DÍA 26
Tras
muchas semanas de sequía, me decido a dar comienzo al curso con una nueva
entrada. Ya era hora. En una de las primeras historias escribí sobre los
atascos que solíamos encontrar todas las mañanas en el autobús cuando íbamos a
la universidad. Sin embargo, pasado el tiempo, poco a poco fuimos haciéndonos más
asiduos a bajar en coche.
Al
principio podía ser un día a la semana, luego dos, y al final, si no tenías
coche te planteabas seriamente ir a clase. El cuerpo se acostumbra a lo bueno y
el nuestro no iba a ser menos.
Uno
de los primeros días, no recuerdo por qué motivos, pero fuimos en el coche de
mi padre. Eugenio, Josemaría y yo en un coche bueno y bastante grande. Aunque
no me haya identificado mucho nunca con el sector, la imagen representa lo que
todo el mundo piensa en esta situación: Pijos, hijos de papá. No había lugar a
dudas.
Salíamos
del aparcamiento de Derecho con los estómagos ansiosos por entrar en acción. La
mirada baja para no ser reconocido por los compañeros o por algún profesor. Con
el número de alumnos que había por clase, esto último era más difícil que
ocurriera. El semáforo se puso en rojo y Josemaría frenó bruscamente tratando
de evitar la colisión con el coche que nos precedía. El conductor de detrás no
tuvo tantos reflejos y nos dio lo que coloquialmente se conoce como un “besito”.
Susto. Nos bajamos del coche y comprobamos los posibles daños. La otra parte
estaba de los nervios. Creo recordar que gritaba. En principio parecía que no
había pasado nada, así que intercambiamos móviles por si más tarde veíamos
algún desperfecto. Gritando se metió en su coche y se fue.
Volvemos
al coche y remprendemos la marcha.
“El
caso es que me he dado un buen susto”
“Me
molesta un poco el cuello…”
“¿Vamos
al hospital? Nos podemos sacar una pasta!!”
Lo
sé. Es triste. Pero seguro que alguna vez lo has pensado. Estas en la
universidad y tus ingresos no son para tirar cohetes. Fuimos corriendo al
hospital. La historia estaba montada. El golpe por detrás nos había dado un
latigazo en el cuello y estábamos molestos. Hasta ahí era todo verdad, menos
las molestias, pero más tarde acabaron apareciendo.
A
la entrada del hospital estábamos los tres con el cuello absolutamente tieso. Ensayábamos
los movimientos para mirar hacia un lado sin girarlo. Pacto. Repartimos lo que
nos den entre los tres.
Vamos
andando con cara de malestar hacia la puerta automática que nos permitía el
acceso. Se abrió. Nos dimos la vuelta y salimos presas de un ataque de risa.
Nos costó tranquilizarnos, pero finalmente lo conseguimos.
En
recepción estuvimos enormes. Que interpretación. Contamos la historia y nos hicieron pasar a la sala de espera. El
proceso de sentado fue largo. No podíamos doblar la espalda ni mover el cuello.
Esperamos. Si me decía alguno algo, giraba el cuerpo entero sin mover para nada
las vertebras. Varias veces estuve a punto de romper en lágrimas de risa, pero
además, a fuerza de tenerlo en tensión, el cuello empezó a dolernos a los tres.
Clásico
proceso de radiografías. En unos minutos nos recibiría el doctor para darnos un
diagnóstico. Más sala de espera. Teníamos mucha hambre.
Una
enfermera viene a buscarnos: “Martínez-Echevarría” . Nos levantamos como si hubiéramos
recibido una paliza y le seguimos.
Llegamos
a la consulta y nos recibió el médico muy amablemente.
“¿Quién
de vosotros es Rafa?”
Caras
de sorpresa de los tres y yo levanto la mano y respondo sorprendido.
“Verás,
te vas a tener que quedar ingresado en el hospital el fin de semana”
El
miedo recorrió el cuerpo de los tres en un instante. Imagino que mi cara quedó
absolutamente pálida, pero no pude verlo. Nos miramos acojonados. Por un
momento nos pasó a todos por la cabeza decir: “Que era broma, hombre!!!” Por la
mía pasó la imagen de la cabeza de la niña del Exorcista dando un giro de 360
grados y pensé en emularla para demostrarle que estaba perfectamente.
“Tienes
aplastada una vertebra y debes quedarte en observación por si bla, bla, bla..”
Dejé
de escuchar. Creo que aquello me lo había hecho previamente jugando al fútbol,
pero no me acordaba y no estaba registrado en mi historial. El resto tenían el
clásico esguince cervical. Collarín un par de días y a correr. Le dijimos que
íbamos a hablar con nuestros padres y le decíamos algo.
Mis
padres estaban de viaje y por supuesto que no íbamos a llamarles. Teníamos que
negociar.
“Rafa,
quédate. Eso seguro que lo pagan súper bien. Hospitalización. Esta noche
montamos copas silenciosas en tu habitación.”
Con
mis padres fuera era un buena opción, y la verdad es que aquello olía a mucho
dinero. Pero la cruda realidad es que nos hicimos un poco de caquita. ¿Y si
volvían mis padres?¿Y si les llamaban del hospital? Decidimos preguntar las
alternativas.
“Si
quieres quédate en casa haciendo absoluto reposo. En la cama todo el fin de
semana descansando”
“Ok.
Haremos eso, no se preocupe. Gracias”
Aquella
noche acabamos a “menos cuarto” en Green y al día siguiente jugando al fútbol
en la Regional Madrileña. Actualmente hay días en que mi espalda me recuerda
que no está al 100%.
Pero,
¿cuánta pasta sacamos? Finalmente nada.
Josemaría
llamó al conductor contrario para pedirle datos del seguro. Se puso como un
ogro. Era profesor. Decía que conocía a nuestro hermano y que nos iba a hacer
la vida imposible en la universidad.
Decidimos
que mejor acabar la universidad y ganarnos un salario honradamente.
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