DÍA 21
La biblioteca
de la Facultad de Derecho es un sitio en el que no se puede estudiar. Es cierto
que el nombre biblioteca indica todo lo contrario, pero en este caso, fue diseñada
para otros fines. Pasarela de modelos, sala de lectura de periódicos (Marca
preferiblemente), espacio de ligue, pero rara vez de estudio. Lo único que
tiene en común con el resto, es que se permite alquilar libros. Teniendo en
cuenta el volumen de los tochos a estudiar en Derecho y su precio desorbitado,
para el préstamo era bastante práctica.
Una
vez situados en el lugar de los hechos, creo que podemos pasar a describir los
mismos.
Ocho
y media de la mañana. Minuto arriba, minuto abajo. Con los dedos de las manos
bastaba para contar los usuarios en aquel momento. Mi hermano Josemaría, mi
amigo Eugenio y yo (probablemente después de haber sufrido uno de los conocidos
atascos) queremos devolver un libro. Nosotros sabíamos cual era el
funcionamiento. Alquilas un libro y lo devuelves antes de la fecha límite. En
caso de no devolverlo, se te multaba con días en los que no podías retirar
nuevos ejemplares. Lo que jamás podíamos imaginar es que los puntos de colores
que llevaban pegados los volúmenes en sus lomos tenían algún significado. Pero
los tenían. No los recuerdo bien, salvo la excepción del punto rojo.
El
punto rojo (expresión que hace temblar a toda persona que haya cursado el
parvulario en Orvalle), significa que ese libro no puede, bajo ningún concepto,
ser sacado de la biblioteca. Solo intentarlo haría saltar las alarmas al
atravesar los arcos magnéticos en las puertas de salida.
Y
ahí estábamos los tres. Con un libro Punto rojo, sacado por ignorancia y fallo
del sistema de seguridad, ante el bibliotecario que en ese momento estaba de
turno. Trataré de ser lo más fidedigno en explicar lo que ocurrió.
“Hola, venía
a devolver este libro” dice Eugenio en voz baja para no molestar.
El
bibliotecario levanta la mirada preparado para cumplir con una de sus tareas de
forma rutinaria. Su cerebro se activaría a esa hora tan temprana con la orden “Devolución
de libro” y el proceso a seguir. Peros sus ojos se abrieron como platos. Abrió
la boca y retiró la silla hacía atrás. “¿Es un punto rojo?!” preguntó alzando
la voz. Eugenio, extrañado, giró el libro y vio una pegatina circular del color
indicado. Uniendo las piezas en su cabeza, constato que aquello era, en efecto,
lo que se le preguntaba. “¿Sí?” Respondió dubitativo.
“¡¿Un punto
rojo?!” La voz ya subió bastantes tonos. Las cabezas que hasta ahora fingían
concentración empezaron a levantarse curiosas por ver lo que sucedía. Nosotros
tres nos miramos con cara de no entender absolutamente nada. El bibliotecario
se llevaba las manos a la cabeza. Sus compañeros asomaban detrás de las puertas
no pudiendo creer lo que estaba pasando. Un punto rojo para devolución. La
leyenda empezaba a forjarse.
“¿Tú sabes
que estos no se pueden sacar? ¿Tú sabes lo que te puede pasar por esto?” No
podíamos creer lo que estaba ocurriendo. Se acerca un compañero y le pregunta
qué pasa. “¡Ha sacado un punto rojo!” “¿Un punto rojo? ¡No es posible!”
Responde también alarmado. Creí que una alarma iba a empezar a sonar
desprendiendo luces de colores. Unos agentes de bibliotecas iban a descender
del techo haciendo rappel como en las películas de policías. Probablemente
Eugenio fuese expulsado de la Universidad, no sin antes hacer escarnio público
de él en la puerta de la Facultad.
Todos los bibliotecarios se
reunieron ante el mostrador. “No sé lo que te va a pasar chaval, no lo sé. Pero
atente a las consecuencias.” Se arremolinaron ante el ordenador de préstamos.
Esto no lo vi, pero dado el cariz que tomó la situación, supongo que los dos
bibliotecarios de mayor antigüedad sacaron “la llave”. De forma simultánea las
introdujeron en sus respectivas ranuras y las hicieron girar desbloqueando el sistema.
Nos temíamos lo peor.
Cogió el
libro. Pasó el código de barras por el escáner. Varios pitidos.
Se dio la
vuelta y mirando fijamente a los ojos a Eugenio, dijo:
“Dos días sin
poder sacar libros”
¿Tanto
lío para eso?
Una conclusión
saqué de aquella experiencia.
Bruce Willis
estaría orgulloso de aquel bibliotecario.
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