lunes, 13 de febrero de 2012

EL BARQUILLERO


               
DÍA 2

               Parece que todavía me quedan ganas después de lo de ayer. Seguiré escribiendo. El tema de la universidad la verdad es que me daría para escribir un libro completo, pero igual debo variar un poco. Ahora es cuando uno se queda en blanco…

                Recuerdo algo de lo que puedo escribir. El primer día de vacaciones de Navidad. En mi casa se hizo tradición la visita de los tres pequeños, entre los cuales me encuentro, a la Plaza Mayor. En aquella época uno podía encontrar puestos llenos de figuras para renovar su Belén. Ahora esta tarea es más complicada y dudo de que pueda continuar algún día este plan con mis hijos. Es más fácil encontrar espumillón de colores, partes vergonzantes del cuerpo humano hechas de plástico o algún accesorio de Papa Noel, antes que nada que tenga, ni por asomo, relación con lo que yo celebro en Navidad. El nacimiento del Niño Dios.

                Como suele pasar en todas las familias, especialmente en las numerosas con hijos pequeños, los habitantes del belén sufren un acoso constante que termina con muchas bajas. El famoso pescador sin brazos, el camello con rodilla dislocada, el paje sin cabeza. Por algún hecho milagroso, los únicos supervivientes siempre fueron los personajes principales: San José, la Virgen y el Niño. A lo mejor desde niños nos inculcaron un especial respeto hacia la Sagrada Familia, o bien no estaban tan al alcance de nuestras manos, o no resultaban tan divertidos como el resto de figuras. Después de haber visto Toy Story, la verdad es que veo los belenes con otros ojos. Me parecen mucho más divertidos y me gusta imaginar lo que pasa cuando no estamos delante, pero esto puede ser un tema del que hablar más adelante, un día en el que la inspiración me deje de lado.

                Se había acabado el colegio. Mi reloj interior, y mi madre, no me permitían quedarme vagueando en la cama toda la mañana. Te vestías para soportar el frío del crudo invierno que entonces hacía en Madrid. Si había suerte y ya habías crecido no te caía la mayor tortura a la que puede ser sometido el ser humano. El gorro verdugo. Como picaba aquella aberración de la moda. Cuando veo a mis sobrinos salir a la calle con ellos he de reconocer que los compadezco. Me miran con cara de petición misericordiosa, como supongo que yo miraría a mis padres, pero me mantengo firme. Eso les hará personas de provecho.

                Nos montábamos en el coche y bajábamos hasta Madrid escuchando una cinta de villancicos. Siempre el mismo Parking, la misma escalera y llegábamos a la plaza. Nos recibía el mayor timo del marketing alimenticio. El olor de las castañas. Durante muchos años prescindimos de aquella vitualla. Prefería ir al sitio del Barquillero. Pagabas- en aquel caso  mi padre- y tenías derecho a jugar a una pequeña ruleta que llevaba. Una apuesta, pero siempre había premio. Depende de lo que sacaras te daban más o menos barquillos. Que rico. No como aquel año en que dimos el salto a las castañas. Que aroma. No sé cuál fue el motivo, pero igual el abandono de la infancia me llevó a tomar esa traumática decisión. La castañera, que yo asociaba con una de las amables figuras del belén, me dio un cucurucho hecho con papel de periódico lleno de castañas. Me dijeron que debía dejarlas reposar y aprovechar para calentarme las manos con ellas. El olor amartillaba mi pituitaria y hacía que mi estómago tuviera pensamientos impuros. No podía aguantar más. Con una mirada pregunté a mi padre. ¿Puedo? Adelante.

                Todavía quemando en mis manos me acerqué la primera castaña de mi vida a la boca. La primera y la última hasta el día de hoy, y dudo mucho de que alguien me haga cambiar de opinión. La sensación de comer una nuez podrida invadió todo mi cuerpo, que acompañó este malestar con una pequeña arcada y un escupitajo. Demostré mi desagrado con el nuevo sabor. Como yo, mis hermanos no quedaron muy satisfechos. Ese día mi padre se puso morado a castañas.

                Desde entonces ya no me gusta la figura de la castañera. En mi belén no va a tener sitio. Lo que voy a tener que crear es una nueva figura para sustituirla. Una figura realmente amable y que traiga a mi algunos de mis mejores recuerdos. En mi belén voy a poner un Barquillero.

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