viernes, 27 de diciembre de 2013

YA VIENEN LOS REYES

DIA 38

                Ya vienen los Reyes. Se nota en el ambiente. Mis sobrinos cuando vienen a casa se portan mejor y si no, la amenaza de que le vayan a ver los pajes surte efecto. Yo me vuelvo a hacer niño, aunque probablemente no haya dejado de serlo.

                Yo creo en los Reyes. Yo creo en escribir la carta. Yo creo en que los pajes nos vigilan. Yo creo que si no fuese por un tema de peso me iría ahora mismo a un centro comercial a sentarme sobre sus rodillas para hacerme la foto y conseguir caramelos.

                Hace unos años, sentados alrededor de unas cervezas, mis amigos y yo estábamos reunidos en El Gallo recordando como eran aquellas noches de Reyes y la ansiada mañana. El Gallo era un bar en el que nos reuníamos todos los jueves para vernos y comentar la semana. Empezábamos hablando de lo más mundano y a partir de la tercera ronda nos elevábamos hasta límites insospechados. El Gallo era un bar cutre, muy cutre, pero nos encantaba. Las cicatrices de miles de vasos habían dejado la marca en las mesas. El suelo pegajoso hacía imposible que el mismísimo Michael Jackson nos deleitase con un moonwalk. Olía a fritanga. Pero a pesar de todo, era nuestro bar. Ahora lo han reformado. Esta limpio y nuevo. No hemos vuelto.

                Es curioso que todos coincidíamos en la mayoría de nuestras historias.

                En mi familia siempre íbamos a misa al hospital de MAPFRE en Majadahonda. Cuando salíamos estaban allí las carrozas de los Reyes que pasaban a visitar a los niños antes de la cabalgata. Y ese era nuestro destino. Corriendo a buscar sitio en las calles para ver pasar a nuestros héroes. Cuando éramos muy pequeños nos pertrechaban con esa prenda del demonio llamada verdugo. Muy bien elegido el nombre. Entre el frio y los nervios  tiritabas agarrado a la valla que te separaba de la comitiva real. Recuerdo que casi todos los años mi padre nos preguntaba por algún regalo que no habíamos puesto en la carta.

                “¿Te acordaste de poner el equipo de subbuteo?”

                ¡Cómo había podido olvidarlo! Mi padre me tranquilizaba y decía: “Tranquilo, pero ahora cuando pase Baltasar(mi Rey) tenemos que gritarlo muy fuerte para que nos oiga”

                Si antes estaba nervioso, en ese momento la probabilidad de infarto infantil aumentaba exponencialmente.

                Comenzaban a pasar carrozas que nos interesaban más bien poco si no fuera porque lanzaban caramelos en abundancia. Personajes de dibujos, saltimbanquis que daban más miedo que otra cosa, bailarinas…pero nosotros abríamos los ojos intentando ver a lo lejos como llegaban los importantes.

                Aparecía Melchor. El Rey de Josemaría. Mi padre y el gritaban pidiendo el regalo olvidado. Luego Gaspar y era el turno de Bosco. Baltasar, el negrito, lentamente llegaba sonriendo. Que nervios. Entonces mi padre, me cogía por el hombro y empezábamos a gritar. Él no necesita desgañitarse, simplemente habla un poco más alto, pero se le escucha perfectamente, por encima de cualquier bullicio. “¡Baltasar, el equipo de subbuteo!” Yo gritaba también, pero confiaba en que escuchara a mi padre.

                Al llegar a casa no tenía ganas ni de cenar. ¿Nos habrían escuchado los Reyes? Antes de dormir había que dejar todo preparado. Limpiaba los zapatos hasta que brillaban como si fuesen espadas bruñidas en una forja de Toledo. Dejábamos una copita y algunos turrones en el salón para que los Reyes cogieran fuerzas. Era hora de irse a la cama, pues si veíamos a los Reyes nos quedaríamos sin regalo. Josemaría, Bosco y yo, que dormíamos en la misma habitación tratábamos de conciliar el sueño, pero era casi imposible. Muy bajito comentábamos la jugada. Era imposible dormir así. Poco a poco, nuestros ojos acababan cerrándose y  la noche más increíble del año pasaba mientras los Reyes hacían magia por todo el mundo.

                Sobre las siete de la mañana mi cuerpo no aguantaba más y me despertaba. Notaba que los cuerpos de mis hermanos también se movían. No sabíamos que hora era. En aquella época no dormíamos con el móvil al lado de la cama para poder contrastarlo. ¿Y si no era lo suficientemente tarde?¿Y si me despertaba y me encontraba a los Reyes? En algún momento alguno se incorporaba un poco y preguntaba “¿Estáis despiertos?” Muy bajito dábamos señales de vida. Josemaría, el mayor de los tres, buscaba un reloj. Parecía que ya era una hora en la que los Reyes habrían pasado. No se oía nada. Todos dormían. ¿Cómo podían dormir en una noche como esa? Teníamos que esperar en la habitación hasta que viniese nuestro padre a desperatrnos, pero aquello era una tortura. Fingíamos visitas esporádicas al baño y tirábamos de la cadena repetidas veces para ver si alguno se despertaba ya.

                Cuando mi padre abría la puerta de la habitación y encendía la luz nuestro ojos estaban abiertos como platos y saltábamos de la cama como bomberos dispuestos a apagar un incendio.

                “Venga, poneros la bata y vamos a ver si han venido los Reyes”

                ¿La bata? Creo que es una prenda que solo usaba el día de Reyes.

                Mi padre, en cabeza de la expedición, bajaba las escaleras. Teníamos que esperar a todos los hermanos y algunos eran más perezosos. Las puertas del salón estaban cerradas. Mi padre se acercaba lentamente y pedía calma. “Voy a ver si siguen los Reyes…”

                Abría la puerta poco a poco. Asomaba la cabeza. Reaparecía su calva ante nosotros y podía decir “Vaya, no han venido…” El alma se nos caía a los pies, pero de repente, abría las puertas de par en par y aquello se iluminaba con la luz de nuestra caras viendo todos esos paquetes. Corrías al sitio de tus zapatos y temblabas de emoción. ¿Qué abría primero? Yo era muy impulsivo y destrozaba el papel. Algún hermano solía esperarse para luego ir abriendo poco a poco sus regalos y mantener la emoción.

                Cada paquete abierto iba acompañado de gritos de emoción. Se los enseñaba a mis padres mientras exclamaba constantemente “¡Mira!¡Mira!” y debajo de el resto de regalos encontraba uno más pequeño. En este dedicaba más tiempo en abrir el papel. ¡Era el equipo de subbuteo!¡El que había pedido mi padre en la Cabalgata!¡Le habían oído! Agarraba a mi padre de la bata y le enseñaba asombrado mi regalo. Mis ojos se desorbitaban y mi padre sonreía.

                Sin duda alguna, los Reyes son Magos.

                Este año, cuando vaya a la cabalgata con mis hermanos y sobrinos creo que le diré a mi padre que le pida a Baltasar una novia para mi, que ya va siendo hora de que me centre.

                El gritará y sonreirá.

                Quién sabe…

                A él siempre le han hecho caso.

                Y es que, aun con sus cosas, mi padre es el Rey

martes, 17 de diciembre de 2013

LA MAGIA DEL CINE

DIA 37

                Algunos cuantos posts más atrás, cuando hablaba de los Reyes Majos, ya hice un pequeño repaso a lo que sería una película romántica de época navideña. Son conocidas las míticas cosas que uno quiere hacer de las películas como subirse en un taxi y gritar “¡Siga a ese coche!”, ser el quarterback del equipo del instituto y compartir taquilla con Stacy la jefa de animadoras, hacer footing(cosa que odio) por Central Park, tener un sofá como el de Friends reservado para tu grupo de amigos en un bar, y todo ese tipo de cosas que alguna vez hemos soñado.

                Pero la historia que voy a escribir es poco recomendable. Lo vi en una peli que no recuerdo y creo que en la serie de Urgencias, pero lo único que recuerdo es que estuve a punto de llevarlo de la pantalla a la realidad y no hubiese sido nada agradable.

                Pongámonos al lío. La situación era la siguiente. Mi hermano y yo volvíamos de la Facultad con el estómago rugiendo y pidiendo su ración diaria de comida de mamá. Íbamos en el autobús y ya se acercaba nuestra parada. Que hambre. Se detiene el coche (así es como lo llaman los autobuseros a pesar de medir 12 metros). Al bajar los pocos escalones que nos separaban del asfalto Josemaría no acertó a apoyar correctamente el pie y se torció el tobillo al estilo cuello de la niña del exorcista. Creo que si no fuese por el tráfico colindante se hubiese escuchado el crujido. Gritó. Se agarró a la valla que había en la acera y trató de calmarse. Se calmó, pero demasiado. Cayó completamente desmayado, pero no en la acera, sino en la carretera. Estamos hablando de la autopista de La Coruña, con lo que tenía poca gracia. Tenía que sacarlo de ahí.

                Dicen que una madre sería capaz de levantar un coche en caso de que hubiese atropellado a uno de sus hijos. Pues algo parecido debe ocurrir con los hermanos, ya que con una fuerza que puedo asegurar que desconocía cogí a mi hermano de la pechera y lo subí de nuevo a la acera. En aquel momento de tensión, aunque estuviese encima un autobús ocupado por la selección nacional de sumo de Japón lo hubiese levantado.

              Y allí estaba yo. Solo. Mi hermano en el suelo inconsciente. De repente se puso en tensión absoluta. El cuerpo completamente estirado. Las mandíbulas apretadas como si le fueses a quitar un trozo del mejor chuletón de la creación. Los ojos blancos y respirando de forma muy rara. Levanté la cabeza como buscando ayuda, pero lo único que encontré fueron coches pasando a gran velocidad. Vuelvo la mirada a Josemaría y notó que conla fuerza que estaba haciendo había dejado de respirar. ¿Y ahora que hago?

           Como si mi cerbero fuese un Ipad de última generación fui pasando y desechando posibles soluciones en milésimas de segundo y, de repente, apareció. En las pelis parecía muy sencillo. Si alguien no podía respirar, se clavaba un boli BIC en la tráquea y que entrase el aire. Fácil. Es como cuando la azafata del vuelo secuestrado o cualquier pasajero que iba al baño del avión en ese momento es requerido por los controladores aéreos y con dos indicaciones es capaz de aterrizar un mega pepino de avión. Lo vi claro.

                Llevaba un abrigo Barbour  de marca blanca, pero nos hacemos una idea de que la cantidad de bolsillos de los que dispone es importante. Como asistente a clase en la universidad no soy un gran ejemplo, asi que consideré un milagro encontrar al quinto intento un boli en el bolsillo. No un Pilot o uno de propaganda. Un BIC. Aquello era una señal.

                “Doctor, la vida de este hombre está en sus manos”

               Quité la tapa. El tubo de la tinta. La tapa trasera. Ya tenía lo que antes mis ojos habían visto como un canuto y que ahora admiraban como mi bisturí personal. Todo me temblaba. Rezaba. Despejé la zona a atravesar. Puño cerrado con el boli en ristre. Brazo levantado.

                En ese momento, gracias a Dios, mi ángel de la guarda me debió dar una colleja y me susurró un consejo al oído. Me detuve y decidí un último intento después de haber zarandeado un poco a mi hermano buscando alguna reacción. Nunca sabré muy bien por qué, pero se me ocurrió algo y lo ejecuté. Eché el brazo atrás con fuerza y le di un puñetazo en la boca del estómago a Josemaría.

                Levantó la cabeza y abrió la boca tomando una gran bocanada de aire. Me miró extrañado, como si no tuviese ni idea de lo que acababa de pasar. Estaba en el suelo. Yo inclinado sobre él y con un boli BIC en el puño.

                “¿Qué haces?¿Qué pasa?”

                Me preguntó como si nada hubiese pasado. Yo empecé a temblar y a gritarle que no me pegase esos sustos nunca más. Con el tiempo me lo ha hecho ya un par de veces más, pero el truco del puñetazo me ha funcionado siempre.

                Las pelis son pelis y por eso molan. Yo creo en la magia del cine que me enseñó de pequeño mi hermano Borja. Cuando Bruce Willis después de 550 palizas, un tiro en el brazo y cristales en los pies pelea y gana a un mastodonte alemán que probablemente entrenó Karate con los Cobra Kai, uno puede decir “Bah! Eso no se lo cree nadie”.

                La respuesta de Borja siempre era “Es la magia del cine”

              Esta fue una de esos momentos en las que te das cuenta de que la vida es como una gran película en que a veces tenemos que dar gracias al Director por esa “magia” que muchas ocasioness no podemos ver.


               PD: No me hago responsable de que alguien intente utilizar la técnica de reanimación del puñetazo.

lunes, 25 de noviembre de 2013

FUNERAL IRLANDÉS


DIA 36

                Veo que la última vez que escribí en el blog el tema elegido fue en consonancia con la historia de hoy. Todo transcurre en Irlanda.

                Al finalizar mi carrera universitaria decidí irme al extranjero a mejorar el inglés que había aprendido en el colegio. En un principio EEUU era mi meta, pero diferentes compromisos que me harían volver un par de veces a España durante la estancia me hicieron buscar algo más cercano. La ciudad de Galway en Irlanda me esperaba con los brazos abiertos. Tras unas cuantas gestiones acabe en un pequeño, pero espectacular, Colegio Mayor de la zona. Era una ciudad universitaria pequeña en la que el que tenía una bici tenía un tesoro. Mi nueva residencia estaba a escasos 500 metros de la playa. Por si alguien se imagina una imagen idílica de playa americana con una playa kilométrica, hoguera, guitarra, vasos rojos y chicas guapas que bailan al son de las baladas, podéis borrarlo de vuestra mente. En mis cuatro meses allí jamás pise siquiera la arena. La temperatura del agua era más propia del Desembarco de Normandía, la lluvia impedía plantearse encender una hoguera, y el resto de imágenes se caen por su propio peso.

                Pero yo no necesitaba aquello. Con mi bici y mi chubasquero me creía el rey del mundo cuando no era más que otro extranjero en un país plagado de ellos. En la Residencia tenía varios amigos irlandeses de mi edad gracias a los cuales mejoré mucho en mi inglés hablado y enriquecí mi diccionario de palabrotas.

 Por motivos que no son del caso, pero más debido a la edad que a ninguna enfermedad en particular, murió el abuelo de uno de mis compañeros. Al día siguiente tendría lugar el entierro y al siguiente el funeral. Personalmente se me olvido por completo. Y allí estaba yo en la puerta de la casa, resguardándome bajo una pequeña cubierta para no mojarme con la incesante lluvia mientras fumaba unos de mis cigarros de contrabando traídos de España. Joe abrió la puerta en mangas de camiseta, miró como estaba el tiempo, me vio y salió a fumar. Yo estaba tiritando a pesar de llevar varios calcetines, jerseys, camisetas, abrigo y, porque no se comercializan que si no los llevaría, unos hipotéticos calzoncillos de forro polar. Él se quedó con su camiseta y su pitillo y no le tembló un músculo. Probablemente hasta sudó. Me comentó que ese día era lo del abuelo de Adam y me invitó a ir con él. Yo, obviamente me apuntaba a un bombardeo, y eso que no sabía lo que me esperaba. Teniendo en cuenta que por diversión me había rapado la cabeza al cuatro y con una pequeña cresta en medio, nos arreglamos en la medida de nuestras posibilidades. Llegamos a la Iglesia y el sacerdote dijo unas palabras, rezamos algunas oraciones por el difunto y salimos lentamente. Hasta aquí, todo sigue siendo muy normal.

Tras el pertinente piti en la puerta de la iglesia Joe me preguntó si me iba con él al hotel donde continuaría el funeral. Sin poder hacerme una idea de lo que era aquello no dudé en seguirle hasta allí.

Entramos en un gran salón del hotel. Todos vestían de chaqueta y corbata salvo dos desarrapados, entre los que me encuentro, que íbamos con camiseta y zapatillas. Yo no me había preparado para aquello, pero ahora tocaba apechugar. Fue como abrir una puerta en mi televisión y meterme en el mundo de las películas. Siempre me había parecido muy curioso ese detalle de los funerales americanos. Todo el mundo comiendo y bebiendo en  casa del fallecido mientras la viuda preparaba deliciosos aperitivos vestida de negro riguroso. En un principio sacaron té, café y pastas. Mi estómago bostezó de aburrimiento y yo, para no hacer también lo propio, me tomé un cafelito. Cuando alguien se acercaba a nosotros asentíamos con la cabeza a modo de saludo y poníamos cara de absoluta compunción. Algunos incluso se acercaron a hablar con nosotros y se interesaban por nuestra procedencia.

Justo en el momento en que mi cerebro estaba haciendo la operación de traducción para comunicarle a mi amigo “Nos piramos de aquí, pero ya”, una puerta se abrió al fondo del salón. Dos camareras empujaban un gran carro. Todo el mundo se daba la vuelta. Por un momento pensé que podía ser el ataúd del finado, pero inclinándome ligeramente a la izquierda pude ver lo que parecían bandejas y bandejas de comida. Casi me desmayo. Nuggets, sándwiches, salchichas, patatas… En mi mente comenzó a sonar música de fiesta mezclada con el Aleluya y algunos compases de Buleria de Bisbal. Mi estómago empezó a tener pensamientos impuros y yo me daba pequeños golpes en la espalda como diciéndome: “Valió la pena la espera, hijo”.

Joe y yo tomamos posiciones. Comíamos. Mezclar los nuggets con café me pareció asqueroso, asi que dejé mi taza. Joe me miró y me dijo que ahora íbamos a por las cervezas.

¿Perdón?

Sí. Cervezas. Tamaño pinta. Es decir, muy grandes. Me explicó que ese día lo normal era beber dos o tres pintas(bebimos tres) y se descansaba para el día siguiente.

¿Que había un día siguiente?¿Y había que descansar?

Al día siguiente había misa funeral. Luego se volvía al hotel y daban de comer como si no hubiese mañana y todos bebían cerveza hasta que la mismísima señora O´Hara callese redonda al suelo.

Desde ese momento mi mirada cambió. En las señoras mayores que antes me saludaban yo solo veía futuros funerales próximos a ser invitado. No hubo tal suerte, pero aquel lo disfruté. Fue toda una experiencia que me sorprendió mucho. Años más tarde, en una entrevista de trabajo, cuando me empezó a hablar en inglés, me preguntó que era lo que más me había llamado la atención en mi estancia en Irlanda. Esta fue la historia que le conté. La cara de la entrevistadora iba aumentando en perplejidad a medida que avanzaba la historia. Me ficharon.

En mi Residencia vivía un sacerdote al que yo le expliqué lo extraño que había sido para mi. Que solo lo había visto en las pelis. Que en España era diferente. Me miró extrañado y me dijo:

“En España sois unos paletos”

Y tenía razón. Quizás no llegar a los extremos de la señora O´Hara, pero el día que yo muera me gustaría que se celebrará una fiesta para celebrar, que si Dios quiere, yo haya  alcanzado mi meta.

jueves, 1 de agosto de 2013

PARQUE ACUATICO

DIA 35

               El otro dia fue el cumpleaños de Fucho. Tras ser oportunamente felicitado me pidió que dejara mis vacaciones y actualizara mi blog. Voy a intentarlo. Tengo muchas historias en mi cabeza. Unas son muy largas, otras cortas, otra de contenido que no me atrevo a hacer públicas, con lo cual, el tema se va poniendo difícil.

                Durante el comienzo de este verano se ha hablado mucho del iluminado que dijo que iba a hacer frio. Mientras escribo esto una gota de sudor recorre mi espalda y me acuerdo especialmente de él. Pues esta previsión del tiempo me ha hecho recordar mis veranos en Irlanda. Durante un par de años me fui con alumnos del colegio a pasar allí el mes de julio en aras de mejorar el inglés de todos los que asistíamos. En la verde Irlanda el uso de jersey y calcetines era obligatorio, ya que el clima allí tiene bastante poco que ver con nuestro abrasador calor mediterraneo. El chubasquero es otra prenda a tener a mano en cualquier momento, pero jamás tienes que llevar paraguas, eso es símbolo inequívoco de que eres extranjero. Eso y probablemente el que tu piel tenga el más ligero de los tonos de moreno alcanzables. Si no eres rosa, no eres irlandés.

                Y ante este panorama me esperaba encontrar yo aquí en España durante este periodo estival. Frío, lluvias, niñas rosas. Pensé que igual harían la misma aberración acuática que se ha cometido en Irlanda, Aquopolis cubierto.

                Partamos de la base de que no me apasionan los parques acuáticos. En general, la falta de vergüenza es directamente proporcional a la cercanía a los gimnasios y al agua en cualquiera de sus versiones: playa, piscina, parque acuático, e incluso fuentes públicas. Y si en Irlanda no tienen clima mediterraneo, tampoco creáis que disfrutan de la dieta del mismo nombre. Dicho esto, los cuerpos de las alegres irlandesas no daban ni para una tentación, pero si para un derrame de córnea. A su lado, yo parecía esculpido por los dioses, asi que ya os podeis hacer una idea. Por otra parte, los irlandeses( aunque esto también lo practican nuestros queridos compatriotas) ante la idea de estar a remojo durante larga parte del día, prescindían de ese gran invento llamado desodorante. Ahora coged todo esto y meterlo en una coctelera. Y así era, porque el parque acuático estaba cubierto. Era como una gran burbuja de calor, cloro, sudor en la que todo se mezclaba. Pero si creíais que ahí acababa todo, os equivocáis. A la entrada se te hacia entrega de la prenda inhibidora de toda autoestima personal. El gorrito.

                   Ante todo, que no falte la higiene.

                Ahí estaba yo. Haciendo cola para tirarme desde el más alto de los toboganes. Con mi gorrito bien atornillado a la cabeza. Un fuerte olor a sobaco arrugaba mi nariz y me hacia perder el vello nasal hasta dentro de dos generaciones ( lo siento descendientes). Giraba la cabeza y me encontraba con una ballena varada embutida en lo que, probablemente, en el escaparate de la tienda sería un bikini. Perdida la pituitaria y la capacidad de visión, te dabas la vuelta y me encontraba con un papiloma con gorrito que me preguntaba si era el último de la cola…

                  Pero ante todo la higiene.

                Temeroso de lo que encontraría al final del túnel me lancé por el tobogán. Agua caliente. Ya no sabes si esta climatizada o completamente meada. Los chavales del cole emocionados. Eugenio y yo con cara de asco y mirada de:

                “Como le digas a alguien lo del gorro te mato”

                Tres horas de parque acuático cubierto casi acaban conmigo. Admiro a los irlandeses.

               La sola idea de haber tenido un verano completo así me hace temblar. Asi que en vez de quejarme por el calor, doy gracias a Dios por estos sudores y sofocos y me acuerdo de mis "amigos irlandeses". Animo.


                Pero ante todo mucha higiene

jueves, 4 de julio de 2013

PATRIMONIO DE AMIGOS( LETI Y EUGENIO)

DIA 34

                Hoy quizás sea un post demasiado personal, pero me ha apetecido escribirlo, y la verdad, después de tener esto aparcado tanto tiempo igual merece la pena.

                El otro día fue la boda de uno de mis mejores amigos. Eugenio. Puede que el resto de compañeros se fastidien por no haber escrito sobre sus bodas, pero espero que lo entiendan, no tenía tiempo y mi inspiración estaba un poco colapsada.

                Si de una cosa tengo que dar muchas gracias a Dios es de mis amigos. Cada uno con sus cosas buenas y malas, pero con sus cosas, que desde hace un tiempo ya son nuestras cosas. Unos están ahí desde que nuestras madres hablaban de sus embarazos, ya desde ese momento debíamos de ser bastante especialitos. En Orvalle nos conocimos mejor, en Retamar fuimos ampliando el grupo, en Argüelles se afianzaron muchos lazos, en la universidad llegaron nuevas incorporaciones y todavía nos queda mucho tiempo y ocasiones para seguir haciendo amigos. Puedes tener muchos, como por suerte creo que tengo, pero siempre hay un Grupo especial, el de siempre. Mantenerse unidos no es tan fácil como parece, pero lo hemos conseguido.

                Y una vez que esto se consigue, llega el momento de ampliar el grupo a las mujeres de nuestras vidas. Que divertido ha sido siempre el dia en que por primera vez la novia de Fulano viene a no se que plan. ¿Es alta?¿Es baja?¿Es rubia?¿Es morena? Mil preguntas, pero la que de verdad importaba era: ¿Tiene amigas?

                El novio, según quien fuese, está nervioso. Quiere causar buena impresión. Suele preparar el terreno con frases como: “Oye, al principio es un poco tímida” “Por favor, no le vaciléis” “No digáis nada raro de mi” “Por favor, hoy te pido que no eructes que a ver si se va asustar” Lo normal. Llega a ser molesto cuando te repite las mismas advertencias por tercera vez, pero se lo perdonas. Todas han pasado por esto, y han superado la prueba inicial, pero no todas han llegado hasta la meta.
       
         Novias han ido pasando. Las más veteranas son las encargadas de dar el visto bueno. Aquí tengo que hacer mención especial a Lorena, nuestra jefa de Recursos Humanos. Siempre pendiente de todas las que puedan incorporarse. Empezó siendo conocida como la Inapetente Lorena, porque nunca quería nada.

                “Lorena, ¿quieres coca cola?” “¿Quieres un trozo de pizza?” “¿Quieres…?¿Quieres…?¿Quieres…?”

                Y ella nunca quiso. Lo mejor era pasar inadvertida e intentar no fastidiarla. Lo consiguió. Ahora se encarga en copas, bodas y demás eventos en acercarse lentamente y decirte:

                “ Esa para Jose” “Esa para ti” “Me encanta el vestido que lleva esa otra, es perfecta para ti” “La de azúl te está mirando”

                O en otras ocasiones:

                “No vuelvas a bailar con esa, no me gusta” “Esa está tonteando con todo el mundo, pasa de ella”

                Gracias Lorena.
            
            Y poco a poco, tuvimos la suerte de que grandes mujeres eligieran a nuestros grandes amigos. Belen, Eva, Rocio, Lorena, Bea, María. Espero no dejarme a ninguna, sería mi muerte.

Por fin Leti lo ha conseguido. Esa suerte ha tenido Eugenio. No solo le ha aguantado a él, si no a todos nosotros. Y puede que además ella lo haya tenido más difícil. Una mujer encerrada en el cuerpo de una niña se encontró con unos niños encerrados en los cuerpos de unos viejos. Y lo increíble, es que no salió corriendo. Sus silencios iniciales se fueron transformando en timidas palabras. Palabras que formaron frases que nos hicieron a todos darnos cuenta de que era la mejor para Eugenio. Se fue soltando y yo hasta he sufrido sus “reprimendas” amistosas por mi hablar de camionero, por mis refinados gustos culinarios o por mi excesiva festividad en las bodas. Nos conquistó.

Como molan los planes del Jefe y más cuando tienes enchufe. No tuve la suerte de conocer al padre de Leti, pero conociendo a su familia y lo que he oído contar, debía ser un autentico espectáculo. Desde el Cielo lo planeo todo con astucia propia de película de Hollywood. El que fuera a ser el ganador de tan grande trofeo tendría que cuidarlo desde mucho tiempo antes. Leti no iba a ser para cualquiera. Eugenio, siendo un universitario de relumbrón, cogía la furgoneta de la madre de Leti e iba a buscar a todos los hermanos a la salida del colegio. Eugenio henchido de orgullo a la puerta de Montealto se pavoneaba antes las colegialas, pero no sabía que la que iba a ser su esposa le esperaba en el vehículo. Y empezarían a conocerse, poco a poco.

Pasaron los años y yo, como confidente, me enteré de que aquella niña a la que llevaba al colegio no hacia mucho tiempo había dejado huella en mi amigo. Quería conocerla mejor, pero ella se iba a estudiar a Pamplona. Hubiese sido muy sencillo. Eugenio, si querías a Leti te lo tenías que currar.

Después de quedar varias veces, tienen lo que en broma nosotros llamamos, La Conversación. Ya no es un quieres salir conmigo. Eso quedo muy lejano en el olvido de aquella época llamada adolescencia. ¡Vamos a intentarlo!

Y entonces aparece una nueva pieza de esta historia planeada. Soria. Punto geográficamente intermedio entre Pamplona y Madrid donde se desarrolla gran parte de su noviazgo. Alli quedaban para verse algún sábado al mes, quizás junto al olmo hendido por el rayo del que hablaba Machado. Ya conocían a la gente de la zona y alguno pensaba que eran vecinos de allí. Probablemente uno de estos veranos vayan a pasar unos día alli para recordar todos esos momentos y, quien sabe, igual hasta para que les den las llaves de la ciudad.

Y uniendo furgoneta, Pamplona, Soria, y muchas más aventuras lo metió en una coctelera y nos fuimos de boda a Segovia. Mereció la pena.

Todas las novias el día de su boda son las más guapas. Eso no se puede discutir. Leti no podía ser menos. No solo guapa, estaba radiante y, lo más sorprendente en un día de tantas emociones, pendiente en todo momento de los demás. De su familia, de los celiacos, de los bebes de los amigos y, permitidme que personalice, de mis coletas.

Este último año ha estado cargado de bodas y en casi todas ellas he acabado robando gomas de pelo para hacerme pequeñas coletas en mi gran cabeza. Leti siempre decía que me iba a regalar un pack de gomas para su boda, pero ya se iba acabando el coctel y yo perdía toda esperanza. No se habían acordado. Apuraba los últimos sorbos de una copa de tinto y Leti se acercó a mi con una gran sonrisa. Empezamos a hablar, y como quien no quiere la cosa, como si fuese una tontería sin importancia me sacó un pack de gomas de todos los colores. No pude ver mi cara, pero debió ser como de dama de honor de peli americana con un traje de dudoso gusto y excesivamente ceñido cuando, tras varios placajes a sus contrincantes, consigue hacerse con el ramo de la novia. Todavía me emociono al recordarlo.

 Los que estuvieron en la boda y no entendían muy bien porque había un señor con hasta ocho coletas en la cabeza ahora empezarán a atar cabos.

Leti y Eugenio.

Eugenio y Leti.

Leti, ya has entrado a formar parte de nuestro Patrimonio de Amigos.

Seguimos creciendo y la verdad es que empiezo a tener miedo. Cuando llegue el momento y tenga que dar cuentas, cuando en las puertas del Cielo me pidan mi Declaración de Patrimonio…Me van a pedir mucho.


Espero que entonces tu padre también nos eche una mano al resto.

martes, 4 de junio de 2013

LOS ÁLBUMES DE FOTOS

DIA 33
                
Empieza la temporada de barbacoas. A pesar de no tener un tiempo perfecto, lo bueno de las barbacoas es que no son como las piscinas, no necesitas el mejor clima del mundo. En caso de que haga un poco de fresco, todos los asistentes se pueden acercar a las brasas. Y si no es por el fuego, es por el calor humano o por la acumulación de cervezas, pero el caso es que la barbacoa sale adelante.

                Pero el tema a tratar no son las barbacoas, eso lo dejaremos para más adelante. Este fin de semana iba en el coche camino a Segovia con Belén y Cristina. Nos quedaba un trayecto hasta nuestro destino, en el que nos esperaba una gran barbacoa. Mientras pasaban los kilómetros un castillo nos saludó desde la izquierda de la carretera. Cristina resultó ser una apasionada de los castillos y cuando viaja se desvía los kilómetros que sean necesarios para ver todos los que encuentra a su paso. Le gusta imaginar su historia, las batallas que habrá sobrevivido, como vivían sus propietarios, etc. En este caso, lamentablemente, yo soy un apasionado de las barbacoas y no iba a perder ni un minuto en llegar a mi objetivo. Sin embargo, me pareció una curiosa y entretenida afición.

                ¿Y a qué viene todo esto? Pues Cristina y Belén habían pasado hace poco  unos días en Cadiz de playa y desconexión. En su viaje pudieron visitar varios castillos y habían inmortalizado los momentos más emocionantes con una cámara digital. Lo normal. El problema es que la cámara se estropeó y ya no tienen ninguna foto. Adios recuerdos. Adios castillos. Adios cámara.

                Creo que a todos nos ha pasado algo similar. Mis sobrinos de recién nacidos tenían gigas y gigas de fotos. El primer bostezo, la primera sonrisa, el primer eructo, el primer pañal manchado…Uno podía pensar: como molaría tener todas estas fotos y verlas cuando eres mayor. Pues bien, creo que ya no queda ninguna. Típico virus que se carga disco duro, típico cd completamente rallado, típico pen drive que se metió en la lavadora con el pantalón…Adios fotos de enanos de los sobrinos.

                Esto me hizo pensar y me entró la morriña. Realmente tengo pocas fotos de pequeño, pero cuando las veo disfruto un montón. Las fotos de antes eran mucho más originales. Ahora se repiten quinientas veces hasta que todas las chicas que en ella aparecen salgan perfectas. Ya no existen fotos con los ojos cerrados, con alguien mirando a otro lado, con un espontaneo que descubres el dia que revelas el carrete, o algún idiota haciendo los clásicos cuernos al de su lado.

                Se ha perdido esa magia. Recuerdo cuando había habido algún tipo de evento tipo bodas, copas, bautizos, etc. Al día siguiente muchas veces quedaban dos o tres fotos para terminar el carrete y había que hacer algunas de relleno. Gracias a esta situación, en mi casa se guardan recuerdos con los que poder chantajear a mis familiares, especialmente a mis hermanas. Una vez terminado el rollo, lo llevabas a la tienda para ser revelado. Hasta que apareció el Vips con su revelado en una hora, tenías que esperar una semana para poder disfrutar de las nuevas instantáneas. Hoy en día esto es impensable, ya que a los dos minutos de ser tomadas las fotos ya están colgadas en la red, te han llegado por whatssap o han sufrido una transformación en Photoshop de modo que apareces abrazado a la celebridad del momento.

                El revelado en una hora fue todo un avance. Recuerdo ir con alguno de mis hermanos mayores al Vips de Sexta Avenida. En casa quedaban el resto de familiares expectantes para ver si alguna de las tomas era digna de ser enmarcada o colgada en el corcho del cuarto( actual tablón del Facebook). Para hacer tiempo comprabamos el pan, el Marca y nos dabamos una vuelta por el centro comercial, probablemente uno de los peores conocidos para cumplir esta tarea, ya que no había nada que hacer. Mirábamos el reloj infinitas veces. Antes de cumplirse la hora establecida ya estábamos en el mostrador por si acaso se adelantaba el proceso. Entregabamos nuestro resguardo y a cambio recibíamos un sobre o varios con todo el material. Mi hermano las sacaba y las iba viendo, pero a nosotros solo se no permitia verlas desde la retaguardia, asomando las cabezas sobre los hombros del poseedor. Normalmente no veía nada, pero oyendo los comentarios me hacia una idea de como habían quedado. Las situaciones que se daban eran las siguientes:

-        -  La foto que tanto esperaban tus padres se había velado y salía en blanco.

-      -   Despues de unas copas, la foto que te hiciste con “La Chica” sale movida y parece un orco. En el mejor de los casos, ella sale cerrando los ojos, que eran uno de sus mayores activos.

-       -   Los ojos rojos no había manera de quitarlos, y las fotos de familia Monster estaban a la orden del dia.

-      -    El flash había sido tan fuerte que las fotos de familia irlandesa tampoco se quedaban cortas.

Y mil posibilidades mas que no voy a pasar a detallar.

Ver a una persona repasando un carrete de fotos recién revelado era dramático. Cogiendo por los bordes, soplando, el meñique levantado del modo más snob. Cuando los pequeños queríamos verlas, todo el publico gritaba.

“Cuidado no pongas los dedazos!!!”

Debían pensar que no teníamos cerebro.

Y esto ocurría cuando eran fotos familiares, pero el drama venía cuando eran fotos del grupo. En verano siempre hacíamos barbacoas, y en aquella época, aparte del dinero para carne y bebidas espiritosas, había que poner también para cámaras desechables. Al día siguiente, los elegidos iban al proceso de revelado al sitio más cercanos, a una media hora de allí. Los elgidos solian ser en verdad elegidas. No por machismo, sino porque ellas tenían que ver siempre antes como habían quedado las fotos y pasar la censura.

“Tia que mal salgo aquí, quitala!”

“Que va! Sales genial!”

“¿En serio? Bueno dejala”  Desde el principio sabía que salía ideal de la muerte, pero nunca estaba de más que se lo dijeran.

Y al final era cuando llegaban los enfados y los llantos, ya que alguna de las que no había ido a recogerlas salía en una foto de lo más tremenda. La discusión estaba servida. Los chicos seguían viendo las fotos entre risas, mientras ellas consolaban y arreglaban aquel desaguisado. Por supuesto, nunca nos dabamos cuenta de esa foto, porque cada uno se buscaba a si mismo en todas y el resto le daba igual. En eso somos como las mujeres.

Pues lo echo de menos. Voy a empezar a imprimir fotos y a hacerme álbumes para poder pasarlo bien dentro de unos años. Creo que no hay nada más divertido que sentarme con mis hermanos a ver fotos antiguas. Ya me reiré dentro de un tiempo yo con mis sobrinos de todo lo que se iban a haber perdido.


Como pasa el tiempo…

jueves, 11 de abril de 2013

CICLISMO Y CHAPAS


DÍA 32

Aquí estamos de nuevo. Me ha costado, lo sé. Últimamente la vida me lleva un poco a rastras y el tiempo es un bien escaso para mi.

Pero se acerca el verano, pasando previamente por la primavera. En mis tiempos de niñez, en estas fechas, por abril, se corría la Vuelta Ciclista a España. Soy de los que siempre ha disfrutado de este deporte, pero especialmente en el Tour de Francia. No sabría decir si por ser mejor competición o por las fechas en que se disputaba. No hay nada mejor que una tarde de verano frente al televisor dispuesto a disfrutar de una etapa reina de montaña. Conectan a falta de 80 km de meta y con tres puertos de primera categoría por delante. Después de comer. La monotonía del pedaleo acompañado de lo insípido de los comentarios hacen de ese momento algo idílico. Te abrazas a Morfeo, o mejor a un cojín del sofá del salón, y dejas que la baba recorra tu barbilla hasta mojar la camiseta. ¿No es este el símbolo de un deportista entregado? ¿Sudar la camiseta? Pues entonces soy el mejor de los ciclistas.

Pero aquí no acababa todo. Después de la reponedora siesta abrías el ojo cuando quedaba la ascensión del último puerto. Lo que mola. Los ataques, las pájaras, el idiota corriendo al lado del ciclista que sueñas que caiga al suelo, las tácticas de equipo. Vamos, el ciclismo. Como he disfrutado con Indurain con su sonrisa y sin desabrochar el maillot, mientras sus contrincantes iban con la lengua por el suelo y deseándose la muerte. Parecía fácil, pero luego encima de una bici te dabas cuenta de que no podías subir ni de la carretera a la acera. 

Así qué no nos quedaba otra que la versión light del ciclismo: las chapas.

           El Marca, antaño un gran periódico, sacaba el especial con los equipos y sus corredores. Tocaba tarde de maillots. Los tres pequeños( Josemaría, Bosco y el que suscribe) recortábamos las plantillas sobre las que se "tejerían" nuestras equipaciones. Mientras tanto, Borja iba diseñando el resultado final. Nuestro cometido era sencillo y se terminaba en cinco minutos. Luego nos arremolinábamos en torno a Borja y disfrutábamos viendo como quedaban los colores que defenderíamos. Después de terminar cada maillot, lo levantaba y miraba orgulloso y nosotros esperábamos ansiosos a que nos lo diese para colocar con cariño en su "bici chapa". 

Era el día de la presentación de la carrera, no habría etapa. Preparándose para el comienzo del día siguiente te tirabas por el suelo practicando con tus nuevas chapas y poniendo la potencia del dedo a punto. Había que saber regular la fuerza y de año a año uno perdía la práctica. Teníamos que dejar el dedo con callo, rojito, con las marcas puntiagudas de las chapas cicatrizando junto a la uña. Todos soñábamos que ese año sería en el que conseguiríamos ganar a nuestro hermano mayor, o como poco, llegar con la cabeza de carrera hasta los puertos de montaña. Menuda noche esperaba. 

Al despertar seguíamos a Borja con la mirada. ¿Cuándo sería la etapa?¿Le habrá surgido algún plan?¿Me saldré en la primera recta? Tensa espera.

Al grito de "¡Enaaanoooos!" aparecíamos a la velocidad del rayo. Empezábamos. 

Sacábamos las cajas de rotuladores que hacían de vallas y marcaban el camino a seguir en la carrera. Mientras Borja diseñaba el recorrido nosotros le íbamos acompañando por la habitación, el pasillo, el salón, etc. Nos íbamos poniendo nerviosos ante una larguísima recta de sprinters o una curva cerrada para jugadores de precisión. Los puertos de montaña, construidos con cajas, tebeos y carpetas era lo que más tiempo llevaba. Si alguno se atrevía a entrenar en un puerto antes de que Borja terminara se llevaba gran bronca del Resto de participantes.

Salida de los corredores. El primer golpeo era muy importante y se podía ver como temblaban los dedos antes de separarse para impactar con la chapa y empezar a correr. Era dónde te demostrabas sí ese año ibas a estar entre los grandes o volverías al coche escoba. Cuando Bosco aún no dominaba el juego ni sus dedos, a pesar de empeñarse en jugar, no le dejábamos porque retrasaba todo y se hacía aburridísimo. De este modo, se nos ocurrió que la mejor forma de que no se enfadase y rompiera el recorrido con puertos incluidos era darle una función. Coche escoba. El venía por detrás de todas las chapas empujando los coches de juguete haciendo de jefe de carrera. Llevaba ambulancias, Ferraris, Porsches...vamos, el clásico contenido de la caja de 20 coches cutres de los chinos. Así lo teníamos feliz. 

Se sucedían los turnos. Ibas primero y los nervios te empezaban a recorrer todo el cuerpo. Mantener la posición sería un gran reto.

Y en los días de chapas siempre se daba la siguiente situación. Venía una amiga de mi madre. Sonaba el timbre y la carrera se detenía. Los cuatro tirados por el suelo levantábamos la cabeza en absoluta tensión. Mi madre saltaba entre los rotuladores casi sin mirar, tenía el don. Abría la puerta. Dos besos. Saludos. Y entonces empezaba la tensión. Mi madre entraba hacia el salón, una vez más sin mirar al suelo. Todo controlado. Pero la invitada, inocentemente, daba un primer paso y se llevaba el susto de su vida. 

"¡¡¡Cuidadooooo!!!"

Un grito clamoroso de cuatro energúmenos tirados por el suelo. Sonreía y saludaba. Como respuesta se encontraba caras de enfado mezcladas con la concentración del evento. En la época de Bosco como coche escoba y de director de carrera mostraba su desacuerdo con algún gesto que hacia huir a la espontánea. Al principio mi madre nos llamaba la atención.

"Pero bueno niños! ¡Saludad a Mengana!"

"Hola Mengana" respondíamos a coro.

"¿Te puedes quitar?" añadía Bosco.

Con el tiempo ya las amigas dieron por hecho que era temporada de chapas y aquello era sagrado. Siempre tenía más visitas en esas fechas y llegamos a pensar que ya lo tenían apuntado en sus agendas y venían aposta para ver sí era cierto aquello que se comentaba de los hijos de Sol. Los "educados niños de las chapas y los rotuladores".

Con amigas de mi madre o no, en alguna ocasión logré enfundarme el maillot amarillo. Un orgullo. Pero estas victorias no las podría haber conseguido sólo. ¿Por qué escribo todo esto? Porqué el otro día, un nuevo amigo mío, me recordaba lo difícil que es ser hermano mayor y la suerte que tengo yo de ser de los pequeños. Tenía razón, pero lo que no dijo es que todo eso depende de los mayores. Mis hermanos podrían haber pasado de nosotros, pero sin embargo se ocuparon de jugar y enseñarnos a disfrutar. A pensar en los demás. Probablemente preferían estar con sus amigos o viendo la tele, pero nos dedicaron su tiempo y nos enseñaron a ser felices.

Como adulto veo a mucha gente que se queja de que los niños no saben jugar, que sólo hacen caso a videoconsolas e internet.

La pregunta es, ¿has dedicado tiempo a enseñarles a jugar?