquellos esquiadores, pero tú solo ves a los que sufren en el suelo, los que han perdido el control y chocan contra un poste, los que gritan desesperados en busca de auxilio.

                ¡Mamá, que razón tenías!

Continuará, me falta tiempo

jueves, 15 de marzo de 2012

EN LA COMPRA


DÍA 14

                Antes de seguir con los superpoderes de las mamás voy a pasar a describir un mundo digno de estudio. Las colas de los supermercados. No importa cuál elijas, siempre será la más lenta. Gracias a Dios han inventado el sistema de cola única, pero por ahora solo funciona en Carrefour.

                Como primera medida, ese día has decidido ir a la compra a las cuatro de la tarde. “La gente estará comiendo o haciendo la siesta, es la mejor hora” Piensas mientras sales de casa en el coche. Quieres engañarte a ti mismo. La peli de serie C que ponían en Antena 3 se merecía una cabezadita, pero todo sea por una compra ágil.

                El parking te espera con pocos coches aparcados y te frotas las manos. Cuando entras, ves que en lugar de estar abiertas las innumerables cajas que se alinean a las puertas, solo tres tienen cajera. El trasiego de carritos te hace caer en la cuenta de que no eran tan pocos los que habían sacrificado esa hora sagrada en España. Sacas la lista del bolsillo y empiezas a buscar por los pasillos. Horror. Han cambiado la distribución, con lo que no tienes ni idea de dónde están las cosas. Si antes podías encontrar pan aquí, ahora encuentras Nocilla. Productos complementarios, pero que en ese momento te sacan de quicio. Una palabrota sube por tu garganta y consigues reprimirla en el último instante con un ligero rugido. Preguntas a un dependiente y te responde con una sonrisa divertida que él tampoco se ha hecho todavía a las reformas. Te entran ganas de lanzarle el bote de Nocilla a la cara. Total, tú no la querías, todo era culpa de la última estrategia de marketing del mercado. Miras a tu alrededor y notas que todos están como tú. Vagando por un desierto en busca de un Moisés que les guíe. Una abuela busca entre la ropa interior de caballero los cereales de fibra que a ella le gustan; un niño llora buscando la zona de los juguetes. Agarras con fuerza el carro e intentas buscar lo necesario del modo que sea. Estás solo.

                Gracias a tu paciencia y a que los carritos de la compra nunca giran hacia donde tu quieres, consigues terminar la primera misión. Haciendo zigzag tratando de domar tu “caballo” alcanzas la zona de cajas. En décimas de segundo la cabeza hace un estudio pormenorizado de todas las opciones.

                CAJA 1: Muchas personas con compras de menos de 10 artículos. Sopesas y te recuerdas que donde más tiempo se pierde es en las transacciones de dinero, con lo que rechazas esa caja.

            CAJA 2: Tres personas con compras medias. La cajera es experimentada y pasa la banda magnética de la tarjeta como en los anuncios de VISA Electron. Caes en la cuenta de que el/la último/a de la fila es alguien que conoces y te da pereza saludar y aguantar toda la cola en conversación. Es la hora de la siesta y tu cerebro está en off.

                CAJA 3: Una persona. Comprón. Pero al ser una sola transacción te las prometes felices. Te diriges a esa caja haciéndote el despistado para no saludar al sujeto de estudio de la caja 2.

                BEEP, BEEP, BEEP, BEEP. Los productos van pasando por el lector de código de barras a gran velocidad. Si hay suerte igual puedes dislocar tu cuello en los últimos minutos de peli de Antena 3. Simulas que te interesan las chocolatinas.

                El BEEPBEEP deja de sonar. La cajera repite varias veces con el mismo producto, pero no hay manera. Mierda. Ya empezamos.

                Descuelga el telefonillo. “Mari, ¿me puedes mirar el precio de un “produzto”?” Mientras espera, masca el chicle haciendo un ruido muy desagradable. Juguetea con un boli. Mari responde y ella teclea unos números. Seguimos.

                BEEPBEEPBEEP. El precio total aparece en la pantalla. “Son 338,26 euros” Dice mientras acompaña con un giro del lector para que el público vea que no le engaña. La señora empieza hurgar en el bolso. Encuentra un monedero que es como otro bolso en el que también tiene que buscar. “Ah! Tengo este descuento que me disteis el otro día” Exclama super contenta. Tendría que haberlo avisado antes, así que la chica tiene que manipular algunos datos en el ordenador. El tiempo pasa inexorable.

                Por fin, encuentra la tarjeta. En ese momento, levantas la cabeza y te das cuenta de que ya no queda nadie de los que estaban al principio en el resto de cajas. Ya estarías camino a casa. Este pensamiento hace más duro el sufrimiento. La señora enseña en alto la tarjeta. Te mira y sonríe. Sonries falsamente.

                Pasa la tarjeta. Nada. Pasa la tarjeta. Nada. Respiras hondo. Pasa la tarjeta. Nada. No me puede estar pasando esto a mi. Descuelga el telefonillo de nuevo. “Jenni, no me lee la tarjeta”. Cuelga y espera. Con las uñas pintadas tamborilea al ritmo de la música que nos ofrece el hilo musical del local. Tienen puesta Cadena 100 y, como no, esta sonando Manolo García. ¿De verdad a alguien le gusta como canta ese tio? Entonces, ¿por qué lo ponen a todas horas?

                Una chica con patines llega a la caja. Presupongo que es Jenni. Tras una alegre charla con la cajera sobre chascarrillos del super, se marcha deslizándose elegantemente con la tarjeta en su poder. Manolo García sigue molestando.

                Vuelve. La señora consigue pagar.

                Me toca. Puede haber suerte o tener que volver a necesitar a Jenni la patinadora, pero eso sería alrgarse.

                El caso es que sales y tienes que ponerte la mano a modo de visera, como quien llevase años de oscuro cautiverio. Debido al paso del tiempo, el parking se ha llenado. No encuentras el coche. Pasa el tiempo.

                Mientras metes las bolsas en el maletero un pensamiento reina en tu mente. La próxima vez hago la compra por internet.

                Mentira. Volverás.

miércoles, 14 de marzo de 2012

SUPERPODERES DE MAMÁ(1)


DÍA 13

                Hoy me he deprimido al ver que era la decimotercera entrada que escribía. ¡Sólo! He caído en la cuenta de que esto no es sencillo, aunque era algo previsible. Exige sacrificio, pero sin exagerar. Esto me ha hecho pensar en las madres. ¿Y voy a hablar de los sacrificios que hacen las madres? No. Voy a hablar de los súper poderes que las mujeres adquieren al convertirse en madres. No sé si exactamente los reciben el día de la boda o tienen que esperar al primer parto, pero el caso es que existen.

                El primer poder que viene a mi cabeza está contrastado. Cuando era pequeño, desconozco el motivo por el que ocurría, pero no era extraño que el cordón de mi bañador acabase fuera de su lugar original. La primera vez que ocurrió creí que el mundo se me venía encima. Sin cordón era inviable saltar a la piscina sin quedar expuesto a la desnudez integral. Los tres hermanos pequeños vestíamos el mismo traje de baño, con lo que claramente el problema era de grandes dimensiones, o al menos a mi me lo parecía. Con los dedos aún mojados del último chapuzón trataba de recolocar en su sitio el cordón perdido. Apretaba con fuerza y me temblaban las manos, fruto de la presión o de alguna ráfaga de viento que me enfriaba. Empezaban los nervios. El resto de compañeros de juegos acuáticos gritaban desde el agua, impacientes por mi reincorporación. No había manera. Me retorcía tratando de morder el bañador y tirar con las uñas hacía dentro. Ya podía ir diciendo adiós a aquel calzón de flores que tanto me gustaba. En ese momento las ideas se aclaraban. “Voy a decírselo a mamá” Corría hacia ella y agarraba de la cintura para no perder tan valiosa prenda. La preocupación en mi cara alarmaba  a mi madre que se incorporaba y preguntaba preocupada: “¿Qué ha pasado?” Con el tiempo me doy cuenta de que esta pregunta significa que muy gordas las debíamos haber montado  previamente y ella se preparaba para lo peor. Cuando le enseñaba el cordón respiraba tranquila. Lo guardaba en la bolsa de las toallas, me arreaba un beso y, si había sobrado alguno de la comida, probablemente me hiciera comer un bocata. “Es que me da pena tirarlo…” Y con esa excusa no había quien lo rechazara.

                Al llegar a casa me cambiaba el bañador. Mi madre se preparaba como un mecánico de Fórmula 1. Encendía la lámpara que tenía al lado de su butaca. Del bolso sacaba un estuche. Lo abría y se calaba las gafas. Levantaba la tapa del costurero como si fuese la caja de herramientas y con una mano trasteaba buscando el instrumental necesario para la operación. Se ajustaba un dedal y sacaba algo que no recuerdo con claridad. Una aguja o un imperdible. Como no soy madre estos detalles me bailan. Poco a poco el cordón iba entrando. Al terminar, la cintura quedaba fruncida, así que el último gesto de la operación era imprescindible. Cogía la cintura por lo dos extremos. Subía el bañador hasta la altura de sus ojos y daba un par de estirones. El bañador había quedado como nuevo.

                Otro beso y corriendo a dejar el bañador.

                Una gran sonrisa presidía mi cara. Pasará lo que pasará, no había que preocuparse.

                Mi madre tenía poderes.

miércoles, 7 de marzo de 2012

EL PREMIO SECRETO DE JOSÉ ABASCAL


DÍA 12

                Mi hermano Borja ha ganado un premio de novela de abogados. Desde hace mucho tiempo le ha gustado contar historias y, a sus hermanos pequeños, siempre les gustó creérselas. Es por eso que hoy, en homenaje a él, escribo sobre una de sus invenciones.

                Los viajes en coche siempre dieron vuelo a su imaginación. Se mezclaban varios ingredientes. Horas por delante de viaje, canciones de Julio Iglesias, la cojocinta en la radio, y nuestra absoluta credulidad. Un cigarro en la boca (todavía fumaba) y las gafas de sol. Si bajábamos a Madrid la historia más recurrente era la de José Abascal. No se trataba de contarnos la vida y milagros de este alcalde madrileño, sino el premio secreto que guardaba esa calle. El que consiguiera pasar esta gran avenida cogiendo todos los semáforos en verde recibía un premio por parte del Ayuntamiento de Madrid. Parece una estupidez, pero era nuestro hermano mayor y nos lo creímos. Muchas veces nos lamentamos al unísono por ver cambiar el color verde por el rojo en el último momento. ¿Es que nunca íbamos a conseguirlo? Esto daba mayor credibilidad a la historia. Estaba claro, era casi imposible. Pero queríamos el premio y no pretendíamos dejar de luchar por ello. Bajar a Madrid con Borja se convirtió en una aventura.

                Después de tantos entrenamientos e intentos fallidos, aquel día parecía que todo Madrid nos apoyaba. Tráfico: fluido, calles casi vacías. Gente pidiendo en los semáforos: los pocos que estaban se mantenían en las aceras animándonos. Viento: favorable de fuerza media. Señora pisando huevos y molestando la circulación: se había quedado en casa.

                Salimos del túnel y nos incorporamos cogiendo el semáforo justo dando la señal de salida. Verde. Si Borja hubiese llevado guantes se los hubiese ajustado, pero en lugar de ello apretó con fuerza el volante. José Abascal, aquí estamos.

                A nuestro paso la luz verde nos saludaba. Un cosquilleo recorría todo nuestro cuerpo. Animábamos al conductor como si la vida nos fuese en ello. Otro semáforo pasado. Bien.

                ¿Era nuestra imaginación o la gente se paraba a contemplarnos? “¿Lo irán a conseguir?” Se preguntaban todos. Otro semáforo. Los papeles del suelo se levantaban a causa de nuestro paso fugaz por su lado.

                Sólo quedaban dos más. A lo lejos veíamos la Castellana esperándonos para celebrarlo. Ligas del Madrid, visitas del Papa y ahora nosotros. Nuestros gritos iban a llenar todo el Paseo de camino hacia el Ayuntamiento para recibir nuestro premio. Pero Borja se dio cuenta de que si no frenaba se acabaría la magia. De forma que no se notará excesivamente redujo la velocidad. Se acercaba inexorable el último semáforo. Rojo. Freno y respiración de alivio del contador de historias.

                Otra vez sería. Seguiríamos sin saber el secreto mejor guardado. José Abascal pasaría a formar parte de la leyenda. Como si del botín de un pirata se tratase, nosotros soñábamos con aquel premio.

                Pasaron los años y , por motivos que no son del caso, nosotros fuimos haciéndonos mayores. Hace aproximadamente un año Borja recibió un mensaje en el móvil.

                “Lo he conseguido!!!Jose Abascal todo en verde!!!”

                “Mi hermano Bosco está loco” debió pensar al leerlo.

                Cinco minutos más tarde cayó en la cuenta. Supongo que al principio se reiría viendo como aquella historia había calado en sus hermanos pequeños. Más tarde, probablemente, mirase en las noticias no fuese a salir Bosco siendo detenido por pedir en el Ayuntamiento que le diesen lo que era suyo.

                Creo que Bosco nunca reclamó su premio. Lo hemos recibido todos esta semana con mi hermano. El premio empezó contando estas pequeñas historias que con el tiempo han ido creciendo. Enhorabuena Borja.

                Gracias José Abascal. 

jueves, 1 de marzo de 2012

"AMOR" EN EL PARQUE DE ATRACCIONES


DÍA 11

                Y el amor sigue llamando a la puerta de mis historias. Esta vez todo tuvo lugar en uno de los parajes más románticos de la Comunidad de Madrid. El Parque de Atracciones. Como diría Sebastián, el cangrejo de la Sirenita, primero hay que inspirar el amor. En el Parque se respira allá donde vas. O eso, o el sobaco del tío de delante en la cola que estrena nueva camiseta de tirantes y, sin embargo, ha olvidado estrenar ese nuevo invento que llaman desodorante.

                Ella siempre se abraza fuerte a “la pareja” en las pronunciadas bajadas gritando de terror, mientras que él simula mantenerse impasible ante la velocidad. En realidad quiere gritar más agudo incluso que ella que paren aquel maldito cacharro, pero esto forma parte del incomprensible rito de conquista del homo atraccionis.

                El amor es compartir, y de esto trata lo que paso en El Barco Pirata aquella tarde de verano que jamás podré borrar de mis recuerdos.

                Como amantes del riesgo y participantes experimentados de esta atracción, nuestro grupo se separó ocupando las filas traseras de los lados opuestos. Esperábamos que empezase el balanceo y nos saludábamos desde los extremos. Una pareja se subió al barco. Ella lucía una bermuda y la parte de arriba de su bikini. Él, bañador y torso desnudo. Hasta aquí nada anormal. En la fila de detrás de ellos se montó otra pareja. Unos gemelos de los que destacaba como característica a primera vista que eran gordos, bastante gordos. Se cerraron las puertas de aquella trampa y el Barco despertó con un suave movimiento de vaivén.

                Subía. Bajaba. Subía. Bajaba. Y cada vez que bajaba se creaba en el estómago esa sensación que tanta gracia te hacia cuando de viaje con tus padres el coche llegaba a un cambio de rasante y te notabas volar. Sin gravedad. Levantábamos los brazos como muestra de que allí no pasaba nada. Pero sí que pasaba. La cara de los gemelos perdió todo color. La siguiente bajada fue fatídica para la digestión de lo que hubiesen comido esa mañana. Se inclinó hacia delante y vomitó sin freno. La melena de ella, como si de una fregona se tratase, recogió gran parte de lo expulsado. El resto recorría su piel desnuda. Su novio se giró y, viendo lo que había pasado, se echo a reír mientras le señalaba. No tuvo ninguna compasión de ella. Ni siquiera trató de consolarle. Seguía riendo sin compartir su situación. A ella no parecía hacerle mucha gracia. La discusión iba a comenzar, pero Cupido, disfrazado de gordo en proceso claro de corte de digestión, arregló lo que iba a ocurrir. Vomitona del otro gemelo sobre el novio. Ahora reía ella. Reían los dos.

                Al resto no nos hacía ni puñetera gracia. Quedaban unos cinco minutos de atracción y no podían pararla. El olor era insoportable. La gente, o al menos los que llevábamos camiseta, se tapaba la nariz con la misma tratando de aguantar el hedor. Los novios seguían riendo.

                Al salir nos los encontramos a ambos limpiándose entre risas en una fuente. ¿Bonito o asqueroso? Podría sacar una preciosa conclusión sobre el amor, compartir, en lo bueno y en lo  malo, pero la verdad es que es bastante asqueroso.