jueves, 1 de marzo de 2012

"AMOR" EN EL PARQUE DE ATRACCIONES


DÍA 11

                Y el amor sigue llamando a la puerta de mis historias. Esta vez todo tuvo lugar en uno de los parajes más románticos de la Comunidad de Madrid. El Parque de Atracciones. Como diría Sebastián, el cangrejo de la Sirenita, primero hay que inspirar el amor. En el Parque se respira allá donde vas. O eso, o el sobaco del tío de delante en la cola que estrena nueva camiseta de tirantes y, sin embargo, ha olvidado estrenar ese nuevo invento que llaman desodorante.

                Ella siempre se abraza fuerte a “la pareja” en las pronunciadas bajadas gritando de terror, mientras que él simula mantenerse impasible ante la velocidad. En realidad quiere gritar más agudo incluso que ella que paren aquel maldito cacharro, pero esto forma parte del incomprensible rito de conquista del homo atraccionis.

                El amor es compartir, y de esto trata lo que paso en El Barco Pirata aquella tarde de verano que jamás podré borrar de mis recuerdos.

                Como amantes del riesgo y participantes experimentados de esta atracción, nuestro grupo se separó ocupando las filas traseras de los lados opuestos. Esperábamos que empezase el balanceo y nos saludábamos desde los extremos. Una pareja se subió al barco. Ella lucía una bermuda y la parte de arriba de su bikini. Él, bañador y torso desnudo. Hasta aquí nada anormal. En la fila de detrás de ellos se montó otra pareja. Unos gemelos de los que destacaba como característica a primera vista que eran gordos, bastante gordos. Se cerraron las puertas de aquella trampa y el Barco despertó con un suave movimiento de vaivén.

                Subía. Bajaba. Subía. Bajaba. Y cada vez que bajaba se creaba en el estómago esa sensación que tanta gracia te hacia cuando de viaje con tus padres el coche llegaba a un cambio de rasante y te notabas volar. Sin gravedad. Levantábamos los brazos como muestra de que allí no pasaba nada. Pero sí que pasaba. La cara de los gemelos perdió todo color. La siguiente bajada fue fatídica para la digestión de lo que hubiesen comido esa mañana. Se inclinó hacia delante y vomitó sin freno. La melena de ella, como si de una fregona se tratase, recogió gran parte de lo expulsado. El resto recorría su piel desnuda. Su novio se giró y, viendo lo que había pasado, se echo a reír mientras le señalaba. No tuvo ninguna compasión de ella. Ni siquiera trató de consolarle. Seguía riendo sin compartir su situación. A ella no parecía hacerle mucha gracia. La discusión iba a comenzar, pero Cupido, disfrazado de gordo en proceso claro de corte de digestión, arregló lo que iba a ocurrir. Vomitona del otro gemelo sobre el novio. Ahora reía ella. Reían los dos.

                Al resto no nos hacía ni puñetera gracia. Quedaban unos cinco minutos de atracción y no podían pararla. El olor era insoportable. La gente, o al menos los que llevábamos camiseta, se tapaba la nariz con la misma tratando de aguantar el hedor. Los novios seguían riendo.

                Al salir nos los encontramos a ambos limpiándose entre risas en una fuente. ¿Bonito o asqueroso? Podría sacar una preciosa conclusión sobre el amor, compartir, en lo bueno y en lo  malo, pero la verdad es que es bastante asqueroso.

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