DÍA 28
Este
verano he probado por primera vez lo que se siente haciendo rafting. No esta mal.
Había tramos muy chulos, pero luego pasabas largos ratos de remo sin sentido un
poco aburridos. Gracias a Dios, los componentes de mi barca fuimos gritando
todo el trayecto tratando de meternos en el papel y, en cierta medida, aumentamos
la diversión.
En
total debíamos ser un grupo de casi treinta personas. Era la despedida de
soltera de una amiga y nos apuntamos al tema rafting como si no hubiese mañana.
Bocatas, toalla, dinero y tabaco. Ese era el equipaje más abultado. Tras una
breve explicación nos dieron los neoprenos y nos embutimos en ellos. Embutimos. Esa es la definición, porque yo parecía un auténtico salchichón. Pasado un
tiempo aquello cogía cierta holgura y empezabas a sentirte más cómodo, pero la
primera impresión fue de total perdida de amor propio. Cuando ya te habías
hecho uno con él era cuando alguien soltaba la esperanzadora frase.
“¿Te
imaginas que el que se lo ha puesto antes se meo encima?”
Gracias.
Hasta ahora era ridículo, en adelante sería asqueroso.
Del
rafting, la verdad, poco más tengo que contar. La verdadera historia comenzó al
finalizar el descenso. Unas furgonetas nos recogían en el río y nos
subían hasta el punto de partida. Allí nos esperaban nuestros coches con todas
las pertenencias: móviles, alpargatas, camisetas, pitis, etc.
No
sin antes inmortalizar aquella estampa, nos quitamos el disfraz. Mi cuerpo
agradeció que me quitase el neopreno después de dos horas y pico en absoluta
congestión. Tito y yo comentábamos los avatares de la jornada sentados en el
maletero del coche mientras nos cambiábamos. Pablo fumaba un cigarro a nuestro
lado participando de la tertulia. Su ropa estaba en otro coche y hacía tiempo
hasta que llegase su hermana.
Y
Laura, la hermana, apareció. Venía andando relajadamente desde su coche. Con
una calma que produce pasmo, como si fuera algo normal en su vida, se acercó y
dijo: “Pablo, vamos a tener un problema para irnos…” No le dimos más
importancia, sería alguna tontería.
No
lo era.
El
mando tenía un botón específico para abrir SOLO el maletero. Laura lo usó en
aras de un uso más económico de la energía. ¿Para qué abrir todos los pestillos
cuando puedes abrir solo uno? Levantó la puerta del maletero y dejó las llaves
sobre la bandeja trasera. Cogió sus cosas y, ni corta ni perezosa, cerró de un
portazo. En ese momento se le produjo un nudo en el cerebro. Desde el otro lado
del cristal le miraban, como riéndose, las llaves de su coche. Los pestillos se
cerraban automáticamente, así que no había modo de recuperarlas.
En
ese momento la generación de internet hizo acto de presencia. Ahí estábamos todos
dando opiniones sobre cómo se abría un coche. Lo habíamos visto en Youtube. Perchas,
bolas de tenis, portaminas…Miles de opciones, pero no os fieis mucho de
Youtube. De hecho, una vez la bolita de mi Blackberry dejó de funcionar. Busqué
un video que me permitiera solucionarlo sin ir a la tienda. “No más que es muy
sencillo…” Empezó diciendo un joven mejicano. Y la verdad es que lo parecía.
Tampoco
lo era. Me quedé sin bolita.
Fuimos
a pedir percha y bola de tenis a los que regentaban aquel local. Les explicamos
el problema y sonrieron como pensando: “Aficionados” La típica escena de
Disney. Unos maleantes que, mezclados en la sociedad, ocultan su pasado. La
sonrisa deja entrever un par de dientes de oro que brillan acompañados de un
sonido “ TLIN”, y un guiño a su compinche.
“Nosotros
os lo abrimos, no es la primera vez que pasa”
Justo entonces recordamos que una de las indicaciones hechas antes de empezar fue:
“Dejad las cosas de valor en los coches…” Aumentan las especulaciones.
Traen
una varilla larga, unas toallitas y dos destornilladores. La toalla la ponen
sobre el borde de la puerta. Con los destornilladores sobre la toalla hacen
palanca hasta doblar en parte la puerta y consiguen meter el alambre. Estamos
flipando. Pablo, que tenía el móvil a punto para llamar al seguro, ahora duda
si llamar a la Mutua o a la Policia.
La
idea era enganchar el manillar de la puerta y tirar hasta que se abriera. El
alambre era muy fino y no aguantaba tanta fuerza. Segunda opción. Llegar a
apretar el botón del cuadro de mandos que abre todas las puertas. El alambre
era muy corto. Mierda de alambre…
Apareció
otro de los “ladrones” con un hierro largo y fuerte, así que volvían a la
carga, pero esta vez, por la otra puerta. Todos los que habíamos ido al rafting
asistíamos emocionados al rescate. Rodeando el coche y con la cara pegada al
cristal. Comentarios de todo tipo. Risas. Los dueños del coche: Nervios.
Finalmente
lo consiguieron. Aplausos. Abrazos. Colecta para dar un propinón al “ladrón”.
Piti comentando y a los coches.
No
sé a qué se dedicaban antes. La verdad es que tenían bastante pericia en el
arte de la apertura de coches, pero a nosotros nos habían dado la vida. Así
que, como buen final Disney, los “ladrones” se habían hecho buenos.
Porque
en el fondo, los ladrones somos gente honrada.
Se
rumorea que Laura no ha vuelto a usar el “Botón Económico”