jueves, 20 de septiembre de 2012

LOS LADRONES SOMOS GENTE HONRADA


  DÍA 28         
   
              Este verano he probado por primera vez lo que se siente haciendo rafting. No esta mal. Había tramos muy chulos, pero luego pasabas largos ratos de remo sin sentido un poco aburridos. Gracias a Dios, los componentes de mi barca fuimos gritando todo el trayecto tratando de meternos en el papel y, en cierta medida, aumentamos la diversión.

                En total debíamos ser un grupo de casi treinta personas. Era la despedida de soltera de una amiga y nos apuntamos al tema rafting como si no hubiese mañana. Bocatas, toalla, dinero y tabaco. Ese era el equipaje más abultado. Tras una breve explicación nos dieron los neoprenos y nos embutimos en ellos. Embutimos. Esa es la definición, porque yo parecía un auténtico salchichón. Pasado un tiempo aquello cogía cierta holgura y empezabas a sentirte más cómodo, pero la primera impresión fue de total perdida de amor propio. Cuando ya te habías hecho uno con él era cuando alguien soltaba la esperanzadora frase.

                “¿Te imaginas que el que se lo ha puesto antes se meo encima?”

                Gracias. Hasta ahora era ridículo, en adelante sería asqueroso.

                Del rafting, la verdad, poco más tengo que contar. La verdadera historia comenzó al finalizar el descenso. Unas furgonetas nos recogían en el río y nos subían hasta el punto de partida. Allí nos esperaban nuestros coches con todas las pertenencias: móviles, alpargatas, camisetas, pitis, etc.

                No sin antes inmortalizar aquella estampa, nos quitamos el disfraz. Mi cuerpo agradeció que me quitase el neopreno después de dos horas y pico en absoluta congestión. Tito y yo comentábamos los avatares de la jornada sentados en el maletero del coche mientras nos cambiábamos. Pablo fumaba un cigarro a nuestro lado participando de la tertulia. Su ropa estaba en otro coche y hacía tiempo hasta que llegase su hermana.

                Y Laura, la hermana, apareció. Venía andando relajadamente desde su coche. Con una calma que produce pasmo, como si fuera algo normal en su vida, se acercó y dijo: “Pablo, vamos a tener un problema para irnos…” No le dimos más importancia, sería alguna tontería.

                No lo era.

                El mando tenía un botón específico para abrir SOLO el maletero. Laura lo usó en aras de un uso más económico de la energía. ¿Para qué abrir todos los pestillos cuando puedes abrir solo uno? Levantó la puerta del maletero y dejó las llaves sobre la bandeja trasera. Cogió sus cosas y, ni corta ni perezosa, cerró de un portazo. En ese momento se le produjo un nudo en el cerebro. Desde el otro lado del cristal le miraban, como riéndose, las llaves de su coche. Los pestillos se cerraban automáticamente, así que no había modo de recuperarlas.

                En ese momento la generación de internet  hizo acto de presencia. Ahí estábamos todos dando opiniones sobre cómo se abría un coche. Lo habíamos visto en Youtube. Perchas, bolas de tenis, portaminas…Miles de opciones, pero no os fieis mucho de Youtube. De hecho, una vez la bolita de mi Blackberry dejó de funcionar. Busqué un video que me permitiera solucionarlo sin ir a la tienda. “No más que es muy sencillo…” Empezó diciendo un joven mejicano. Y la verdad es que lo parecía.

                Tampoco lo era. Me quedé sin bolita.

             Fuimos a pedir percha y bola de tenis a los que regentaban aquel local. Les explicamos el problema y sonrieron como pensando: “Aficionados” La típica escena de Disney. Unos maleantes que, mezclados en la sociedad, ocultan su pasado. La sonrisa deja entrever un par de dientes de oro que brillan acompañados de un sonido “ TLIN”, y un guiño a su compinche.

                “Nosotros os lo abrimos, no es la primera vez que pasa”

                Justo entonces recordamos que una de las indicaciones hechas antes de empezar fue: “Dejad las cosas de valor en los coches…” Aumentan las especulaciones.

                Traen una varilla larga, unas toallitas y dos destornilladores. La toalla la ponen sobre el borde de la puerta. Con los destornilladores sobre la toalla hacen palanca hasta doblar en parte la puerta y consiguen meter el alambre. Estamos flipando. Pablo, que tenía el móvil a punto para llamar al seguro, ahora duda si llamar a la Mutua o a la Policia.

                La idea era enganchar el manillar de la puerta y tirar hasta que se abriera. El alambre era muy fino y no aguantaba tanta fuerza. Segunda opción. Llegar a apretar el botón del cuadro de mandos que abre todas las puertas. El alambre era muy corto. Mierda de alambre…

                Apareció otro de los “ladrones” con un hierro largo y fuerte, así que volvían a la carga, pero esta vez, por la otra puerta. Todos los que habíamos ido al rafting asistíamos emocionados al rescate. Rodeando el coche y con la cara pegada al cristal. Comentarios de todo tipo. Risas. Los dueños del coche: Nervios.

                Finalmente lo consiguieron. Aplausos. Abrazos. Colecta para dar un propinón al “ladrón”. Piti comentando y a los coches.

                No sé a qué se dedicaban antes. La verdad es que tenían bastante pericia en el arte de la apertura de coches, pero a nosotros nos habían dado la vida. Así que, como buen final Disney, los “ladrones” se habían hecho buenos.

                Porque en el fondo, los ladrones somos gente honrada.

                Se rumorea que Laura no ha vuelto a usar el “Botón Económico”            

miércoles, 19 de septiembre de 2012

EL COREANO


  DÍA 27             

              Me empiezo a dar cuenta de que en mi época universitaria raro era el día en que no me pasaba algo curioso. Rodajes de películas, huelgas, avisos de bomba, pero hoy me he acordado de mi primera 
experiencia con el mundo de las multinacionales.

                No recuerdo la época del año, pero estaba en la terraza del Paraninfo, asi que sería en primavera. Una cerveza y unas croquetas. Un manjar que solo el aceite cien veces usado de aquella cafetería convertía en plato de estrella Michelín. Mi móvil empezó a vibrar y me despertó del proceso de fotosíntesis. Era Álvaro, un amigo mío de Barcelona que en aquella época estaba montando su propia agencia de medios. Hacia tiempo que no hablaba con él, así que respondí al teléfono ilusionado a la vez que sorprendido. Tras la puesta al día de rigor me soltó la bomba.

                “Rafa, ¿tienes la tarde libre?”

                Pregunta compromiso. ¿Qué querrá? Estaba libre y mi amigo necesitaba un favor. Daba un paso al frente voluntario, pero la curiosidad me estaba matando.

                “Verás. Vamos a montar un evento para Samsung en unos meses en Madrid…”

                Perfecto. Necesita azafatos. Soy tu hombre.

                “Necesito alguien allí para enseñar las localizaciones de nuestros stands en la ciudad…”

                Bueno, guía turístico tampoco estaba mal.

                “Les he dicho que nuestro socio en Madrid se encargaría de todo…”

                Bien, pues que se encargue tu socio.

                “Obviamente no tengo socio en Madrid, y vas a ser tú”

                Me entró la risa. La explicación siguió y cada vez era más divertido. Iba a venir un coreano de Samsung para supervisar toda la operación. Yo, como socio de GT Media, le tenía que “tomar el pelo”. Llevármelo a varios Carrefour de la Comunidad de Madrid y venderle la moto. El problema es que yo no tenía ni idea de que moto tenía que vender y, por lo que parecía, Álvaro tampoco mucho. La cosa era que yo le hiciese el lío al coreano para que aceptase, vender un poco de humo, y luego él se encargaría de todo.

                “Tranquilo, este verano te pago unas cuántas copas” Sigo sin recibir nada. El año que viene se lo recordaré.

                Junto a mí estaba Juan Villanueva. Le engañé y empezamos a prepararnos. Lo primero, ponernos traje. Imprescindible. Lo segundo, comida de empresa en el Burguer. Lo tercero, llamar al coreano.

                Para hacer todo mucho más curioso, el coreano se llamaba: Yo. No es coña. La conversación telefónica fue de cámara oculta.

                “¿Yo?” Pregunté. “Yo” Respondía. “¿Yo?” “Si, yo” Asi durante un rato hasta que nos pusimos de acuerdo. Nos veríamos por la tarde en el Carrefour de San Sebastian de los Reyes( creo que estaba allí)

                Esperábamos en el parking junto al coche. Habíamos llegado con tiempo para ver el edificio por dentro y pensar que le iba a contar a nuestro querido señor Yo. Un coche grande con cristales tintados apareció y aparcó junto a nosotros. En el momento en que bajó un coreano bajito seguido de un hombre y una mujer parecía que íbamos a hacer una entrega de drogas. Lo reconozco, estaba un poco nervioso, pero hasta entonces yo creía que el señor Yo era un mindundi que pinchaba en Samsung casi tan poco como yo en GT Media.

                El hombre y la mujer iban detrás de él haciendo reverencias y besando el suelo donde pisaba. Me empecé a mosquear. Se presentaron. El señor era un jefazo de Samsung España, la señora no lo recuerdo, pero también cortaba el bacalao, y el coreano, al parecer era un semi dios de Samsung.

                Juan y yo nos miramos. Todo el menú combi del Burguer empezó a sudarlo mi cuerpo. Ante todo, tenía que mostrar tranquilidad y aguantar el farol. Total, el coreano no se iba a enterar de nada…

                ¿De nada? Empezó a hablar en español y parecía que había nacido en Valladolid. Había que tirar de la épica. Esto era como un examen en el que en una de las preguntas te han pillado y tienes que tirar de inventiva. Mi especialidad. Pero el problema es que estos solía acabar suspendiendo. Cuando llamé a Álvaro para comentarle el personal que había venido flipaba mientras se meaba de la risa.

                Lo di todo. Me preguntaba por la ubicación de los stands y yo le defendía todos los pros y los contras, las zonas calientes del supermercado, la visibilidad del producto, etc, etc. Sin tener ni idea de lo que realmente decía, pero a base de oir este tipo de cosas a profesores y entendidos se me había ido quedando.

                Varios centros comerciales fallidos después, acabamos por encontrar algo de su agrado. Lo mejor era que cada vez que yo me marcaba un discurso comercial, los dos jerifaltes de Samsung España asentían con la cabeza y aplaudían mis comentarios. El coreano fue más duro de roer, pero terminó cayendo.

                Cada vez que llamaba a Álvaro sus risas iban en aumento. Yo solo pensaba: “¡Cabrón!”

                Al final lo conseguimos. El Socio de GT Media resultó ser un figura.

                Eso si, la próxima vez que me avisen con tiempo
                

martes, 11 de septiembre de 2012

ESTAFA AL SEGURO


DÍA 26

                Tras muchas semanas de sequía, me decido a dar comienzo al curso con una nueva entrada. Ya era hora. En una de las primeras historias escribí sobre los atascos que solíamos encontrar todas las mañanas en el autobús cuando íbamos a la universidad. Sin embargo, pasado el tiempo, poco a poco fuimos haciéndonos más asiduos a bajar en coche.

                Al principio podía ser un día a la semana, luego dos, y al final, si no tenías coche te planteabas seriamente ir a clase. El cuerpo se acostumbra a lo bueno y el nuestro no iba a ser menos.

                Uno de los primeros días, no recuerdo por qué motivos, pero fuimos en el coche de mi padre. Eugenio, Josemaría y yo en un coche bueno y bastante grande. Aunque no me haya identificado mucho nunca con el sector, la imagen representa lo que todo el mundo piensa en esta situación: Pijos, hijos de papá. No había lugar a dudas.

                Salíamos del aparcamiento de Derecho con los estómagos ansiosos por entrar en acción. La mirada baja para no ser reconocido por los compañeros o por algún profesor. Con el número de alumnos que había por clase, esto último era más difícil que ocurriera. El semáforo se puso en rojo y Josemaría frenó bruscamente tratando de evitar la colisión con el coche que nos precedía. El conductor de detrás no tuvo tantos reflejos y nos dio lo que coloquialmente se conoce como un “besito”. Susto. Nos bajamos del coche y comprobamos los posibles daños. La otra parte estaba de los nervios. Creo recordar que gritaba. En principio parecía que no había pasado nada, así que intercambiamos móviles por si más tarde veíamos algún desperfecto. Gritando se metió en su coche y se fue.

                Volvemos al coche y remprendemos la marcha.

                “El caso es que me he dado un buen susto”

                “Me molesta un poco el cuello…”

                “¿Vamos al hospital? Nos podemos sacar una pasta!!”

                Lo sé. Es triste. Pero seguro que alguna vez lo has pensado. Estas en la universidad y tus ingresos no son para tirar cohetes. Fuimos corriendo al hospital. La historia estaba montada. El golpe por detrás nos había dado un latigazo en el cuello y estábamos molestos. Hasta ahí era todo verdad, menos las molestias, pero más tarde acabaron apareciendo.

                A la entrada del hospital estábamos los tres con el cuello absolutamente tieso. Ensayábamos los movimientos para mirar hacia un lado sin girarlo. Pacto. Repartimos lo que nos den entre los tres.

                Vamos andando con cara de malestar hacia la puerta automática que nos permitía el acceso. Se abrió. Nos dimos la vuelta y salimos presas de un ataque de risa. Nos costó tranquilizarnos, pero finalmente lo conseguimos.

                En recepción estuvimos enormes. Que interpretación. Contamos la historia y  nos hicieron pasar a la sala de espera. El proceso de sentado fue largo. No podíamos doblar la espalda ni mover el cuello. Esperamos. Si me decía alguno algo, giraba el cuerpo entero sin mover para nada las vertebras. Varias veces estuve a punto de romper en lágrimas de risa, pero además, a fuerza de tenerlo en tensión, el cuello empezó a dolernos  a los tres.

                Clásico proceso de radiografías. En unos minutos nos recibiría el doctor para darnos un diagnóstico. Más sala de espera. Teníamos mucha hambre.

                Una enfermera viene a buscarnos: “Martínez-Echevarría” . Nos levantamos como si hubiéramos recibido una paliza y le seguimos.

                Llegamos a la consulta y nos recibió el médico muy amablemente.

                “¿Quién de vosotros es Rafa?”

                Caras de sorpresa de los tres y yo levanto la mano y respondo sorprendido.

                “Verás, te vas a tener que quedar ingresado en el hospital el fin de semana”

                El miedo recorrió el cuerpo de los tres en un instante. Imagino que mi cara quedó absolutamente pálida, pero no pude verlo. Nos miramos acojonados. Por un momento nos pasó a todos por la cabeza decir: “Que era broma, hombre!!!” Por la mía pasó la imagen de la cabeza de la niña del Exorcista dando un giro de 360 grados y pensé en emularla para demostrarle que estaba perfectamente.

                “Tienes aplastada una vertebra y debes quedarte en observación por si bla, bla, bla..”

                Dejé de escuchar. Creo que aquello me lo había hecho previamente jugando al fútbol, pero no me acordaba y no estaba registrado en mi historial. El resto tenían el clásico esguince cervical. Collarín un par de días y a correr. Le dijimos que íbamos a hablar con nuestros padres y le decíamos algo.

                Mis padres estaban de viaje y por supuesto que no íbamos a llamarles. Teníamos que negociar.

               “Rafa, quédate. Eso seguro que lo pagan súper bien. Hospitalización. Esta noche montamos copas silenciosas en tu habitación.”

                Con mis padres fuera era un buena opción, y la verdad es que aquello olía a mucho dinero. Pero la cruda realidad es que nos hicimos un poco de caquita. ¿Y si volvían mis padres?¿Y si les llamaban del hospital? Decidimos preguntar las alternativas.

         “Si quieres quédate en casa haciendo absoluto reposo. En la cama todo el fin de semana descansando”

                “Ok. Haremos eso, no se preocupe. Gracias”

           Aquella noche acabamos a “menos cuarto” en Green y al día siguiente jugando al fútbol en la Regional Madrileña. Actualmente hay días en que mi espalda me recuerda que no está al 100%.

                Pero, ¿cuánta pasta sacamos? Finalmente nada.

                Josemaría llamó al conductor contrario para pedirle datos del seguro. Se puso como un ogro. Era profesor. Decía que conocía a nuestro hermano y que nos iba a hacer la vida imposible en la universidad.

                Decidimos que mejor acabar la universidad y ganarnos un salario honradamente.