DÍA 11
Y
el amor sigue llamando a la puerta de mis historias. Esta vez todo tuvo lugar
en uno de los parajes más románticos de la Comunidad de Madrid. El Parque de
Atracciones. Como diría Sebastián, el cangrejo de la Sirenita, primero hay que
inspirar el amor. En el Parque se respira allá donde vas. O eso, o el sobaco
del tío de delante en la cola que estrena nueva camiseta de tirantes y, sin
embargo, ha olvidado estrenar ese nuevo invento que llaman desodorante.
Ella
siempre se abraza fuerte a “la pareja” en las pronunciadas bajadas gritando de
terror, mientras que él simula mantenerse impasible ante la velocidad. En
realidad quiere gritar más agudo incluso que ella que paren aquel maldito
cacharro, pero esto forma parte del incomprensible rito de conquista del homo atraccionis.
El
amor es compartir, y de esto trata lo que paso en El Barco Pirata aquella tarde
de verano que jamás podré borrar de mis recuerdos.
Como
amantes del riesgo y participantes experimentados de esta atracción, nuestro
grupo se separó ocupando las filas traseras de los lados opuestos. Esperábamos
que empezase el balanceo y nos saludábamos desde los extremos. Una pareja se
subió al barco. Ella lucía una bermuda y la parte de arriba de su bikini. Él,
bañador y torso desnudo. Hasta aquí nada anormal. En la fila de detrás de ellos
se montó otra pareja. Unos gemelos de los que destacaba como característica a
primera vista que eran gordos, bastante gordos. Se cerraron las puertas de aquella
trampa y el Barco despertó con un suave movimiento de vaivén.
Subía.
Bajaba. Subía. Bajaba. Y cada vez que bajaba se creaba en el estómago esa
sensación que tanta gracia te hacia cuando de viaje con tus padres el coche
llegaba a un cambio de rasante y te notabas volar. Sin gravedad. Levantábamos
los brazos como muestra de que allí no pasaba nada. Pero sí que pasaba. La cara
de los gemelos perdió todo color. La siguiente bajada fue fatídica para la
digestión de lo que hubiesen comido esa mañana. Se inclinó hacia delante y
vomitó sin freno. La melena de ella, como si de una fregona se tratase, recogió
gran parte de lo expulsado. El resto recorría su piel desnuda. Su novio se giró
y, viendo lo que había pasado, se echo a reír mientras le señalaba. No tuvo
ninguna compasión de ella. Ni siquiera trató de consolarle. Seguía riendo sin
compartir su situación. A ella no parecía hacerle mucha gracia. La discusión
iba a comenzar, pero Cupido, disfrazado de gordo en proceso claro de corte de
digestión, arregló lo que iba a ocurrir. Vomitona del otro gemelo sobre el
novio. Ahora reía ella. Reían los dos.
Al
resto no nos hacía ni puñetera gracia. Quedaban unos cinco minutos de atracción
y no podían pararla. El olor era insoportable. La gente, o al menos los que llevábamos
camiseta, se tapaba la nariz con la misma tratando de aguantar el hedor. Los
novios seguían riendo.
Al
salir nos los encontramos a ambos limpiándose entre risas en una fuente.
¿Bonito o asqueroso? Podría sacar una preciosa conclusión sobre el amor,
compartir, en lo bueno y en lo malo,
pero la verdad es que es bastante asqueroso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario