DÍA 2
Parece que todavía me quedan
ganas después de lo de ayer. Seguiré escribiendo. El tema de la universidad la
verdad es que me daría para escribir un libro completo, pero igual debo variar
un poco. Ahora es cuando uno se queda en blanco…
Recuerdo
algo de lo que puedo escribir. El primer día de vacaciones de Navidad. En mi
casa se hizo tradición la visita de los tres pequeños, entre los cuales me
encuentro, a la Plaza Mayor. En aquella época uno podía encontrar puestos llenos
de figuras para renovar su Belén. Ahora esta tarea es más complicada y dudo de
que pueda continuar algún día este plan con mis hijos. Es más fácil encontrar
espumillón de colores, partes vergonzantes del cuerpo humano hechas de plástico
o algún accesorio de Papa Noel, antes que nada que tenga, ni por asomo,
relación con lo que yo celebro en Navidad. El nacimiento del Niño Dios.
Como
suele pasar en todas las familias, especialmente en las numerosas con hijos
pequeños, los habitantes del belén sufren un acoso constante que termina con
muchas bajas. El famoso pescador sin brazos, el camello con rodilla dislocada,
el paje sin cabeza. Por algún hecho milagroso, los únicos supervivientes
siempre fueron los personajes principales: San José, la Virgen y el Niño. A lo
mejor desde niños nos inculcaron un especial respeto hacia la Sagrada Familia,
o bien no estaban tan al alcance de nuestras manos, o no resultaban tan
divertidos como el resto de figuras. Después de haber visto Toy Story, la
verdad es que veo los belenes con otros ojos. Me parecen mucho más divertidos y
me gusta imaginar lo que pasa cuando no estamos delante, pero esto puede ser un
tema del que hablar más adelante, un día en el que la inspiración me deje de
lado.
Se
había acabado el colegio. Mi reloj interior, y mi madre, no me permitían
quedarme vagueando en la cama toda la mañana. Te vestías para soportar el frío
del crudo invierno que entonces hacía en Madrid. Si había suerte y ya habías
crecido no te caía la mayor tortura a la que puede ser sometido el ser humano.
El gorro verdugo. Como picaba aquella aberración de la moda. Cuando veo a mis
sobrinos salir a la calle con ellos he de reconocer que los compadezco. Me
miran con cara de petición misericordiosa, como supongo que yo miraría a mis
padres, pero me mantengo firme. Eso les hará personas de provecho.
Nos
montábamos en el coche y bajábamos hasta Madrid escuchando una cinta de
villancicos. Siempre el mismo Parking, la misma escalera y llegábamos a la
plaza. Nos recibía el mayor timo del marketing alimenticio. El olor de las castañas.
Durante muchos años prescindimos de aquella vitualla. Prefería ir al sitio del
Barquillero. Pagabas- en aquel caso mi
padre- y tenías derecho a jugar a una pequeña ruleta que llevaba. Una apuesta,
pero siempre había premio. Depende de lo que sacaras te daban más o menos
barquillos. Que rico. No como aquel año en que dimos el salto a las castañas.
Que aroma. No sé cuál fue el motivo, pero igual el abandono de la infancia me
llevó a tomar esa traumática decisión. La castañera, que yo asociaba con una de
las amables figuras del belén, me dio un cucurucho hecho con papel de periódico
lleno de castañas. Me dijeron que debía dejarlas reposar y aprovechar para
calentarme las manos con ellas. El olor amartillaba mi pituitaria y hacía que
mi estómago tuviera pensamientos impuros. No podía aguantar más. Con una mirada
pregunté a mi padre. ¿Puedo? Adelante.
Todavía
quemando en mis manos me acerqué la primera castaña de mi vida a la boca. La
primera y la última hasta el día de hoy, y dudo mucho de que alguien me haga
cambiar de opinión. La sensación de comer una nuez podrida invadió todo mi cuerpo,
que acompañó este malestar con una pequeña arcada y un escupitajo. Demostré mi
desagrado con el nuevo sabor. Como yo, mis hermanos no quedaron muy
satisfechos. Ese día mi padre se puso morado a castañas.
Desde
entonces ya no me gusta la figura de la castañera. En mi belén no va a tener
sitio. Lo que voy a tener que crear es una nueva figura para sustituirla. Una
figura realmente amable y que traiga a mi algunos de mis mejores recuerdos. En
mi belén voy a poner un Barquillero.
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