jueves, 15 de marzo de 2012

EN LA COMPRA


DÍA 14

                Antes de seguir con los superpoderes de las mamás voy a pasar a describir un mundo digno de estudio. Las colas de los supermercados. No importa cuál elijas, siempre será la más lenta. Gracias a Dios han inventado el sistema de cola única, pero por ahora solo funciona en Carrefour.

                Como primera medida, ese día has decidido ir a la compra a las cuatro de la tarde. “La gente estará comiendo o haciendo la siesta, es la mejor hora” Piensas mientras sales de casa en el coche. Quieres engañarte a ti mismo. La peli de serie C que ponían en Antena 3 se merecía una cabezadita, pero todo sea por una compra ágil.

                El parking te espera con pocos coches aparcados y te frotas las manos. Cuando entras, ves que en lugar de estar abiertas las innumerables cajas que se alinean a las puertas, solo tres tienen cajera. El trasiego de carritos te hace caer en la cuenta de que no eran tan pocos los que habían sacrificado esa hora sagrada en España. Sacas la lista del bolsillo y empiezas a buscar por los pasillos. Horror. Han cambiado la distribución, con lo que no tienes ni idea de dónde están las cosas. Si antes podías encontrar pan aquí, ahora encuentras Nocilla. Productos complementarios, pero que en ese momento te sacan de quicio. Una palabrota sube por tu garganta y consigues reprimirla en el último instante con un ligero rugido. Preguntas a un dependiente y te responde con una sonrisa divertida que él tampoco se ha hecho todavía a las reformas. Te entran ganas de lanzarle el bote de Nocilla a la cara. Total, tú no la querías, todo era culpa de la última estrategia de marketing del mercado. Miras a tu alrededor y notas que todos están como tú. Vagando por un desierto en busca de un Moisés que les guíe. Una abuela busca entre la ropa interior de caballero los cereales de fibra que a ella le gustan; un niño llora buscando la zona de los juguetes. Agarras con fuerza el carro e intentas buscar lo necesario del modo que sea. Estás solo.

                Gracias a tu paciencia y a que los carritos de la compra nunca giran hacia donde tu quieres, consigues terminar la primera misión. Haciendo zigzag tratando de domar tu “caballo” alcanzas la zona de cajas. En décimas de segundo la cabeza hace un estudio pormenorizado de todas las opciones.

                CAJA 1: Muchas personas con compras de menos de 10 artículos. Sopesas y te recuerdas que donde más tiempo se pierde es en las transacciones de dinero, con lo que rechazas esa caja.

            CAJA 2: Tres personas con compras medias. La cajera es experimentada y pasa la banda magnética de la tarjeta como en los anuncios de VISA Electron. Caes en la cuenta de que el/la último/a de la fila es alguien que conoces y te da pereza saludar y aguantar toda la cola en conversación. Es la hora de la siesta y tu cerebro está en off.

                CAJA 3: Una persona. Comprón. Pero al ser una sola transacción te las prometes felices. Te diriges a esa caja haciéndote el despistado para no saludar al sujeto de estudio de la caja 2.

                BEEP, BEEP, BEEP, BEEP. Los productos van pasando por el lector de código de barras a gran velocidad. Si hay suerte igual puedes dislocar tu cuello en los últimos minutos de peli de Antena 3. Simulas que te interesan las chocolatinas.

                El BEEPBEEP deja de sonar. La cajera repite varias veces con el mismo producto, pero no hay manera. Mierda. Ya empezamos.

                Descuelga el telefonillo. “Mari, ¿me puedes mirar el precio de un “produzto”?” Mientras espera, masca el chicle haciendo un ruido muy desagradable. Juguetea con un boli. Mari responde y ella teclea unos números. Seguimos.

                BEEPBEEPBEEP. El precio total aparece en la pantalla. “Son 338,26 euros” Dice mientras acompaña con un giro del lector para que el público vea que no le engaña. La señora empieza hurgar en el bolso. Encuentra un monedero que es como otro bolso en el que también tiene que buscar. “Ah! Tengo este descuento que me disteis el otro día” Exclama super contenta. Tendría que haberlo avisado antes, así que la chica tiene que manipular algunos datos en el ordenador. El tiempo pasa inexorable.

                Por fin, encuentra la tarjeta. En ese momento, levantas la cabeza y te das cuenta de que ya no queda nadie de los que estaban al principio en el resto de cajas. Ya estarías camino a casa. Este pensamiento hace más duro el sufrimiento. La señora enseña en alto la tarjeta. Te mira y sonríe. Sonries falsamente.

                Pasa la tarjeta. Nada. Pasa la tarjeta. Nada. Respiras hondo. Pasa la tarjeta. Nada. No me puede estar pasando esto a mi. Descuelga el telefonillo de nuevo. “Jenni, no me lee la tarjeta”. Cuelga y espera. Con las uñas pintadas tamborilea al ritmo de la música que nos ofrece el hilo musical del local. Tienen puesta Cadena 100 y, como no, esta sonando Manolo García. ¿De verdad a alguien le gusta como canta ese tio? Entonces, ¿por qué lo ponen a todas horas?

                Una chica con patines llega a la caja. Presupongo que es Jenni. Tras una alegre charla con la cajera sobre chascarrillos del super, se marcha deslizándose elegantemente con la tarjeta en su poder. Manolo García sigue molestando.

                Vuelve. La señora consigue pagar.

                Me toca. Puede haber suerte o tener que volver a necesitar a Jenni la patinadora, pero eso sería alrgarse.

                El caso es que sales y tienes que ponerte la mano a modo de visera, como quien llevase años de oscuro cautiverio. Debido al paso del tiempo, el parking se ha llenado. No encuentras el coche. Pasa el tiempo.

                Mientras metes las bolsas en el maletero un pensamiento reina en tu mente. La próxima vez hago la compra por internet.

                Mentira. Volverás.

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