miércoles, 11 de abril de 2012

LA FERIA DEL GOURMET(2)


DÍA 18

                Después de unas merecidas vacaciones volver a escribir cuesta un poco más. Podría haber dejado esta aventura, pero la verdad es que me está gustando mucho y comienza a ser como una droga. Creí haberme desintoxicado en Semana Santa, pero en cuanto me he sentado ante mi folio en blanco de hoy, un escalofrío ha recorrido todo mi cuerpo. Estoy enganchado.

                Hagamos memoria. Feria del Gourmet. Tarjetas. Traje. Gorrones, pero con clase. Dejamos en el tintero una cata de vinos espectacular, así que no perdamos más líneas y vayamos al grano.

                Vielva y yo nos presentamos en el stand de los vinos, pero de los muy buenos. No nos íbamos a andar con tonterías. Nuestro hotel merecía lo mejor de lo mejor. Teníamos un chef conocido, del cual no recuerdo ya el nombre, y necesitábamos una estupenda carta de vinos. En resumen, esto fue lo que vendimos a aquel representante. Captó el mensaje y nos hizo sentar en una mesa mientras él iba a traer los mejores caldos de sus bodegas. Esperábamos sentados sin apenas mirarnos, pues al mínimo contacto visual nos entraba la risa floja.

                Ante nosotros se alineó la mejor selección vitivinícola del país. Empezaríamos por lo blancos. “Perfecto”, asentimos los dos. Junto a las botellas, trajo un cubo grande y plateado. A primera vista todo hacía indicar que era una hielera. Igual quería enfriar el vino blanco. No importaba, nosotros a lo nuestro.

                Abrió la primera botella y nos puso un poco en cada una de nuestras copas. Aquel era el momento crucial. Podíamos tirar todo nuestro trabajo por la borda o proseguir con la degustación. Aguantar la risa en esa situación mereció un esfuerzo titánico. Todavía hoy me pregunto como fui capaz de lograrlo. Vielva tomó su copa y empezó a moverla haciendo círculos. La miró al trasluz con cara de auténtico entendido e introdujo la nariz tratando de catar su olor. Yo hice lo mismo. Bebimos y paladeamos aquel néctar. Cerré los ojos en actitud de concentración, pero en realidad lo que pensaba era: “Y ahora, ¿qué coño le digo yo a este tío?”. Debió leerme la mente porque en ese preciso instante comentó: “Este vino ha pasado X años en barrica de X y bla, bla, bla” Obviamente no me quede con los detalles, pero me sirvió para asentir y comunicarle que ya lo había notado, que aquel olor y bla, bla, bla. Coló.

                Quedaba un dedo de vino en cada copa y teníamos que probar el siguiente. No teníamos más copas, así que sin pensarlo dos veces, nos lo bebimos de un trago. Los vinos fueron desfilando por la mesa, y por cada uno que probábamos, lingotazo para el cuerpo. Cuando llevábamos diez, nuestro anfitrión cató uno de los vinos. Movió la copa luego y, el dedo de líquido que quedaba, lo derramó en lo que nosotros habíamos pensado que era una hielera. Mierda. Nos miramos con cara de circunstancia e hicimos lo mismo que él. Después de la ronda de chupitos que nos habíamos dado, empezábamos a estar entonados.

                Terminamos con los blancos y pasamos al plato fuerte. Los tintos. La táctica de lanzar el vino restante a la hielera nos hacía sentir mucho más profesionales. Cuando ya había perdido la cuenta del número y tipo de vinos catados, él volvió a hacernos una cata demostración. Esta vez, ni siquiera tragó el vino. Lo saboreó y acto seguido lo escupió en el ya famoso cubo plateado. Me pareció sublime y yo no podía ser menos que él. En el siguiente vino haría lo mismo.

                Movimiento circular. Vista al trasluz. Nariz en copa. Prueba. Paladeo. Me acerco la escupidera y me entra ligeramente la risa, con lo que escupo a la vez que río y hago un poco de efecto aspersor.

                Aquello había sido suficiente. Me limpié y le dije. “Estupendo, nos quedamos con tu tarjeta. Vamos a dejarlo aquí, porque tenemos que hacer varias catas y nos estamos agarrando una pequeña moña”

                Me miró con una cara de asco que nunca podré borrar de mi memoria y contestó. “Pues claro, en las catas de vino no hay que bebérselo” Sólo le falto añadir algún insulto que seguro pensó para sus adentros.

                Ya podría haberlo dicho antes.

 Y tan contentos, literalmente, nos fuimos a comer un poco de ternera gallega y gazpacho andaluz. Si sería por comida…

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