lunes, 9 de julio de 2012

LOS REYES MAJOS



DÍA 24

                Mi amigo Ernesto, cariñosamente conocido como Erno, lleva unos meses poniendo en duda nuestra amistad. “O me sacas en el blog, o tendremos un problema”. Por lo tanto, he decidido contar la historia en que hicimos de Reyes Magos en un barrio de Madrid. No nos vestimos con capas y barbas, ni coronas ni nada. Éramos meros emisarios de sus majestades.

                Muy de mañana nos presentamos en la parroquia que organizaba el tinglado. Nos dieron los juguetes y regalos y las correspondientes direcciones a las que los debíamos llevar. Cargaditos de juguetes, como en los villancicos, empezamos a buscar la primera casa. Durante nuestro caminar, los nervios iban en aumento. La vergüenza también hacia acto de presencia. Nos íbamos a meter en una casa a repartir ilusión, como el calvo de la lotería.

                En las películas americanas este tipo de cosas son muy bonitas. Música de fondo: All I want for christmas is you. Abre la puerta una mendiga, aunque espectacularmente guapa, madre soltera. Tose. Pasan frio. Una niña de cabellos rizados se esconde graciosa detrás del sofá. Con algo de miedo se acerca y coge el paquete. Lo abre. Sonrisa Profiden. Abrazo. “Dios os bendiga” Sigue la música. El protagonista, que se está marcando el punto “Soy mazo mono” con la chica que le acompaña, pasea entre risas y bajo la nieve en Central Park. Ella se rie más. Nunca entenderé muy bien de que coño se rien. Siguiente escena es un pavo enorme dorado al horno. Familia con jerseys muy horteras de punto con motivos navideños. Mirada complice de los enamorados. Fin.

                Pues en nuestro caso, ni nevaba, ni había música, ni Central Park, obviamente no estábamos enamorados, y desde luego teníamos la suficiente clase como para preferir ir en camiseta a tres grados bajo cero antes que usar esos jerseys.

                La primera casa fue bastante desalentadora. Nos abrió el chaval al que íbamos a sorprender. Pusimos nuestra mejor cara de alegría. Nos miró con cara de asco. Miró el regalo con cara de muchísimo más asco. Levantó la mirada y dijo. “Pues vale”. Y cerró la puerta.

                Se fueron sucediendo decepciones, hasta la última casa que visitamos. Allí se dio una mezcla curiosa de sensaciones.

                Nos abrió la puerta un niño de unos siete años. Nos hizo pasar y gritó en busca de su madre. Estaba bastante contento. Se agradecía. Sin haber encontrado a su madre volvió ansioso donde esperábamos y con los ojos muy abiertos ansiaba el regalo. Se lo dimos. Lo abrió y se destapó el tarro de las esencias. Trataré de transcribir lo más fielmente su modo de decir el equivalente al “Dios os bendiga” de las pelis. Aunque suavizado, aquel niño de siete años que no llegaba al metro veinte, vino a decir entre gritos:

                “Joder!!!Esto es la p…, me cago en mi p… madre!!!Tócate las b…!!! Un Action Man!!! Flipas!!!”

                Cargado de tacos y alguna blasfemia, aquel niño hizo que todo lo demás hubiese valido la pena. Estaba feliz. Emocionado es poco. Saltaba, se daba cabezazos con el sofá, con el Action Man…Su mirada de agradecimiento era total.

                Pero nos quedaba otro paquete en la mano. Nuestros datos decían que había un segundo niño en esa casa, y teníamos que darle su regalo. “¿Dónde esta Oscar?”

                “Le daba vergüenza y se ha metido en el baño” dijo el chaval sin apartar la mirada de su muñeco. “Ojaaar!!Qué salgas!!!”

                Pobre. El chavalín era tímido. Probablemente cuando viniese su madre tendría el valor para salir en sus brazos. Los extraños debíamos asustarle. A Erno y a mi se nos reblandecía el corazón. El otro empezó a aporrear la puerta del baño. “Ojar!!Que traen regalos!!Abre ya!!” Más palabrotas.

                Por fin llegó la progenitora. Saludos. Se acerca a la puerta y con voz suave trata de convencer al niño. “Venga Oscar, que han venido estos señores a traerte un regalo…” “Ojaaaaaar!!!” gritaba el enano. Los minutos pasaban y Oscar no daba su brazo a torcer. La madre seguía intentándolo.

                Finalmente, una voz surgió del baño. Pero no la angelical de un niño pequeño vergonzoso, sino la de un camionero con resaca de cuatro días de borrachera: “Mama, que paso, déjame en paz”.

                Erno tenía el Action Man en la mano. Nos miramos. Miró al muñeco y me dijo: “Se lo fuma”

                Seguía la discusión familiar y vimos que aquello era insostenible. Nos excusamos y le dejamos el juguete al pequeño para que se lo diese al hermano. Nos estaba entrando la risa y había que huir. El pobre párroco debía actualizar un poco las listas.

                ¿Seguirá Ojar jugando con su Action Man?

                Lo importante fue la intención
               
                 

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