DÍA 7
Una
vez más era la hora de renovar la ropa. Todos mis pantalones dejaban entrever
mis piernas o retazos de mis calzoncillos. Necesitaba algún traje. Las camisas
estaban rotas por todos lados y no quedaba ningún jersey que no hubiese sido
devorado por su peor enemigo. Las bolitas.
Con
un amigo nos dispusimos a adentrarnos en un safari que parece estar hecho solo
para las mujeres. Tarde de compras. Las tiendas no ofrecían nada para gente
clásica. Y con clásico no me refiero a decimonónico, sino alguien que no quiere
vestir como un presentador de la tele descubriendo su naciente homosexualidad.
Mi
cabeza se evadía y empezaba a pensar en la época de los gremios. En Inglaterra
para más detalle. La gente se agrupaba por oficios. Mi imaginación se disparaba
y empezaba a volar. ¿Cómo sería el barrio de los sastres?
Todos
vestían con magníficos trajes cortados a medida por ellos mismos o por sus
padres. Los niños llevaban, aunque manchadas de barro de la última batalla,
unas camisas de exquisito gusto. Al llamar a la puerta de una casa me recibía
un señor elegante con un metro haciendo las veces de bufanda y un alfiletero en
el hombro como si fuese el loro fiel de un pirata. Como ese marinero reconocía
por el olor del mar si iba a haber marejada, el sastre sabía de un vistazo la
talla de mi chaqueta. En su cabeza se empezaban a dibujar las diferentes
combinaciones posibles que podían prestarle sus telas. Usando su metro como
espada me desarmaba en cinco sablazos que anotaba en su libreta y me mandaba
volver al día siguiente.
En
mi paseo por el barrio, la tentación de parar en todas las tiendas me llamaba.
Todo lo que allí se ofrecía era de mi agrado y podía elegir. ¿Este
jersey?¿Aquella chaqueta?¿O me gusta más esa con coderas?¿Ojo de
perdiz?¿Espiguilla? Me lo llevaría todo. Mi armario volvería a rebosar de
variedad.
Volvía
al día siguiente y me daba cuenta de que aquel traje me había estado esperando
desde toda la eternidad. Al ponerme la chaqueta notaba el abrazo de quien había
sido separado de la persona querida injustamente. Ahora estaba cómodo. Después
de tanto tiempo había encontrado la felicidad. Saldría a la calle y mi nuevo
traje sería el que sabría elegir que más cosas comprar.
Se
acababa la excursión. Cuando estaba saliendo de aquel maravilloso barrio
alguien me golpeó en el brazo con fuerza. “Despierta, que te has quedado
empanado, ¿al final te vas a pillar algo de esta tienda?” “No tío, apesta”
¿Cómo
se llamaba aquel barrio? Necesitaba volver. No podía quedarme con aquella duda
dando vueltas a mi cabeza. Cerré los ojos y volví la vista atrás para ver el
cartel que coronaba la plaza principal. Sobre un fondo azul marino unas grandes
letras blancas anunciaban el nombre del lugar. SHOUTON.
¿Podré
volver algún día?
Tiene buena pinta ese barrio!La verdad es que TODOS queremos algo así!Enhorabuena por el blog, ahora a darle candela!
ResponderEliminarAbrazo!
Yo flipo lo bien que escribes,y como enganchan las historias. ENHORABUENA!!!!y gracias
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