martes, 21 de febrero de 2012

DE COMPRAS


DÍA 7
               
                   Una vez más era la hora de renovar la ropa. Todos mis pantalones dejaban entrever mis piernas o retazos de mis calzoncillos. Necesitaba algún traje. Las camisas estaban rotas por todos lados y no quedaba ningún jersey que no hubiese sido devorado por su peor enemigo. Las bolitas.

                Con un amigo nos dispusimos a adentrarnos en un safari que parece estar hecho solo para las mujeres. Tarde de compras. Las tiendas no ofrecían nada para gente clásica. Y con clásico no me refiero a decimonónico, sino alguien que no quiere vestir como un presentador de la tele descubriendo su naciente homosexualidad.

                Mi cabeza se evadía y empezaba a pensar en la época de los gremios. En Inglaterra para más detalle. La gente se agrupaba por oficios. Mi imaginación se disparaba y empezaba a volar. ¿Cómo sería el barrio de los sastres?

                Todos vestían con magníficos trajes cortados a medida por ellos mismos o por sus padres. Los niños llevaban, aunque manchadas de barro de la última batalla, unas camisas de exquisito gusto. Al llamar a la puerta de una casa me recibía un señor elegante con un metro haciendo las veces de bufanda y un alfiletero en el hombro como si fuese el loro fiel de un pirata. Como ese marinero reconocía por el olor del mar si iba a haber marejada, el sastre sabía de un vistazo la talla de mi chaqueta. En su cabeza se empezaban a dibujar las diferentes combinaciones posibles que podían prestarle sus telas. Usando su metro como espada me desarmaba en cinco sablazos que anotaba en su libreta y me mandaba volver al día siguiente.

                En mi paseo por el barrio, la tentación de parar en todas las tiendas me llamaba. Todo lo que allí se ofrecía era de mi agrado y podía elegir. ¿Este jersey?¿Aquella chaqueta?¿O me gusta más esa con coderas?¿Ojo de perdiz?¿Espiguilla? Me lo llevaría todo. Mi armario volvería a rebosar de variedad.

                Volvía al día siguiente y me daba cuenta de que aquel traje me había estado esperando desde toda la eternidad. Al ponerme la chaqueta notaba el abrazo de quien había sido separado de la persona querida injustamente. Ahora estaba cómodo. Después de tanto tiempo había encontrado la felicidad. Saldría a la calle y mi nuevo traje sería el que sabría elegir que más cosas comprar.

                Se acababa la excursión. Cuando estaba saliendo de aquel maravilloso barrio alguien me golpeó en el brazo con fuerza. “Despierta, que te has quedado empanado, ¿al final te vas a pillar algo de esta tienda?” “No tío, apesta”

                ¿Cómo se llamaba aquel barrio? Necesitaba volver. No podía quedarme con aquella duda dando vueltas a mi cabeza. Cerré los ojos y volví la vista atrás para ver el cartel que coronaba la plaza principal. Sobre un fondo azul marino unas grandes letras blancas anunciaban el nombre del lugar. SHOUTON.

                ¿Podré volver algún día?

2 comentarios:

  1. Tiene buena pinta ese barrio!La verdad es que TODOS queremos algo así!Enhorabuena por el blog, ahora a darle candela!
    Abrazo!

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    1. Yo flipo lo bien que escribes,y como enganchan las historias. ENHORABUENA!!!!y gracias

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