jueves, 11 de octubre de 2012

LA PRUEBA DE AMISTAD


DÍA 29

                En mi tiempo de ocio hago muchas cosas y variadas. En mi tiempo de negocio, también la verdad. Pero a día de hoy, la mayor parte de mi tiempo la dedico a dar clase en un colegio. Después de haber estudiado la doble licenciatura en Derecho y Administración de Empresas, acabar como docente no es lo más normal. Muchos se bloquean cuando se enteran, pero la verdad es que me encanta mi trabajo.

                El primer año como profesor recibes millones de consejos. “Hasta abril, como un Guardia Civil”. Este era el más repetido y, además, el más acertado, pero por mi forma de ser se me hacía complicado cumplirlo. En ningún momento tuve problemas de que los niños intentarán tomarme el pelo por dos motivos. El primero, porque yo en el colegio fui un poco cabroncete y me sabía todas en varios idiomas. El segundo, tiene que ver con La prueba de amistad.

                Con una hora de clase puedes detectar claramente todos los roles de una clase. Alguno se te escapa y te sorprende más adelante, pero más o menos el pescado queda vendido. El jefe, el gracioso, el sicario que hace gracias cuando dice el jefe, el pelota, el empollón, el pasota, etc.

                Y allí estaba yo: el profesor nuevo. Un rol muy apetitoso para un alumno con ganas de juerga. Durante los primeros veinte minutos iba calando a la gente mientras explicaba el tema o en cuestión o presentaba la asignatura. Ya no lo recuerdo. El sicario gracioso trataba de hacerse notar, pero no prestarle ninguna atención hizo que se cansará.  Por informes previos ya sabía cosas de él que me decían que podía ser un payaso, pero lo que no sería nunca era un chivato. No era de los que a la mínima iba a ir corriendo a papá y a mamá.

                Seguimos la clase y el gracioso recobraba fuerza. Otra coña y pasaríamos a la acción.

                Llegó la coña y llegó mi movimiento.

                “Luis(nombre inventado), por favor, sal a la pizarra” dije con total tranquilidad, sin elevar la voz. Aquello le puso nervioso, ¿no le gritaba ni me enfadaba?

                Despacio y con dudas se acercó. Me senté en la silla del profesor. Cruce las piernas. Me apoyé en el reposabrazos y dejé descansar mi cabeza sobre el brazo derecho.

                “Luis, vamos a hacer una prueba de amistad”

                La cara de asombro del chaval era acorde a la del resto de compañeros que se miraban entre sí confundidos.

                “¿Quién es tu mejor amigo de clase, Luis?” la calma en mi voz hacía todo mucho más siniestro.

                “Juan” dijo mientras le señalaba y Juan se escondía detrás del libro como queriendo no tener nada que ver con el nuevo condenado de clase.

                “Juan, por favor, sal tú también a la pizarra”

                La cara de odio de Juan hacía Luis fue espectacular.

                “Juan, vas a demostrar que eres un buen amigo. El mejor. Vas a darle a Luis una colleja con todas tus fuerzas. Con todas, no me engañes. Si me parece que no le has dado bien, Luis suspenderá la evaluación, ¿y eso no es lo que tú quieres, verdad?”

                Risas. Risas de Juan y de Luis. Yo aguantaba la risa. Hablan entre ellos discutiendo que hacer. Parece que alcanzan un acuerdo y se disponen a deleitarnos con una imagen digna de youtube.

                Luis encoge el cuello, pero le pido que mantenga la cabeza erguida. Juan alza la mano entre risas. Le recuerdo que no puede ser débil, que le demuestre cuánto le quiere como amigo. La expectación es total. Cuando va a lanzar la “amigable” colleja Luis se echa para atrás. No está preparado.

   Recibir un collejón puede ser doloroso, puede picar, y a veces ni siquiera duele. El problema era la espera. La tensión de saber que estas esperando el guantazo de tu vida. El factor sorpresa le quita un punto de dolor a la cuestión. Aquí no había sorpresa, había agonía y un público expectante sediento de sangre.

Volvieron a la posición inicial. Luis se había armado de valor. La mano arriba como en una guillotina. El cuello estirado. El verdugo y el público ansiosos. La cuchilla cayó inmisericorde sobre aquel cuello expuesto y sonó como un redoble de platillos. Aplausos. Risas. Luis había sido un valiente. Se reía a la vez que se retorcía de dolor. Su amigo entre risas le pedía perdón.

Un mensaje se les quedó grabado.

Este año nos lo vamos a pasar muy bien, pero con don Rafa en nuestro lado.

Así fue.



Nota a pie de página: En caso de constituir algún delito, éste ya ha prescrito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario