DÍA 14
Antes de
seguir con los superpoderes de las mamás voy a pasar a describir un mundo digno
de estudio. Las colas de los supermercados. No importa cuál elijas, siempre
será la más lenta. Gracias a Dios han inventado el sistema de cola única, pero
por ahora solo funciona en Carrefour.
Como
primera medida, ese día has decidido ir a la compra a las cuatro de la tarde.
“La gente estará comiendo o haciendo la siesta, es la mejor hora” Piensas
mientras sales de casa en el coche. Quieres engañarte a ti mismo. La peli de
serie C que ponían en Antena 3 se merecía una cabezadita, pero todo sea por una
compra ágil.
El
parking te espera con pocos coches aparcados y te frotas las manos. Cuando
entras, ves que en lugar de estar abiertas las innumerables cajas que se
alinean a las puertas, solo tres tienen cajera. El trasiego de carritos te hace
caer en la cuenta de que no eran tan pocos los que habían sacrificado esa hora
sagrada en España. Sacas la lista del bolsillo y empiezas a buscar por los
pasillos. Horror. Han cambiado la distribución, con lo que no tienes ni idea de
dónde están las cosas. Si antes podías encontrar pan aquí, ahora encuentras
Nocilla. Productos complementarios, pero que en ese momento te sacan de quicio.
Una palabrota sube por tu garganta y consigues reprimirla en el último instante
con un ligero rugido. Preguntas a un dependiente y te responde con una sonrisa
divertida que él tampoco se ha hecho todavía a las reformas. Te entran ganas de
lanzarle el bote de Nocilla a la cara. Total, tú no la querías, todo era culpa
de la última estrategia de marketing del mercado. Miras a tu alrededor y notas
que todos están como tú. Vagando por un desierto en busca de un Moisés que les
guíe. Una abuela busca entre la ropa interior de caballero los cereales de
fibra que a ella le gustan; un niño llora buscando la zona de los juguetes.
Agarras con fuerza el carro e intentas buscar lo necesario del modo que sea.
Estás solo.
Gracias
a tu paciencia y a que los carritos de la compra nunca giran hacia donde tu
quieres, consigues terminar la primera misión. Haciendo zigzag tratando de
domar tu “caballo” alcanzas la zona de cajas. En décimas de segundo la cabeza
hace un estudio pormenorizado de todas las opciones.
CAJA
1: Muchas personas con compras de menos de 10 artículos. Sopesas y te recuerdas
que donde más tiempo se pierde es en las transacciones de dinero, con lo que
rechazas esa caja.
CAJA
2: Tres personas con compras medias. La cajera es experimentada y pasa la banda
magnética de la tarjeta como en los anuncios de VISA Electron. Caes en la
cuenta de que el/la último/a de la fila es alguien que conoces y te da pereza
saludar y aguantar toda la cola en conversación. Es la hora de la siesta y tu
cerebro está en off.
CAJA
3: Una persona. Comprón. Pero al ser una sola transacción te las prometes
felices. Te diriges a esa caja haciéndote el despistado para no saludar al
sujeto de estudio de la caja 2.
BEEP,
BEEP, BEEP, BEEP. Los productos van pasando por el lector de código de barras a
gran velocidad. Si hay suerte igual puedes dislocar tu cuello en los últimos
minutos de peli de Antena 3. Simulas que te interesan las chocolatinas.
El
BEEPBEEP deja de sonar. La cajera repite varias veces con el mismo producto,
pero no hay manera. Mierda. Ya empezamos.
Descuelga
el telefonillo. “Mari, ¿me puedes mirar el precio de un “produzto”?” Mientras
espera, masca el chicle haciendo un ruido muy desagradable. Juguetea con un
boli. Mari responde y ella teclea unos números. Seguimos.
BEEPBEEPBEEP.
El precio total aparece en la pantalla. “Son 338,26 euros” Dice mientras
acompaña con un giro del lector para que el público vea que no le engaña. La
señora empieza hurgar en el bolso. Encuentra un monedero que es como otro bolso
en el que también tiene que buscar. “Ah! Tengo este descuento que me disteis el
otro día” Exclama super contenta. Tendría que haberlo avisado antes, así que la
chica tiene que manipular algunos datos en el ordenador. El tiempo pasa
inexorable.
Por
fin, encuentra la tarjeta. En ese momento, levantas la cabeza y te das cuenta
de que ya no queda nadie de los que estaban al principio en el resto de cajas.
Ya estarías camino a casa. Este pensamiento hace más duro el sufrimiento. La
señora enseña en alto la tarjeta. Te mira y sonríe. Sonries falsamente.
Pasa
la tarjeta. Nada. Pasa la tarjeta. Nada. Respiras hondo. Pasa la tarjeta. Nada.
No me puede estar pasando esto a mi. Descuelga el telefonillo de nuevo. “Jenni,
no me lee la tarjeta”. Cuelga y espera. Con las uñas pintadas tamborilea al
ritmo de la música que nos ofrece el hilo musical del local. Tienen puesta
Cadena 100 y, como no, esta sonando Manolo García. ¿De verdad a alguien le
gusta como canta ese tio? Entonces, ¿por qué lo ponen a todas horas?
Una
chica con patines llega a la caja. Presupongo que es Jenni. Tras una alegre
charla con la cajera sobre chascarrillos del super, se marcha deslizándose
elegantemente con la tarjeta en su poder. Manolo García sigue molestando.
Vuelve.
La señora consigue pagar.
Me
toca. Puede haber suerte o tener que volver a necesitar a Jenni la patinadora,
pero eso sería alrgarse.
El
caso es que sales y tienes que ponerte la mano a modo de visera, como quien
llevase años de oscuro cautiverio. Debido al paso del tiempo, el parking se ha
llenado. No encuentras el coche. Pasa el tiempo.
Mientras
metes las bolsas en el maletero un pensamiento reina en tu mente. La próxima
vez hago la compra por internet.
Mentira.
Volverás.
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