martes, 11 de septiembre de 2012

ESTAFA AL SEGURO


DÍA 26

                Tras muchas semanas de sequía, me decido a dar comienzo al curso con una nueva entrada. Ya era hora. En una de las primeras historias escribí sobre los atascos que solíamos encontrar todas las mañanas en el autobús cuando íbamos a la universidad. Sin embargo, pasado el tiempo, poco a poco fuimos haciéndonos más asiduos a bajar en coche.

                Al principio podía ser un día a la semana, luego dos, y al final, si no tenías coche te planteabas seriamente ir a clase. El cuerpo se acostumbra a lo bueno y el nuestro no iba a ser menos.

                Uno de los primeros días, no recuerdo por qué motivos, pero fuimos en el coche de mi padre. Eugenio, Josemaría y yo en un coche bueno y bastante grande. Aunque no me haya identificado mucho nunca con el sector, la imagen representa lo que todo el mundo piensa en esta situación: Pijos, hijos de papá. No había lugar a dudas.

                Salíamos del aparcamiento de Derecho con los estómagos ansiosos por entrar en acción. La mirada baja para no ser reconocido por los compañeros o por algún profesor. Con el número de alumnos que había por clase, esto último era más difícil que ocurriera. El semáforo se puso en rojo y Josemaría frenó bruscamente tratando de evitar la colisión con el coche que nos precedía. El conductor de detrás no tuvo tantos reflejos y nos dio lo que coloquialmente se conoce como un “besito”. Susto. Nos bajamos del coche y comprobamos los posibles daños. La otra parte estaba de los nervios. Creo recordar que gritaba. En principio parecía que no había pasado nada, así que intercambiamos móviles por si más tarde veíamos algún desperfecto. Gritando se metió en su coche y se fue.

                Volvemos al coche y remprendemos la marcha.

                “El caso es que me he dado un buen susto”

                “Me molesta un poco el cuello…”

                “¿Vamos al hospital? Nos podemos sacar una pasta!!”

                Lo sé. Es triste. Pero seguro que alguna vez lo has pensado. Estas en la universidad y tus ingresos no son para tirar cohetes. Fuimos corriendo al hospital. La historia estaba montada. El golpe por detrás nos había dado un latigazo en el cuello y estábamos molestos. Hasta ahí era todo verdad, menos las molestias, pero más tarde acabaron apareciendo.

                A la entrada del hospital estábamos los tres con el cuello absolutamente tieso. Ensayábamos los movimientos para mirar hacia un lado sin girarlo. Pacto. Repartimos lo que nos den entre los tres.

                Vamos andando con cara de malestar hacia la puerta automática que nos permitía el acceso. Se abrió. Nos dimos la vuelta y salimos presas de un ataque de risa. Nos costó tranquilizarnos, pero finalmente lo conseguimos.

                En recepción estuvimos enormes. Que interpretación. Contamos la historia y  nos hicieron pasar a la sala de espera. El proceso de sentado fue largo. No podíamos doblar la espalda ni mover el cuello. Esperamos. Si me decía alguno algo, giraba el cuerpo entero sin mover para nada las vertebras. Varias veces estuve a punto de romper en lágrimas de risa, pero además, a fuerza de tenerlo en tensión, el cuello empezó a dolernos  a los tres.

                Clásico proceso de radiografías. En unos minutos nos recibiría el doctor para darnos un diagnóstico. Más sala de espera. Teníamos mucha hambre.

                Una enfermera viene a buscarnos: “Martínez-Echevarría” . Nos levantamos como si hubiéramos recibido una paliza y le seguimos.

                Llegamos a la consulta y nos recibió el médico muy amablemente.

                “¿Quién de vosotros es Rafa?”

                Caras de sorpresa de los tres y yo levanto la mano y respondo sorprendido.

                “Verás, te vas a tener que quedar ingresado en el hospital el fin de semana”

                El miedo recorrió el cuerpo de los tres en un instante. Imagino que mi cara quedó absolutamente pálida, pero no pude verlo. Nos miramos acojonados. Por un momento nos pasó a todos por la cabeza decir: “Que era broma, hombre!!!” Por la mía pasó la imagen de la cabeza de la niña del Exorcista dando un giro de 360 grados y pensé en emularla para demostrarle que estaba perfectamente.

                “Tienes aplastada una vertebra y debes quedarte en observación por si bla, bla, bla..”

                Dejé de escuchar. Creo que aquello me lo había hecho previamente jugando al fútbol, pero no me acordaba y no estaba registrado en mi historial. El resto tenían el clásico esguince cervical. Collarín un par de días y a correr. Le dijimos que íbamos a hablar con nuestros padres y le decíamos algo.

                Mis padres estaban de viaje y por supuesto que no íbamos a llamarles. Teníamos que negociar.

               “Rafa, quédate. Eso seguro que lo pagan súper bien. Hospitalización. Esta noche montamos copas silenciosas en tu habitación.”

                Con mis padres fuera era un buena opción, y la verdad es que aquello olía a mucho dinero. Pero la cruda realidad es que nos hicimos un poco de caquita. ¿Y si volvían mis padres?¿Y si les llamaban del hospital? Decidimos preguntar las alternativas.

         “Si quieres quédate en casa haciendo absoluto reposo. En la cama todo el fin de semana descansando”

                “Ok. Haremos eso, no se preocupe. Gracias”

           Aquella noche acabamos a “menos cuarto” en Green y al día siguiente jugando al fútbol en la Regional Madrileña. Actualmente hay días en que mi espalda me recuerda que no está al 100%.

                Pero, ¿cuánta pasta sacamos? Finalmente nada.

                Josemaría llamó al conductor contrario para pedirle datos del seguro. Se puso como un ogro. Era profesor. Decía que conocía a nuestro hermano y que nos iba a hacer la vida imposible en la universidad.

                Decidimos que mejor acabar la universidad y ganarnos un salario honradamente.

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